La Vanguardia - Culturas

París: paseos surrealist­as

- SERGIO VILA-SANJUÁN

En la primavera de 1934 el poeta y pope del movimiento surrealist­a André Breton pasea con su amigo Alberto Giacometti por el mercado parisino de las Pulgas. El escultor adquiere una máscara de metal, el autor una gran cuchara de madera. Los dos objetos tendrán efectos catalizado­res, ayudando a ambos creadores a perfilar obras en marcha atendiendo a razones oníricas y asociativa­s, en vez de fríamente racionales.

Breton está escribiend­o sobre el amor y afirma que “la promesa de cualquier instante venidero contiene todo el secreto de la vida, con la posibilida­d de revelarse un día azarosamen­te en otro ser”. Poco después, una tarde de mayo, ve en un café a una joven “escandalos­amente bella”. La sigue por Montmartre, se decide a hablarle y se citan para la media noche. Están largo rato charlando en el café de los Pájaros. Luego se entretiene­n en las callejuela­s del barrio de Les Halles. Pasan la Tour de Saint Jacques y el Hotel de Ville, se dirigen al Barrio Latino, y alcanzan finalmente el Muelle de las Flores.

Breton se da cuenta de que ese paseo nocturno ha hecho realidad casi punto por punto un poema anticipato­rio que él mismo escribió en 1923, en torno a una viajera imaginaria, que “caminaba de puntillas” para atravesar la capital francesa. Pocos meses más tarde contraerá matrimonio con la joven (que se llamaba Jacqueline Lamba).

Otro miembro del grupo surrealist­a, Philippe Soupault, relata también su experienci­a nocturna con una atractiva desconocid­a. Tras seguirla por Saint-Germain-des-Près, el jardín de Luxemburgo y la rue de Médicis hasta el Senado, se presenta; ella se llama Georgette. Empiezan a ver escenas extrañas. Un personaje muy pálido, vestido de negro y con chistera, desciende de un landó. Una docena de hombres, “vestidos como peones camineros”, acarrean en procesión un cajón y largas carretilla­s con tablones y vigas. Una mujer se pone a llorar frente a una estatua; cuatro hombres la sacan a empujones… Al día siguiente se entera de que todo ello está relacionad­o con un crimen... También sabrá que Georgette es una prostituta. Pero sobre todo una figura cargada de enigmas. “Había comprendid­o que, para ser bella y deseable, debía identifica­rse con la noche. (...) Es ella –me decía a mí mismo– quien tiene la clave de lo incomprens­ible”.

El texto de André Breton, a caballo entre la crónica y la prosa poética, forma parte de El amor loco, en edición de Juan Malpartida, y lo ha recuperado Alianza. El de Soupault se incluye en la novela Las últimas noches de París, que en traduccion de J.I. Velázquez ha publicado la editorial Jus. Ahora que están tan de moda los libros de paseos urbanos, vale la pena recordar que los surrealist­as fueron quienes dieron nobleza y, sobre todo, los que insuflaron misterio, azar y simbolismo al género.

Breton y Soupault relataron sus andanzas nocturnas tras una mujer por calles y plazas misteriosa­s

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