Construir verdad
Los personajes son de verdad, y aunque quizás explican mentiras, acarrean una verdad insuperable
Este año la sorpresa de la temporada teatral barcelonesa ha llegado casi cuando esta se acaba.
Se trata del montaje de Juan Carlos Martel con textos de Joan Yago que se ha presentado en el Teatre Lliure, ‘Seis personajes. Homenaje a Tomás Giner’. Un ‘documental de ficción’ sobre los sintecho
A menudo cada temporada teatral esconde una sorpresa (o más) interesante. En esta temporada 20172018 que ahora acaba podemos dar este título honorífico a Sis personatges, el montaje de Juan Carlos Martel (dramaturgia y dirección) sobre un texto de Joan Yago. Probablemente, podemos encajar Sis personatges dentro del género de teatro documental de ficción. Un género que, como indica su contradictorio nombre, incluye montajes que construyen un relato dramático basado en una historia de ficción, o no, a partir de una construcción que tiene toda la apariencia del teatro documental. En el cine, a este género podríamos llamarlo falso documental.
El actor Marc Rodríguez hace de periodista, o historiador y biógrafo si quieren, y conduce el montaje de un personaje a otro con el fin de reconsWaldheim) truir el sexto personaje, el ausente, Tomás Giner. Giner es un hombre que nace en la negrura del franquismo y pasa su infancia en un orfanato, donde conoce a un compañero y se hace inseparable. Es el compañero, el amigo, de infancia quien responde a las preguntas de Marc y contestando sus cuestiones nos descubre qué significaba vivir en un orfanato de la España profunda de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. ¡Qué escuela de vida! ¡Qué prueba de supervivencia! Pero aquí no hay lugar para el sentimentalismo o el melodrama. Estos personajes que interactúan con Marc son de verdad, y, aunque probablemente explican mentiras, acarrean una verdad insuperable.
En el último festival de Berlín se presentó un documental, The Waldheim Waltz (literalmente El vals de de Ruth Beckermann, que, podemos atrevernos a decir, habría sido elogiado por el mismo Thomas Bernhard. La película está montada a partir de imágenes de archivo, de espacios informativos de varias cadenas de televisión de los años setenta y ochenta que ilustran un hilo narrativo demoledor con respecto a la construcción de la Austria posterior a la Segunda Guerra Mundial: la llegada a la presidencia del país de un político como Waldheim, con un pasado nazi documentado, después de haber sido secretario general de la ONU entre 1972 y 1982 es metáfora de las grandes dosis de amnesia que el país entero se autosuministró con el fin de pasar página de la experiencia de colaboración con el Tercer Reich alemán. Austria se presentó como la primera víctima del nazismo al ser anexionada por Alemania en 1938, pero está sobradamente documentado el enorme entusiasmo que una gran mayoría de la población austriaca demostró para sumarse al proyecto nacional liderado por Hitler. Entre los entusiastas había un joven Kurt Waldheim que participó activamente en la guerra y en determinadas operaciones criminales contra los partisanos y contra los judíos. Y a pesar de todo, una espesa capa de olvido (y mentira) permitió a Waldheim abrirse paso en las esferas más altas de la política. A pesar de todo, la grandeza de la película documental no es la acusación contra el desaparecido Waldheim, sino la de señalar a Austria. Como en el caso de la narrativa y la dramaturgia de Bernhard, el magnífico filme de Beckermann se pregunta sobre el país, sobre su gente. La cuestión aquí es cómo fue posible que la gente olvidara hasta el punto de colaborar en el encubrimiento de una enorme responsabilidad. El ministro de Asuntos Exteriores Waldheim, el secretario general de la ONU Waldheim y el presidente de la República Waldheim, no están demasiado lejos de aquel Rudolph, el personaje de Bernhard de Ante la jubilación que conmemora clandestinamente el aniversario de la muerte de Himmler a manera de homenaje al nazi desaparecido. En The Waldheim
Waltz la metáfora está contenida en el mismo título: los valses de Año Nuevo en Viena fueron la gran imagen blanqueadora de un país que aún hoy no ha hecho una revisión crítica de su pasado. Bernhard, antes, o Beckermann, ahora, son dedos valientes acusadores que no rehúyen las grandes asignaturas pendientes de la sociedad austriaca. La amnesia autoimpuesta de esta sociedad ya estaba también en la gran novela de Hans Lebert Die Wolfshaut (traducida aquí como La piel del lobo, por El Aleph), donde toda una comunidad rural austriaca decide enterrar en la memoria unos horribles crímenes perpetrados durante la guerra por parte de sus habitantes.
La cuestión, pues, es la mirada de la gente. La carga de esta mirada, el filtro que se aplica para ver o no ver aquello que la realidad plantea de manera desgarradora. Los que se dejan al margen, también forman parte de esta invisibilidad, de aquello que voluntariamente no se quiere ver. El ciclo de teatro inclusivo que ha programado el Teatre Lliure pretende precisamente revertir este hecho.
No ver a los sintecho, la gente que está en la calle sin posibilidades de integración, es una actitud política. Nombrar a alguien que ha hecho vida en la calle, que ha acabado allí por diferentes circunstancias, es construir una identidad que podemos reconocer. Alguien con nombre y apellidos, no un cuerpo que ocupa un espacio molestando a nuestra mirada. Tomás Giner es ese personaje, reconstruido por los testigos de su trayectoria vital. Gente de la calle (proveniente de la colaboración del proyecto escénico con la Fundació Arrels) y gente de la cultura de Barcelona. La Barcelona de los sesenta y setenta que se erigía en bastión contracultural en la mediocridad del franquismo. Y aquí hay que entender las apariciones en pantalla de Carme Sansa, compañera de reparto de un Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, que la Agrupació Dramàtica de Barcelona tenía que estrenar a las órdenes de Ricard Salvat, o de Jaume Sisa o Mariscal, compañeros de juergas nocturnas de los primeros años setenta. Pero la verdad la traen los de abajo, la base, los desconocidos Jesús Marcos, Enric Molina, Valerio N’Dongo, Martí Ruiz Carreras y Hans Üdo Braendle, que trataron de tú a tú a este personaje, Tomás Giner, inventado para activar nuestra visión periférica, para fijar nuestra atención no en un problema, sino en alguien que ha vivido sin la red de los mínimos vitales.
No es porque sí que el personaje en cuestión acabe en la calle en el primer gran movimiento especulativo del sector inmobiliario en Barcelona, enmarcado en los Juegos Olímpicos de 1992. La primera gran gentrificación de la ciudad, de las muchas que vendrían después. En aquel momento ya lo escribía el gran Ma- nolo Vázquez Montalbán (por cierto, gran amigo de la Fundació Arrels), y entonces fue muy criticado por oponerse a aquel gran consenso olímpico. Aquello, no lo olvidemos, fue posible gracias a una hegemonía cultural que hoy tendríamos que poner en crisis. Sis personatges.
Homenatge a Tomás Giner contribuye a formar esa necesaria mirada crítica.
La obra contribuye a formar la necesaria mirada crítica a una hegemonía cultural que arranca en el 92