Gilligan y la obra maestra
La próxima semana se celebra en Barcelona una nueva edición, la quinta, del festival Serielizados, dedicado a las series de televisión (en el CCCB, del 27 al 30). Y uno de sus invitados estrella es Vince Gilligan, creador de algunas de las ficciones más exitosas de los últimos años, como ‘Breaking bad’
Vince Gilligan estudió cine en la Universidad de Nueva York. Trabajó en ese ámbito y vio estrenada alguna película. Sus primeros trabajos en televisión fueron como guionista de Expediente X. De hecho, a algunos de los directores y técnicos de su primera obra maestra, Breaking bad, los conoció en aquella época, los años noventa, cuando se generó el caldo de cultivo que acabó evolucionando en la tercera edad de oro de la televisión. Uno de los episodios de Expediente X que escribió, titulado Conduce, ponía al agente Mulder en el interior de un coche con un tipo muy antipático, antisemita, que tenía que conducir hacia el Oeste o si no le estallaba literalmente la cabeza. “Se necesitaba a un actor que pudiera interpretar a un gilipollas, un paleto desagradable y asqueroso, pero que, a pesar de todo, al final tienes que acabar lamentando que muera”, explica Gilligan en el perfil que le dedica Brett Martin en
Hombres fuera de serie (Ariel). Y prosigue: “Seleccionar a los malos es fácil. Seleccionar a un malo al que los espectadores le tengan simpatía es mucho más complicado”. El actor elegido fue Bryan Cranston. Sí: el mismo que años más tarde encontraría su papel definitivo como Walter White.
Después Gilligan pasó varios años trabajando en proyectos televisivos malos y en la película Hancock (sobre un superhéroe gruñón y alcoholizado). Cobraba mucho dinero, pero le desesperaba no saber nunca si lo que estaba escribiendo llegaría o no a rodarse. Un día del 2005, mientras hablaba por teléfono con el guionista Thomas Schnauz, amigo de los viejos tiempos de Expediente X, sus vidas dieron un giro de 180 grados. “Tal vez podríamos ser relaciones públicas de Walmart”, dijo Gilligan. “Tal vez podríamos comprar una caravana y convertirla en un laboratorio de metanfetamina”, dijo Schnauz. “Cuando lo dijo, en mi cabeza apareció la imagen de un personaje haciendo exactamente eso: un personaje cualquiera que decide volverse malo y convertirse en delincuente”, culmina Gilligan la reconstrucción de los hechos. La imagen fue tan fuerte que colgó el teléfono y empezó a tomar notas. El proyecto adquirió una fuerza brutal. Estaba convencido de que había encontrado un nuevo sentido profesional, artístico, vital, gracias a la historia de un profesor de instituto que empieza a cocinar drogas de diseño.
Pero la idea y el guión necesitaban una gran productora para convertirse en realidad. Antes de firmar con AMC, Vince Gilligan se reunió con Sony para el canal TNT: no se atrevieron con la metanfetamina. Después acudió a Showtime, pero le dijeron que estaba emitiendo Weeds, una serie sobre un ama de casa cuya viudez la obliga a dedicarse al tráfico de marihuana (Gilligan ni siquiera sabía que existía). Todavía está esperando la respuesta de HBO. A FX el argumento les recordaba demasiado al de Weeds. Pero, finalmente alguien que defendió la serie en ese canal pasó a trabajar a AMC. Y lo llamó. Le contaron que estaban rodando el piloto de Mad men. Y les encantó el guión. Y firmaron el contrato. Y lo demás es historia de la televisión.
Gracias a su bagaje en la industria cinematográfica y teleserial, Gilligan tenía en la agenda el contacto de algunos de los mejores guionistas de su generación, como Moira Walley-Beckett o Peter Gould. En la sala de guionistas, colgaron un gran tablero de corcho con trece tarjetas, una por cada uno de los trece capítulos de la temporada, y tarjetas con los aspectos más importantes de la historia. En otros tableros pusieron mapas de Nuevo México y Albuquerque, esquemas, fotos del laboratorio de metanfetamina, todo aquello que les permitiera construir mentalmente el espacio.
Antes de ‘Breaking bad’ fue guionista de ‘Expediente X’ y trabajó en algunos proyectos sin calidad
Sony, Showtime, HBO o FX rechazaron el proyecto, que finalmente produjo el canal AMC
La idea, un personaje cualquiera que decide ‘volverse malo’, surgió por casualidad de una charla con un amigo
Cuando leemos entrevistas y crónicas sobre cómo se gestó y se escribió y se rodó Breaking bad, como los recogidos en el libro que le dedicó la editorial Errata Naturae (Breaking bad. 530 gramos (de papel) para serieadictos no
rehabilitados ), constatamos que una obra maestra colectiva sólo es posible si quien la piensa y la defiende sabe hacer de la necesidad virtud. Gilligan y su equipo se volvieron maestros en ello, enfrentándose con éxito al menos a tres situaciones crónicas.
La primera tuvo que ver con un cambio crucial en la localización. La serie ocurre en Albuquerque porque su estado, Nuevo México, contaba con un programa de estímulos fiscales para incentivar la producción audiovisual. Supieron convertir ese escenario desértico, donde no estaba ambientada originalmente la historia (la habían imaginado en Inland Empire, California), en un horizonte moral y estético de la trama y de los personajes. El segundo reto se relacionó con el product placement, que es otro modo de conseguir el dinero que necesita una serie con voluntad artística y poca audiencia. A menudo esos anuncios encubiertos dinamitan la verosimilitud; Breaking bad, en cambio, consiguió incluir en un capítulo un Dodge Challenger y prenderle fuego. La tercera situación crítica llegó cuando el actor que interpretaba al Tuco, quien estaba destinado a ser el gran villano de la serie, encontró trabajo en otra serie. Gilligan y los suyos tuvieron que improvisar: fue así como crearon a Gustavo Fring y Los Pollos Hermanos, la cadena de comida rápida que permite mover grandes cantidades de droga entre México y Estados Unidos. Así nació el gran antagonista de Walter White. Y un motor de tramas infinito (que lleva, de hecho, a su brillante precuela, Better call Saul).
Como dijo Gilligan en una entrevista: “Muchas de tus mejores creaciones surgen de la mala suerte y las casualidades”. Sí, pero aquella conversación telefónica entre dos amigos en horas bajas no se hubiera convertido en una obra maestra de no ser por otras muchas razones, como la experiencia, el ingenio, el talento o la fe.