Mendoza, entre el belén, Joplin y el príncipe Tukuulo
Ecos autobiográficos Eduardo Mendoza publica ‘El rey recibe’, su obra de ficción con más resonancias autobiográficas, situada en los setenta en Barcelona y Nueva York, y protagonizada por el periodista Rufo Batalla, cuya peripecia vital le asemeja a un al
“Durante años, la idea de redactar unas memorias me resultó inadmisible, odiosa; hoy me parece menos tonta. Ahora bien, cada vez que me pongo a escribir acabo en una novela”. Son palabras de Eduardo Mendoza en el párrafo final de Mundo
Mendoza, una aproximación a la vida y obra del autor barcelonés editada en el 2006. Ese mismo año había publicado Mauricio o las elecciones
primarias, título en el que, sin exponer su vida particular, revisaba una coyuntura política, social y sentimental que fue la suya: un tramo del decenio de los ochenta colmado en España de grandes expectativas, luego rebajadas o defraudadas.
Entre el 2006 y la obtención del premio Cervantes 2016, Mendoza publicó títulos dispares. Por ejemplo, El viaje de Pomponio Flato
(2008), thriller situado en la Galilea de los albores del cristianismo, fruto de sus lecturas patrísticas y de su vena paródica. O la intriga Riña de gatos (premio Planeta 2010), una pintura negra en formato literario, escenificada en el Madrid previo a la Guerra Civil. O la cuarta y la quinta entrega de las aventuras de su detective majareta: El enredo de la bolsa y
la vida (2012) y El secreto de la modelo extraviada (2015). O el ensayo
¿Qué está pasando en Catalunya?
(2017). Es decir, se apartó de la literatura de ecos memorialísticos que apuntaba en Mauricio.
Pero en El rey recibe, que llega ahora a las librerías, vuelve a caminar por dicha senda. Y lo hace con acentos quizás más propios que nunca. Esta obra, protagonizada por el periodista (con inclinaciones literarias) Rufo Batalla, no es ni mucho menos una autobiografía. Pero sí es un texto de ficción inspirado en la experiencia personal de Mendoza, en las transformaciones sociales y culturales a las que ha asistido. Lo es en términos espacio-temporales, puesto que se divide en dos partes, una localizada en Barcelona y otra en Nueva York, las dos en los setenta, cuando Mendoza abandonó su ciudad para instalarse en la de los rascacielos. Lo es en lo referido a las situaciones y grupos que Mendoza conoció y frecuentó en sus años en EE.UU., mientras debutaba y se consolidaba como novelista de éxito. Y asimismo lo es en lo relacionado con muchos otros aspectos de las vidas de Batalla y Mendoza, que a ratos presentan claros paralelismos.
La lista de coincidencias entre Batalla y Mendoza resulta, en este sentido, extensa, tanto en los rasgos de carácter como en lo ideológico o en los gustos y preferencias. El patrón de relaciones con las mujeres de uno y otro tiene rasgos parecidos: Batalla es despedido por una de sus novias con unas palabras que le retratan con cariño, pero también con tintes derogatorios, sacándole cierto parecido al Mendoza real. Uno y otro viajaron a los países del Este antes de irse a Nueva York, y volvieron con una opinión de lo visto allí que no complació a sus amigos progres. Ya en el ámbito de los detalles, uno y otro guardan un recuerdo mitificado del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts
Club Band. Uno y otro se relacionan con la colonia de artistas catalanes en Nueva York, o se solazan en las playas de Fire Island...
Mendoza sitúa pues en el papel protagonista de su obra al alter ego Rufo Batalla: un periodista de limitada vocación, que tras haber escuchado ya en Barcelona el disco Pearl de Janis Joplin, ve un día a su madre a punto de montar el belén, desempolvando un año más las figuras de los pastorcillos “en teatral actitud de sorpresa y unción”, y decide dejar el domicilio familiar y largarse sin demora a Nueva York, donde se empleará en un organismo oficial. Más o menos, como Mendoza en 1973.
Pero, al fin novelista, Mendoza somete a Batalla a los designios de un príncipe de opereta báltico: un exiliado con halo fantástico y, al tiempo, sujeto a penurias muy terrenales. Se llama Tadeusz María Clementij Tukuulo (Bobby para los amigos). Y acabará siendo determinante para Batalla. Porque Tukuulo sazona la existencia de éste con unos brillos de aventura que sacuden un poco el tedio cotidiano.
