Fincher y la creación colectiva
De la extensa y por lo general excelente filmografía de David Fincher (Denver, 1962), en
destacan dos grandes modelos o ecos: y
En esas dos películas abordó un territorio narrativo cercano al de la nueva serie de Netflix, el de la psicopatía fría y el de la investigación que se demora en el tiempo. y
también elaboraron personajes desequilibrados y extremos, pero en un código y un ritmo más tradicionales, con fuertes dosis de sorpresa y acción. En y
–en cambio– el thriller no recurre a las opciones tradicionales del género; Fincher construye en ambas películas un pantano psicológico y da volumen y protagonismo al paso lento del tiempo.
El caso se desdibuja y se vuelve confuso. Flotamos por momentos en la mente aletargada de los protagonistas. Algo que también vivimos, gracias al genial guión de Aaron Sorkin, con
porque los creadores de Facebook se comportan por momentos como reclusos de hospital psiquiátrico.
Los tres largometrajes comparten una fotografía metálica y azulada, la misma que marca la puesta en escena de
el primer proyecto televisivo en que se involucró Fincher (también relacionado, por cierto, con psicópatas). Si en la ficción del matrimonio Underwood consta el nombre de Beau Willimon como creador y el de Fincher como director principal, el proyecto de se ha comunicado y vendido con su nombre como marca creativa. Aunque la deuda con
sea incuestionable, el director de no es tanto el creador de la serie como –de nuevo– su director, sobre todo el del episodio piloto, que es el que da el tono estético.
El sello de Asif Kapadia (ganador de un Oscar a mejor largometraje documental por
también es detectable, aunque el reparto de los capítulos dirigidos deja clara la jerarquía: Fincher, los dos primeros y los dos últimos; Kapadia, el tercero y el cuarto; y los otros dos directores, también sendos episodios cada uno (Tobias Lindholm y Andrew Douglas). Los guiones, por otro lado, son sobre todo del dramaturgo australiano Joe Penhall, cuyas obras y musicales han sido ampliamente premiados en Inglaterra, y que adaptó brillantemente al cine la novela de Cormac McCarthy.
No es la única gran serie de este año 2017 que tiene a una persona del mundo del teatro en su proceso creativo, pues también la autoría de (versión en serie de la novela de Chris Kraus) recae con mayor fuerza en Sarah Gubbins que en Jill Solloway.
Pero en una serie lo que importa es que sea rentable y no que el público entienda qué parcelas de autoría ha ocupado cada uno de los guionistas, directores, o productores. El parto colectivo se da por supuesto. Y también el aura que puede contagiar una marca consolidada. En el caso de Solloway, el ímpetu feminista y la apuesta fresca y original (gracias a en el de Fincher, una excelencia técnica y un mundo reconocible: el de unos psicópatas cada vez más cotidianos.