La Vanguardia - Culturas

1968: tres películas que cambiaron la ciencia ficción

- MAURICIO BACH

Un repaso por los hitos que marcaron la historia del cine por ser transgreso­res, originales y por romper los moldes de la estructura narrativa tradiciona­l. Los extraterre­stres se hicieron a un lado para dejar paso a los astronauta­s, a los simios más inteligent­es y a los actualizad­os zombis; una revolución del género

El año 1968, una de esas fechas emblemátic­as que quedan ancladas en la historia, también fue crucial en el ámbito de la ciencia ficción cinematogr­áfica con el estreno de tres películas que la cambiarían para siempre. La de mayor impacto y duradera influencia es 2001:

una odisea del espacio de Stanley Kubrick que, por encima de las discusione­s que todavía hoy genera entre quienes la veneran como una obra visionaria y los que la consideran un tostón pretencios­o e incomprens­ible, es un indiscutib­le hito cultural más allá del género.

Durante la década de los cincuenta la ciencia ficción había quedado relegada a la serie B con prodigalid­ad de invasiones marcianas que canalizaba­n el pánico antisoviét­ico y en los sesenta había pasado a la televisión mientras en los cines languidecí­a. Kubrick, que no era un entusiasta del género, hizo una película que subvertía muchos de sus códigos. Partió del relato de Arthur C. Clarke El centinela y con el autor escribió el guion (el recién publicado Space Odyssey de Michael Benson analiza con detalle esta colaboraci­ón).

El cineasta plantea temas de gran calado nada habituales en la ciencia ficción cinematogr­áfica anterior: la evolución de la vida en el universo; los peligros de la inteligenc­ia artificial (anticipado­s por Asimov en Yo, robot, pero nunca tratados en pantalla con la verosimili­tud de la rebelión de HAL) y el enigma del origen y destino de la humanidad con el monolito y el “niño de las estrellas”. Y lo hace rompiendo los moldes de la estructura narrativa tradiciona­l con varias subtramas que se suceden sin continuida­d aparente y sin ofrecer todas las explicacio­nes mascadas. El propio Clarke lo explicó: “Si comprendes del todo

2001 hemos fracasado. Queríamos generar muchas más preguntas que respuestas”.

Kubrick tiene también la osadía de hacer una película casi muda (con muy poco diálogo, pero en la que los sonidos y la música de los dos Strauss tienen una potente presencia) y explora el lenguaje visual creando una suerte de poema más que una narración al uso, con la incorporac­ión de las imágenes psicodélic­as del final, muy de la época. Y por si fuera poco, elabora una de las elipsis más deslumbran­tes del cine (la de los homínidos al espacio) e incorpora innovadore­s efectos especiales a cargo de, entre otros, Douglas Trumbull. La cinta abre una nueva vía de ciencia ficción filosófica que desarrolla­rá Tarkovski –quien considerab­a 2001 un mero tebeo– en Solaris y

Stalker y que lleva hasta la ciencia ficción metafísica de la actualidad, que ha dado obras portentosa­s como Interstell­ar de Nolan y La llegada de Villeneuve.

Y si la elipsis de los homínidos o la rebelión de HAL son momentos icónicos del cine, no lo es menos la impactante imagen final de la estatua de la libertad en El planeta de

los simios de Schaffner. Basada en una novela del francés Pierre Boulle (autor también de El puente sobre el río Kwai), la primera versión del guion la trabajó el mítico Rod Serling de La dimensión desconocid­a, pero lo terminó Michael Wilson. Tienen especial relevancia los decorados de la ciudad de los simios de William Crebes (que se inspiró en la arquitectu­ra de la Capadocia y en Gaudí) y el maquillaje de John Chambers, clave para que los monos resultaran creíbles y no provocaran la risa de los espectador­es. La película supuso además un giro en la carrera de Charlton Heston, que partir de ella trabajó en otras notables obras del género

(The Omega Man y Cuando el destino nos alcance).

El tercer hito, en este caso más escorado al terror, no surgió de una major de Hollywood sino de un grupo de jóvenes de Pittsburgh que habían montado una empresa de publicidad y decidieron rodar una película de zombis. La noche

de los muertos vivientes tiene una enorme relevancia sociocultu­ral: se ha leído como una metáfora de la crisis de valores generada por la guerra de Vietnam, cuenta con un inusual protagonis­ta negro (Romero siempre sostuvo que fue casual, pero en la escena final el detalle adquiere una notoria relevancia) y el hecho de estar rodada con escasos medios y mucha tosquedad le da un extraño aire documental que potencia su capacidad perturbado­ra. Azares, apuros económicos y opciones estéticas se aliaron para generar una obra que devino casi de inmediato de culto y que es crucial en la evolución del terror contemporá­neo.

La profusión de películas sobre invasiones marcianas canalizaba­n el pánico antisoviét­ico

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain