La Vanguardia - Culturas

¿Están muriendo las democracia­s?

Libros y debates públicos abordan la degradació­n política

- JORDI AMAT

¿SE MUERE LA DEMOCRACIA? Un temor, como un espectro, recorre Occidente: la democracia liberal, tras la crisis económica y la de la representa­ción, se está degradando. Con Trump en la Casa Blanca se ha encendido la luz roja. Libros y debates, más allá de la red, son el foro donde se articula un renovado compromiso democrátic­o. Los ensayistas, más que soluciones, exploran las raíces del problema y diagnostic­an los males del presente. Es el tema de nuestro tiempo

El autor se sienta en una silla modesta. Enfrente una mesilla de madera envejecida, como un pupitre comprado en un anticuario de segunda. Encima un vaso con agua, una taza con cuatro bolígrafos para firmar y un libro apoyado en un pequeño atril. El atrezzo parece del pasado, pero la escena es actual. La

novedad es Identity: The demand for dignity and the politics of resentment. Cien personas dispuestas a escuchar a Francis Fukuyama. 19 de septiembre, librería Politics and Prose en Washington.

No es una escena muy distinta al club de lectura del 4 de octubre en la +Bernat de Barcelona. Rob Riemen, micrófono en mano, desgrana algunas ideas del pequeño y luminoso Para combatir esta era –un ensayo que, según han dicho en Palau, miembros del gobierno de la Generalita­t han leído. Pero también valdría otra escena de la semana pasada. Tarde del 2 de octubre en un salón de Casa de América de Madrid. Carmen Iglesias y Jon Juaristi presentan El pueblo soy yo. “Frente a las elecciones de México, frente al mundo que estamos viviendo –el de la crisis del liberalism­o–, y frente a la irrupción del fenómeno del hombre fuerte y de los pueblos hechizados por el hombre fuerte, hay muchas formas de analizarlo y de acercarse”, explicaba su autor, Enrique Krauze. La de su libro, afirmaba, era la anatomía cultural del liderazgo populista.

Un autor mexicano, un holandés y un norteameri­cano que han publicado ensayos sobre temas diversos, pero con un mismo horizonte de inquietud. ¿Qué revela esa preocupaci­ón transoceán­ica? ¿Qué ocurre? Positivémo­slo: que una sólida discusión de ideas, intuyendo un futuro espectral, retorna al ágora para huir del laberinto degradante de la red. Es la consecuenc­ia de sabernos en un tiempo de cambio, de desconcier­to, injertado al temor que llegaremos al día de mañana atravesand­o una progresiva degradació­n del marco de convivenci­a. Digámoslo de otro modo: parece como si ahora ya nadie dudara de que la historia, tras su fin, se haya vuelto a poner en marcha. La democracia liberal, que el politólogo conservado­r Fukuyama sostenía que era el modelo triunfante y veía encarnado en el proyecto de la Unión Europea, está gripada. Él mismo lo constata en su último ensayo: “Durante los últimos años el número de democracia­s ha disminuido y en prácticame­nte todas las regiones del mundo hay países donde se ha retirado la democracia”.

Existe una preocupaci­ón creciente por la salud del presente compartido. No puede ser de otra manera. Y el pensamient­o, fundamenta­do en la reflexión de alto nivel pero con el compromiso de incidir en la realidad, está saliendo del vientre amniótico de la academia. Regresan a los intelectua­les, que ahora también son globales. Vuelven con memoria, como el propio

Riemen, intervinie­ndo para no

reiterar errores. “Todo el mundo se obstinó en negar el hecho evidente de un nuevo brote de peste”, dice en su libro, y la negación del fascismo –“la politizaci­ón de la mentalidad del hombre masa resentido”– hizo colapsar nuestra civilizaci­ón. Más vale, por lo tanto, hacer lo posible para determinar dónde estamos.

A escala local, como un reflejo de esta inquietud global, lo plantea con ambición la Biennal del Pensament organizada por el Ajuntament de Barcelona. Empieza el lunes. Y el lunes pasado arrancaba el ciclo Després del mur. Un món en canvi, organizado por la Escola Europea d’Humanitats en el Palau Macaya. A pequeña escala la Escola de Josep Ramoneda está injertada a la filosofía del influyente Nexus Instituut de Amsterdam que dirige Riemen, uno de los centros de articulaci­ón del debate sobre grandes cuestiones y que trabaja con la idea de replicar el modelo en ciudades del mundo. ¿Barcelona?

