La Vanguardia - Culturas

Ajeno al mundo exterior

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“Yo también soy un corrompido. Sin fe en Dios, egoísta y sin ninguna confianza en mi mismo. Homosexual, alcohólico, drogado, cleptómano...”. Ese era el retrato que hacía de si mismo Ángel Vázquez en carta a su amigo Emilio Sanz de Soto. Nacido en Tánger el 3 de junio de 1929, Antonio Vázquez Molina –que tal era su nombre aunque lo cambiara por parecerle nombre de torero– se presenta en la memoria de sus contemporá­neos como un niño tímido y retraído, encerrado en el universo femenino familiar, dado el pronto abandono por parte de su padre. La tienda de sombreros de su madre –transforma­da en el personaje de Marinita Medina en la novela– donde asiste a las charlas de las mujeres de Tánger, inspirará en gran medida el lenguaje de sus novelas. La decadencia familiar –la abuela enloquece y la madre cae en un progresivo alcoholism­o– hace que deba renunciar a sus estudios, convirtién­dose en un autodidact­a devorador de libros. Su vida pasa en esta época por diversos trabajos a los que presta la mínima atención consciente de que su mundo auténtico es la literatura, en la que logra destacar con el premio Planeta de 1962, con una novela que confiesa haber escrito “gracias a infusiones de whisky al principio y de tintorro después”. Por esas fechas se describe, en entrevista a Del Arco publicada en como “muy evasivo, (...) ajeno al mundo exterior” y muy poco satisfecho de su carrera literaria. Una insatisfac­ción que mantendría hasta el final de su vida cuando, instalado ya en una pensión madrileña, consume sus días entre la literatura y el alcohol. Murió un 25 de febrero de 1980, tras quemar dos novelas en las que trabajaba. Alguien diría entonces que acababa de morir el último escritor maldito de España.

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Ángel Vazquez

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