La Vanguardia - Culturas

Una novela para un grupo pospunk

- KIKO AMAT

David Keenan es chamán pospunk y friqui a jornada completa. Escocés de nacimiento e indie por osmosis (tocó en grupos como 18 Wheeler y Telstar Ponies), ha dedicado la mayor parte de su vida a escribir sobre discos oscuros y músicos chiflados en biografías (Coil, Nurse With Wound) o revistas especializ­adas (The Wire). Memorial Device es su primera novela: una biografía inventada de un grupo ficticio (aunque el pueblo, Airdrie, es real), ensamblada a base de entrevista­s, cartas, listas y crónica. Un libro que, según su autor, “va de creencia total, y del poder que tiene la música para transforma­r tu realidad”. Una novela que –como declaró Irvine Welsh– “captura (…) la terrorífic­a, obsesiva y ridícula pomposidad de todos aquellos jóvenes fanáticos de la música”.

Cuando militas en tribu te das cuenta de que es todo bastante mundano. Te habías montado una película épica. ‘Memorial Device’ habla de esa épica.

En pueblos pequeños jamás accedías al ideal soñado, nunca ibas a Londres y te hacías amigo de los músicos famosos, así que tu fantasía no se desinflaba. Creías más en la idea que los que estaban en el epicentro de la cultura. Tú seguías en los márgenes, sin derecho a voto, creyendo a pies juntillas en tu fantasía tribal. La prensa decía que los Sex Pistols no sabían tocar, y la gente en los pueblos se lo tomaba al pie de la letra, montando grupos sin aprender siquiera los acordes básicos. Era como el juego del teléfono roto: lo que resultaba al final era más raro y fascinante que la idea original.

Incluso el núcleo ‘cool’ fantaseaba. En el Nueva York del 76 todos soñaban con el París de los 30.

En Memorial Device la mayoría de personajes recuerdan los hechos años después, y se dan cuenta de que no lo tomaron en serio porque no era Nueva York o Londres. Pero ahora lo analizan y se dicen: un momento, esto era significat­ivo. Lo que hicimos fue especial. Una de las preguntas que se hace el libro es: ¿es posible darse cuenta del valor de algunas cosas mientras están sucediendo, o sólo es posible hacerlo mirando hacia atrás?

Bob Stanley dijo que el pospunk era regional. U2 querían ser globales y no tener raíces, pero el pospunk olía a capital de provincia.

Las mejores cosas surgen del aislamient­o, cuando tu mundo tiene horizontes estrechos. El pospunk iba de ver tu lugar de origen como potencial centro del mundo, y tu propia situación como válida, dándote permiso para hacer lo que quisieras. El pospunk era muy diverso, y tenía mucho que ver con el lugar de donde venías. En cierto sentido era como un movimiento folk, con su énfasis en comunidade­s pequeñas, en el DIY (Do It Yourself )…

El pospunk es más radical que el punk.

El rock’n’roll no es un sonido autóctono inglés. Cuando en los 50 los ingleses intentaron asimilar el rock’n’roll americano salieron tipos como Marty Wilde y Adam Faith: algo muy camp y blando. Para mí el punk rock inglés es rock’n’roll americano consolidad­o en Inglaterra. Los Clash son el arquetípic­o grupo de rock. Pero el pospunk hizo realidad las consignas que el punk no cumplió. El punk rock nunca arrancó la música de los músicos, pero el pospunk sí. Tenía un universo enorme, lo devoraba todo. En el punk sólo JohnLy don tenía un gusto ecléctico, pero en el pospunk el eclecticis­mo era lo habitual. Creo que el pospunk continúa donde lo dejó el rock progresivo, sólo que con las lecciones aprendidas del hiato punk.

Me parece absurda la pretensión del punk de “acabar con el aburrimien­to” en 1976, año de glam rock, disco music, reggae y dub… Tu libro hace hincapié en ello.

Siempre me ha incomodado que la retórica del punk se enfocara hacia el aburrimien­to. Aparecen los Buzzcocks y lo primero que hacen es quejarse de lo aburridos que están [can-

ta]: “Boredom, boredom, ba-ba-ba”. Al inicio del libro Big Patty, de Memorial Device, menciona con desdén el cómic situacioni­sta que dice: “Somos capaces de todo para elevar los estándares de aburrimien­to”. Acabas de crear una subcultura nueva, ¿cómo puedes estar aburrido?

Me gusta la actitud extrema de los personajes. Hace unos días entrevisté a un músico pop español que se jactaba de su ‘normalidad’. Como si fuese algo bueno.

[Ríe] Siempre busqué la experienci­a más extrema, la música más extrema y los tíos más raros con los que ir. Era algo monacal. Incluso el uniforme y la apariencia externa hablaban de vocación religiosa. La gente que yo veía en Airdrie, y que aparece en Memorial

Device, estaban rodeados por un halo de santidad. Eran mártires modernos. Sacrificab­an sus vidas por la música undergroun­d. Creían que a través de ello existía una posibilida­d de redención.

Resulta un poco chocante leer sobre la “pequeña y desolada” Airdrie, cuando hay como 30 bandas, clubs de música en directo, 400 chicos y chicas metidos en subcultura. Comparado con mi pueblo, Airdrie es Nueva York.

[Carcajada] Es una utopía alucinada: quizás Airdrie no era así de verdad, pero las posibilida­des estaban allí. Uno tiene que responder a esas posibilida­des, actuar en su honor. Algunos lectores me dicen: “Venga tío, estás flipando, Airdrie no era así, lo único que hacíamos era drogarnos y beber, era un agujero…”. Yo respondo que no lo viví así: yo escuché música alucinante, me relacioné con gente rarísima… Si alguien se conformó con vivir los clichés habituales de los pueblos de mierda es un fallo de su propia imaginació­n.

¿No temes que algunos detalles arcanos del libro se les escapen a los lectores no anglosajon­es?

Uno de mis personajes dice que “esto ya no va de música”, y es verdad. El libro va de creyentes en pueblos aislados. Va de energía adolescent­e. Va de encuentros accidental­es con arte que transforma­rá tu mundo y tu vida. Y eso sí le habla a mucha gente. Porque todas esas cosas no sólo te transforma­ban a ti, sino a todo tu entorno: a la gente que iba a tu clase, a tu padre que te iba a buscar a la comisaría, a tu madre que sufría por tu peinado extraño, a tu hermano que veía los pósters que habías colgado en la habitación… Escribí una memoria romántica de aquellosca­mbios.

David Keenan

Memorial Device

TRADUCCIÓN: JUAN SEBASTIÁN CÁRDENAS SEXTO PISO. 291 PÁGINAS. 21,90 EUROS

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ROBERTO RICCIUTI / GETTY El escritor escocés David Keenan en una imagen del pasado agosto en Edimburgo
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FOTOS GETTY Conciertos del grupo punk The Clash en Glasgow, ciudad próxima a Airdrie, donde transcurre la novela de Keenan
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