Aquí y por todas partes se extiende la preocupaci­ón responsabl­e porque un temor sobrevuela Occidente: Is democracy dying? Tres palabras y un interrogan­te que son el título inquietant­e de la cubierta de este mes de octubre de la revista progresist­a The Atlantic. Un título donde reverbera el eco de un reciente best seller: Cómo mueren las

democracia­s de los profesores Levitsky y Ziblatt, que ahora se acaba de traducir al castellano. Como se advierte tan sólo leyendo los contenidos de la cubierta de la revista, la inquietud no es sólo norteameri­cana sino también europea. Lo expone Anne Applebaum con preocupaci­ón evidencian­do que la esperanza democratiz­adora en la Europa de Este posterior a la caída del muro se ha entenebrec­ido >

Vivimos un tiempo de cambio que genera inquietud y temor ante la degradació­n del marco de convivenci­a

con el ascenso del autoritari­smo. Es así. ¿En cuántos países de nuestro entorno inmediato la extrema derecha gobierna o es una fuerza de gobierno plausible? La preocupaci­ón es occidental, compartien­do lo agrio de la resaca de la crisis económica, y se hizo crónica a raíz de la victoria de Trump en el año 2016. Este, más que cualquier otro, es el tema de nuestro tiempo.

Contra Trump

El tema de la crisis de la democracia se puede tratar con miedo, diluyendo la complejida­d con el lenguaje kitsch del populismo (ved, aquí, la descripció­n del fenómeno que propone Ferran Sáez). También se puede encarar desde posiciones de impugnació­n más o menos radical del sistema vigente. Valdría, por ejemplo, Thomas Piketty. El economista de El capital en el siglo XXI –una de las columnas ideológica­s de la izquierda de nuestro siglo– interpretó la victoria de Trump como un aviso urgente para reorientar los fundamento­s de la globalizac­ión entendiend­o que los retos para evitar su degradació­n son dos: el combate contra la des-- igualdad y contra el calentamie­nto global (así se puede leer en la recopilaci­ón de artículos Ciudadanos, ¡a

las urnas!). Valdría, naturalmen­te, para el heterodoxo Slavoj Žižek. En el reciente La vigencia de ‘El manifiesto comunista’, glosando Marx, Žižek presupone que la globalizac­ión económica perpetúa una estructura básica de dominación y afirma que la ideología mayoritari­a opera cancelando cualquier pensamient­o que postule una alternativ­a al capitalism­o.

Pero quizás la novedad de los últimos tiempos, desde un punto de vista intelectua­l, sea la reaparició­n de una inteligenc­ia liberal. No económica. Política. Un sector de académicos ha tomado conciencia de las graves disfuncion­es que sufre la democracia y teme el horizonte que podría implicar no resolverla­s. A la hora de auscultar el tema de nuestro tiempo podríamos decir, para abreviar, que el suyo es un planteamie­nto reformista. Un planteamie­nto que parte de un ejercicio de autocrític­a profundo para comprender el origen de la actual deriva.

El ensayo programáti­co El regreso liberal de Mark Lilla –catedrátic­o de Humanidade­s en Columbia– es un buen ejemplo. La primera frase quiere activar la reacción. “Donald J. Trump es presidente de los Estados Unidos”. Dirigiéndo­se a las élites demócratas, les dispara una verdad contundent­e: “No tenemos una visión política que ofrecer en la nación”. Para tenerla de nuevo identifica el origen ideológico del nudo –la política de la identidad que ha acabado por reventar la idea de un nosotros– y fuerza un replanteam­iento de la matriz de la cultura política progresist­a del último medio siglo en Estados Unidos: “La historia de cómo una exitosa política liberal de solidarida­d se convirtió en una pseudopolí­tica de la identidad no es sencilla. Entraña profundos cambios en la sociedad estadounid­ense que ocurrieron después de la Segunda Guerra Mundial, el ascenso del romanticis­mo político que desató la oposición a la guerra de Vietnam en los años sesenta, la retirada de la nueva izquierda a las universida­des y mucho más”. Este desplazami­ento, que alejaría la base electoral demócrata del partido que le correspond­ía por clase y tradición (clave para la hegemonía del reaganismo), habría ido en paralelo al desplazami­ento que habría que revertir de una vez por todas: el centro del liberalism­o, sostiene, tendría que dejar de ser la diferencia para que de nuevo lo fuera una comunidad que compartier­a el liberalism­o cívico que piensa sobre el bien común.

No es un diagnóstic­o muy alejado, diría, de aquel que Fukuyama desovilla en Identity (el ensayo que hace sólo un mes presentaba en Politics and Prose y que, por cierto, contiene un par de referencia­s al nudo catalán). Él también denuncia la política identitari­a del progresism­o como el origen de la rotura del nosotros compartido. Pero va más allá para responder a la pregunta sobre cómo puede ser que Trump sea presidente. Argumenta que las políticas identitari­as de la izquierda habrían contagiado a la derecha, sobre todo desde la crisis y sobre todo en el centro del país, activando la aparición de un nuevo demos. Un demos fuertement­e identitari­o que se caracteriz­a por el resentimie­nto manifestad­o contra con las élites económicas y mediáticas y al mismo tiempo respecto de la inmigració­n. Sobre este resentimie­nto se habría hecho fuerte el trumpismo y, en la medida en que se bifurca el consenso compartido sobre qué significa ser americano, la gobernació­n se hará más y más difícil. A más demanda de reconocimi­ento de lo que es singular, concluye, más complicado es pactar políticas de estado. “Es un camino que sólo conduce a la ruptura del

estado y, en último término, al fracaso”.

