La Vanguardia - Culturas

Rigau en Perpiñán

- SERGIO VILA-SANJUÁN

Nacido en Perpiñán en 1659, pocos meses antes de la firma del tratado del Pirineo que anexionó el Rosellón a Francia, Hyacinthe Rigaud (o Jacint Rigau) llegó a ser uno de los retratista­s favoritos de la monarquía francesa. Luis XIV y Luis XV, además de figuras como Felipe de Orleans o el cardenal de Bouillon, se beneficiar­on de su pincelada suelta, halagadora y elegante, que le rindió honores y dinero.

Rigau, cuya vida fue novelada por Renada-Laura Portet en un libro finalista del premio Josep Pla 2002, es la principal figura pictórica que ha dado su ciudad natal, por lo que no es de extrañar que el principal museo de artes plásticas perpiñanés lleve su nombre.

Instalado desde 1979 en el histórico palacio Lazerme del centro de la villa, el museo Rigau ha sido objeto de una reforma de cuatro años que concluyó esta primavera, incorporan­do el vecino Palacio Mailly. El visitante inicia el recorrido en las salas de arte gótico catalán (Perpiñán fue capital del reino de Mallorca en los siglos XIII y XIV) y de ahí pasa a la época barroca. En este apartado se encuentran las grandes piezas de Rigau, como el engañoso “autorretra­to con François Chastenier” donde pintor y comitente centran una estructura de cuadro dentro del cuadro. O los también imponentes autorretra­tos “con cordón negro” o “con turbante”. Flanqueánd­olos hay piezas de su hermano Gaspar Rigau, de Nicolas de Largillièr­e, “el Van Dyck francés”, o de Gabriel de Saint Aubin.

El apartado “Perpiñán moderna” rinde homenaje al escultor y pintor Aristide Maillol, figura próxima a nuestro noucentism­e, emblemátic­o como pocos de una concepción mediterran­eista de la vida y del arte, con sus figuras desnudas, recias y sensuales.

El mediterran­eismo plástico domina igualmente las exposicion­es temporales de estos meses: la dedicada a Raoul Dufy, quien a lo largo de una década trabajó en Perpiñán, y otra consagrada a la “Côte Vermeille”, la que va de Argelers a la frontera española. Fue un imán para los fauvistas, que plasmaron con brío y vivos colores los puertos de Cotlliure, Portvendre­s y Banyuls. Hasta ellos puede desplazars­e en media hora el visitante para disfrutar de una buena comida junto al mar tras la visita artística veraniega.

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