Ni Tolstói ni feminista
Nino Haratischwili creció leyendo literatura alemana, rusa y latinoamericana a base de saquear la biblioteca de su abuela, mientras que su inmersión en la georgiana ya se produjo en la edad adulta y no ve huellas de ella en su obra. Eso sí, enmarca su éxito “dentro de un feliz proceso de apuesta de las editoriales alemanas por las letras georgianas en los últimos años, que sin duda me ha beneficiado. Durante siete décadas permaneció oculta bajo el telón de acero y merecía la oportunidad de ser descubierta”. La también dramaturga –que ya ha visto su do de pecho llevado a los escenarios– ha querido desmarcarse de la celeridad con la que lectores y críticos han querido establecer concomitancias entre La octava vida
(para Brilka) y la ambición de los grandes clásicos rusos. “Puede que algo de ellos se filtrara a nivel inconsciente puesto que lógicamente todos creamos bajo la influencia de las lecturas que hemos amado. Las comparaciones resultan halagadoras pero jamás los tuve como referencia, sería un craso error pretender emular a cualquier autor, escuela o tradición. Me limité a contar la historia que deseaba contar, en mis propias palabras y con mis propias herramientas, y si fue adquiriendo hechuras decimonónicas fue simplemente porque el ritmo de descubrimientos interesantes,
mientras me documentaba, me impulsaron a engordar la narración sin pensar mucho en las consecuencias”.
Más asombro que los probables vínculos con Tolstói y compañía le han causado a Haratischwili las lecturas en clave feminista de su novela, aunque podrían antojarse razonables dado que abundan los personajes femeninos sobrados de determinación, carácter y sensibilidad artística. “En ningún momento se me cruzó por la cabeza escribir sobre mujeres fuertes, quizá porque me criaron mujeres fuertes y carezco de conocimientos suficientes sobre las mujeres
débiles. Por descontado que mi intención fue contar la novela desde una perspectiva femenina porque soy una mujer y la historia ha tendido a ser explicada por los hombres. Sin embargo, creo que los personajes de ambos sexos tienen idéntico peso a lo largo del texto y se reparten con equidad las cualidades positivas y negativas. Todos son seres humanos por un igual, es decir, capaces de la mayor crueldad y de la mayor bondad”.