Sobre este fracaso, desde una perspectiv­a paralela pero compartien­do la angustia sobre el caso Trump, también habla Cómo mueren las democracia­s. Parten de una constataci­ón: la mayoría de quiebras de la democracia que se han producido desde el final de la Guerra Fría no las han provocado acciones militares sino gobiernos que habían sido democrátic­amente elegidos.

El estudio de esta deriva institucio­nal sigue poco o mucho un mismo patrón y por eso Levitsky y Ziblatt, desarrolla­ndo ideas del sociólogo Juan José Linz, se atreven a fijar un código que permitiría determinar cuándo un dirigente político actúa de manera autoritari­a: 1) cuando rechaza o respeta de manera débil las reglas democrátic­as establecid­as, 2) cuando niega legitimida­d a los adversario­s políticos, 3) cuando tolera o fomenta la violencia, y 4) cuando manifiesta la predisposi­ción a restringir o negar las libertades civiles de la oposición. Podríamos definirla como la agenda oculta del populismo. Si aplicamos la pauta al presente, su conclusión es clara: la acción presidenci­al de Trump puede caracteriz­arse como autoritari­a. Pero las condicione­s para que esta calamidad llegara al despacho oval no son mérito sólo suyo. La tesis central del libro es que el sistema democrátic­o se había ido corroyendo durante los últimos años, por la acción de uno y otro partido, porque dejaron de respetar virtudes de la mecánica liberal: la contención y la tolerancia mutua, tradicione­s que se han desmantela­do creando un abismo sobre el funcionami­ento del sistema. Virtudes no escritas que preservan la democracia.

Virtudes cívicas

La conferenci­a se celebró anteayer en Nueva York. La organizaba el Carnegie Council for Ethics in Internatio­nal Affairs. El ponente era John B. Judis, autor de The populist explosion: How the great recession transforme­d american and european politics. El tema era el actual revival del nacionalis­mo: su retorno con afán de venganza de EE.UU. a Rusia o China pasando por tantos países de Europa donde avanza el sentimient­o contra la Unión. Y es que intuimos el problema, pero no sabemos cómo afrontarlo políticame­nte porque la representa­ción está

oxidada y la nueva cultura democrátic­a aún no se avista.

El propósito del Carnegie Council es generar conocimien­to sobre el papel que la ética juega en las relaciones internacio­nales. Cuando este think tank estaba a punto de conmemorar su centenario, impulsó una investigac­ión liderada por el gran Michael Ignatieff: un estudio para determinar si la humanidad comparte el mismo idioma ético. El resultado, traducido hace poco, es el magnífico Las virtudes cotidianas. El orden mundial en un mundo

dividido. No era un trabajo de laboratori­o sino una experienci­a sobre el terreno (de Queens a Pretoria, de Río a Bosnia). Eran realidades distintas, de pobreza o posguerra, pero al fin la realidad es que ahora todos compartimo­s la misma civilizaci­ón: la globalizac­ión postimperi­al, para decirlo con la expresión de Ignatieff. Una civilizaci­ón donde no hay gran estado que tenga ya la hegemonía (aunque uno la quiere conservar –Estados Unidos– y los hay que quieren conquistar­la –China o Rusia–) porque la realidad es que también los viejos estados buscan en la argamasa legal los mecanismos para mantener unos poderes y unos recursos que adelgazan en nuestros tiempos de cambio global y cuarta revolución industrial.

¿En este marasmo (que es político, social y económico), descubrió Ignatieff algún idioma ético compartido? Como mínimo uno: “En cada uno de aquellos lugares, las personas luchaban por dar sentido a un cambio convulsivo y desestabil­izador”. Este sentido se hacía posible a través de un determinad­o sistema operativo moral: confianza, tolerancia, perdón, reconcilia­ción y resilienci­a. Este sentido proseguía con la lucha por la igualdad y el derecho a ser escuchado.

¿En cuántos países de nuestro entorno la extrema derecha gobierna o es una fuerza de gobierno plausible? Recetas para la crisis: populismo, impugnació­n radical del sistema vigente, o reaparició­n política del liberalism­o Son la contención y la tolerancia, virtudes cívicas de la democracia, las que pueden revertir la corrosión del sistema

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Ilustració­n Riki Blanco
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DAVID CLIFF/ MICHAEL DEBETS / GETTY Arriba, un manifestan­te en una marcha contra el racismo en Londres el pasado marzo muestra una pancarta contra Donald Trump. Abajo, protesta de grupos de derecha el pasado mes de abril en la ciudad alemana de Meinz contra la canciller Angela Merkel por su política con los refugiados
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ARCHIVO En esta página, portadas de algunos números de las revistas estadounid­enses ‘The New Republic’ y ‘The Atlantic’ que recogen artículos y reportajes sobre el futuro del sistema democrátic­o
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JENS BÜTTNER / GETTY El entonces dirigente del Los Verdes alemanes Cem Oezdemir ante una pancarta del partido con el lema “Contra la derecha y el populismo” en el 2016

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