Mendoza recurre pues en esta obra a un elemento vertebrador habitual en sus tramas: la desigual relación entre una figura dominante, que empuña sin titubear el timón de su vida y de la de quienes le rodean, y otra tirando a pusilánime, pero siempre dispuesta a embarcarse en la nave que le indiquen. Algo comparable a lo que sucedía en La verdad sobre el caso Savolta con el intrépido Lepprince y el acomodaticio Miranda.
Aún así, o en parte por ello, la existencia de Batalla es desasosegada, y de eso va en buena medida este libro: teme errar el rumbo vital, teme la irrelevancia, y las dudas e inquietudes le asaltan de continuo, privándole de la tranquilidad de espíritu en cualquier lugar o circunstancia. Todo ello, ante un marco de transformaciones sociales a las que el autor, a la vuela de los años, atribuye una importancia superior a la de ciertos cambios políticos. Y, por lo general, sin caer muy abajo en el pozo de las angustias y salpimentado el relato con los elementos cómicos marca de la casa. Entre otros motivos porque, siendo esta una novela de iniciación –y Mendoza su autor–, le pilla ya a Batalla bastante crecidito y descreído. Lo suficiente para, a la postre, acabar descubriendo los rasgos más risibles de la realidad. También los menos favorecedores de la antaño idealizada Nueva York. E, incluso, para volver a sentir una “leve ternura” ante las figuritas del belén durante un breve regreso navideño a Barcelona. De nuevo, un reflejo del Mendoza que, a principios de los ochenta, intuía el inminente final de su etapa neoyorquina, y no dejaba de preguntarse qué hacía allí, “cuando en España Tejero y las elecciones dan tanta vidilla”.
No es la relación entre Batalla y Tukuulo el único elemento verte-
“La separación me duele porque te quiero. Me humilla que seas tú el que me deja plantada, y sobre todo me duele porque no quiero perderte. Sé muy bien que no eres perfecto. Eres egoísta y encima no tienes valor para serlo abiertamente. Por eso eres embustero y falso, con los demás y contigo mismo. No te preocupes: tus defectos son defectos que la sociedad permite, fomenta y a veces premia. Pero eres listo, alegre y simpático, tienes curiosidad por las cosas y un espíritu inquieto que resulta contagioso. Sin ti la vida se me hará muy monótona”.
(Rufo Batalla, retratado por su novia Claudia Centellas, al finalizar su relación)
brador de El rey recibe que remite a los usos literarios de Mendoza. Hay en el libro pinceladas de vidas de santos –en este caso, San Bratislav–, nombres de tebeo (como el de la corista y amante Petra Sobada, a la que Batalla rebautiza Liviana de Lejos). Hay también el habitual mestizaje de hablas y estilos, gracias a una serie de personajes que se expresan con voz propia, como Tukuulo o su
staretz; como el director del periódico de Batalla o como su jefe en Nueva York, un probo funcionario de conducta y oratoria exquisitas, que se apellida Carvajal, al igual que se apellidaba de segundo (Arias-Carvajal) el padre de Mendoza, otro funcionario intachable. Y, por supuesto, hay una prosa esmerada y exacta, refractaria a la frase hecha, ajena a cualquier pereza narrativa, cincelada con mucho oficio y amor al oficio. Lo cual convierte la lectura de esta obra en una experiencia grata y más breve de lo deseable.
Aunque quizás tenga continuación. Mendoza es un autor imprevisible, inconstante, que ha admitido mil veces su tendencia a emprender proyectos ambiciosos para al poco fatigarse, aparcarlos sine die y ponerse a otra cosa. Hace diez años hablaba de Mauricio como del primer eslabón de una trilogía que no fue. También de estar reuniendo notas para una novela de largo aliento que todavía no hemos visto. Pero esta etapa de tono más biográfico a la que vuelve con El rey recibe podría tener continuidad. Mendoza ha presentado su nuevo título como el inicio de una trilogía que recorrerá hechos diversos a partir de la experiencia del protagonista, que como hemos visto tiene mucho de la suya. E incluso ha precisado que entre esos hechos estarán “la transición en España, la caída del muro y la crisis del comunismo”. Veremos. De momento, aquí está El rey recibe. Disfrútenlo.