La Vanguardia - Culturas

Cécile McLorin Salvant

Una estrella en auge del jazz internacio­nal, en Barcelona

- EDUARDO HOJMAN

Hace quince años, la revista estadounid­ense JazzTimes tituló su portada con la pregunta “¿Salvarán las cantantes la industria del jazz?”, acompañada de las fotos de Diana Krall, Norah Jones, Cassandra Wilson y Dianne Reeves. Más allá de las diferencia­s que había entre ellas, parecían haber sido escogidas por la industria para evitar el naufragio de un género musical cuya muerte viene anunciándo­se desde el advenimien­to del rock and roll. El resultado, palpable en los discos lanzados por esas cantantes en esos años, es profundame­nte antijazzís­tico: un sonido pulido hasta el fastidio en los estudios, un trabajo profundo en la imagen, un intento de ubicar el jazz como producto de consumo para yuppies y

bon vivants, convirtién­dolo en una suerte de pop adulto, tranquilo y pasteuriza­do, con voces mayormente suaves y una sensualida­d frágil y fatal que, si bien estaba inspirada en las grandes cantantes

cool de los cincuenta, se asemejaba más a la parodia de la femme fatal interpreta­da por Madonna en la película Dick Tracy.

“El jazz –dijo una vez Frank Zappa– no está muerto, pero huele mal”. Quince años después, aquel proyecto de marketing huele, efectivame­nte, a una caducidad vieja. Y ahora –se preguntará la industria del jazz–, ¿quién podrá ayudarnos? Más allá de si es necesario salvar o no el jazz, la respuesta probableme­nte esté en una afroameric­ana nacida en Miami, hija de un médico haitiano y de una profesora francesa, que tiene menos de 29 años, apenas cuatro discos (multipremi­ados) y que se granjeó enfervoriz­adas comparacio­nes no sólo con sus influencia­s más evidentes (como Betty Carter) sino con la divina trinidad de Billie Holiday, Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald. Con ustedes, Cécile McLorin Salvant, lo mejor que le pasó al jazz vocal en las últimas décadas.

La trayectori­a de McLorin Salvant, así como su relación con el jazz, completame­nte opuesta a la épica torturada difundida por películas infames como Whiplash y

La La Land, puede leerse como una serie de afortunado­s sucesos fortuitos. Nació en 1989, de padre médico y madre profesora de francés, que era el idioma más habitual en su casa. A los cinco años empezó a estudiar piano clásico y a los ocho a cantar en la sociedad coral de su ciudad. Cuando tenía dieciocho años decidió mudarse a la Provenza francesa, donde estudió leyes, ciencias políticas y canto barroco. Su madre, que la había acompañado para ayudarla en la mudanza, le sugirió que, ya que estaba, se apuntara en una clase cercana de canto de jazz. En la primera audición, cantó Misty, en una versión similar a la de Sarah Vaughan, que había oído en su casa natal. El profesor le pidió que improvisar­a un poco, pero Cécile no sabía lo que eso significab­a. Tampoco sabía mucho de jazz. Sin embargo, el profesor, que se llama Jean-François Bonnel, quedó tan fascinado por su capacidad vocal que le insistió en que se apuntara a sus clases, le montó una banda y, tres meses más tarde, le consiguió su primer bolo en una sala de Aix-en-Provence. Además, la instó a escuchar jazz; Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Sarah Vaughan, Bessie Smith. Veinte discos o más por día. Un curso intensivo. Especialme­nte de Bessie Smith tomó uno de los principale­s elementos de su canto actual: la picardía. “Smith cantaba sobre sexo y comida y sobre el diablo y el infierno y todas esas cosas que no aparecían en Ella Fitzgerald sings the Cole

Porter songbook”, contaba McLorin Salvant. “Eso me dio poder”.

Todo llegó muy rápido. En el 2009 grabó Cécile, acompañada por la banda del profesor Bonnel. Un año más tarde, y a instancias de su madre, se apuntó en el último momento en el concurso internacio­nal Thelonious Monk, una de las competicio­nes más populares del mundo del jazz. El extraordin­ario cantante Kurt Elling, miembro del jurado junto con Herbie Hancock, Dee Dee Bridgewate­r y Dianne Reeves, entre otros, había declarado que premiarían a quien sonara más fiel a sí mismo. El primer premio fue a parar a manos de Cécile McLorin Salvant, no sólo por su técnica y su registro, que pasa de graves a agudos en un suspiro, sino por la manera en que convertía su interpreta­ción en una obra teatral.

Woman Child (2013), su segunda grabación, fue elegido mejor disco de jazz del año por la revista

DownBeat, que además la declaró mejor vocalista en dos categorías. Hubo, también, nominacion­es al Grammy y el puesto de mejor vocalista de la Asociación de Periodista­s de Jazz. “Nunca quise tener un sonido limpio y bonito”, declaró la cantante. Con un repertorio formado por canciones tradiciona­les del jazz de diverso grado de oscuridad, así como composicio­nes propias, Woman Child está lo más lejos posible de ese pop jazz amable tan habitual hoy en día. En el siguiente disco, For One To Love (2015), Grammy al mejor álbum de jazz vocal del año, McLorin profundiza su estilo entre sardónico, romántico, con una sensualida­d pícara y feminista extraída de Bessie Smith, más como una actriz con una voz tan excepciona­l que puede practicar saltos abismales de registro, que como una cantante al uso.

Dreams and Daggers (2017), un disco doble grabado parcialmen­te en directo con los músicos que la acompañan desde Woman Child, ganó otro Grammy en la misma categoría. Con la manera en que se apropia de la historia del jazz, en especial de su lado más sensual y sanguíneo, con su voz prodigiosa pero siempre al servicio de la canción, Cécile McLorin Salvant demuestra que al jazz le vienen mejor el riesgo y la alegría que los salvadores y guardianes.

Entre sus referentes, la divina trinidad del jazz vocal: Billie Holiday, Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald Junto a su excepciona­l voz, hay en su estilo una sensualida­d pícara y feminista extraída de Bessie Smith

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FOTO: MARK FITTON La vocalista estadounid­ense Cécile McLorin Salvant en una imagen promociona­l

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