Haruf, la falsa sencillez
Llega el segundo volumen de la ‘Trilogía de la llanura’, una de las últimas obras del exitoso escritor de narrativa norteamericana, Kent Haruf. La extrema dureza de la vida rural explicada con la naturalidad de lo auténtico
En febrero de 2014 pasó algo que con certeza absoluta el tiempo no borrará, más bien lo contrario. A Kent Haruf, de Colorado, autor de seis estupendas novelas muy personales, entre ellas la llamada Trilogía
de la llanura, le fue diagnosticado un cáncer terminal; le quedaban unos escasos meses de vida. Haruf, el hombre tranquilo, echó mano de unas insospechadas reservas de coraje moral. Se dispuso a contar a su estilo la historia de dos vecinos de una pequeña localidad de Colorado, su territorio imaginario de Holt donde han transcurrido las vidas de Louis Waters y Addie Moore, hasta desembocar en la soledad de la vejez. Con su último aliento Haruf reúne las historias de ambos en el tramo final que deciden compartir sin que
la mayoría de los familiares y la sociedad rural entienda su postura, el ansia de sumar el calor que emana de los cuerpos gastados y sus espíritus en aquel preciso segmento de la aventura de vivir.
El resultado fueron apenas un centenar y medio de páginas que transpiran aire sano por todas sus costuras y que dejó armadas y corregidas sólo días antes de morir. Se trata de Nosotros en la noche (Our souls
at night), tal vez el texto más hermoso y trabado de su medida y escrupulosa bibliografía. Aunque sólo fuera por sus cualidades, Kent Haruf, desaparecido prematuramente a los setenta y un años, perdurará en la memoria de la narrativa norteamericana moderna; esto es, en la sensibilidad de quienes hayan sabido conmoverse con la doble historia deWatersyMoo re, contada desde la perspectiva de una noche “oscura” y “fría” en una novela hoy por hoy única y, por descontado, imborrable.
Por fortuna, el emotivo y compasivo Haruf (Colorado, 1943-2014), producto de la Universidad de Nebraska, destila su madurez y no agota el talento creador en Nosotros en
la noche. Antes publicó el primer tomo de la Trilogía de la llanura –La
canción de la llanura– con el que inauguraba su manera muy personal deelevar,porlavíadelrealismoimaginario, el alma y la vida rasa de la llanura de Holt como si fuese un territorio al que es posible acceder sin ser consciente de hacerlo únicamente a
través de las palabras. Se huele la sequedad de la tierra, podemos sentir el cosquilleo del polvo rojizo en las fosas nasales, asistimos de la forma más natural a los dramas de los personajes vulgares, captamos sus voces, vemos las huellas de sus pisadas… Rebosan vida y son parte del paisaje remoto que un nativo del lugar, alguien llamado Kent Haruf, nos hace real a través de las inflexiones de su mirada y los tonos de su voz hundida en la tierra. Algo similar ocurre con el Wyoming adoptivo de Annie Proulx (Connecticut, 1935), una mirada femenina sobre un mundo intensamente machista, que nos revela la indefensión y vulnerabilidad de los hombres y mujeres que lo habitan. Recuerdo que la lectura de La
canción de la llanura me impresionó por su intraducible sencillez. Falsa, por supuesto. Haruf tiene la poderosa virtud de traducir a términos elementales la complejidad de las vidas que narra con el trasfondo de un paisaje que tampoco pierde en ningún momento su condición de hostil. La canción de la llanura se trasformó rápidamente, con toda justicia, en un clásico. Ahora aparecen las traducciones castellana y catalanadelsegundovolumendelatrilogía, Al final de la tarde –Capvespre–, y la conclusión es la misma. Gente como los rudos hermanos McPheron que brindan generosa acogida a Victoria Roubideaux, joven madre soltera e indefensa que vuelve a los estudios universitarios; el profesor acosado por el padre de un alumno al que juzga con rigor; la extrema dureza de la vida rural descrita con profusión de detalles y sin embargo con una cruda sencillez que desarma –por ejemplo, el examen y selección de los seis toros en los corrales de los McPheron con un desenlace violento que concluye en urgencias del hospital de Holt– gracias a la forma de contarlo de Haruf, con la naturalidad de lo auténtico. Vean esa frase: “Y pronto se encenderían las farolas, parpadeantes y temblorosas, para iluminar todos los rincones de Holt”. El magisterio de Kent Haruf.
Mientras leemos podemos oler la sequedad de la tierra y sentir el cosquilleo del polvo rojizo en la nariz