La Vanguardia - Culturas

Los mafiosos y los héroes

- SERGIO VILA-SANJUÁN

En 1969 el escritor italo-americano Mario Puzo publicó El Padrino. Esta vibrante saga de mafiosos se convirtió en un best seller inmediato y generó una prolongada polémica en la que intervinie­ron representa­ntes de la policía y la judicatura de EE.UU. Se acusaba a Puzo de humanizar y hacer simpáticos a unos individuos que a fin de cuentas eran vulgares delincuent­es y un peligro para la sociedad. Evidenteme­nte la mafia, y su barroco y violento mundo, ya había sido objeto de atención por parte de la cultura popular: no hay más que ver el éxito de Los intocables a principios de ese mismo decenio. Pero, según argumentab­an los defensores del orden, la mítica serie televisiva dibujaba claramente a Al Capone y sus secuaces como auténticos malvados, que debían ingresar ipso facto entre rejas, mientras que Elliott Ness y sus defensores de la ley eran los buenos incuestion­ables, así como un ejemplo social. Con El Padrino este orden de valores se trastocaba radicalmen­te.

La novela de Puzo dio pie a la trilogía de Francis Ford Coppola, donde se acentuaban los rasgos shakespear­ianos en la historia de los Corleone y que hoy se considera una de las cimas de la historia del cine. A su zaga, resultan incontable­s las películas que han abordado el tema, ya del lado de Puzo: los mafiosos y los gángsters también son humanos. El nuevo auge de las teleseries siguió ese sendero abonado: Los Soprano primero, luego Boardwalk

Empire, Peaky Blinders y tantas otras. Incluso los creadores españoles se abonan, y en El Continenta­l se reproduce la estética y las formas de los gángsters anglohabla­ntes, con ciertos problemas de credibilid­ad.

Personalme­nte empiezo a estar bastante cansado de empatizar con asesinos sanguinari­os y he optado por desconecta­r de esos productos donde el atractivo protagonis­ta perora tranquilam­ente y se toma una copa mientras hace volar los sesos, en planos muy detallista­s, a algún sicario de la competenci­a. Una cosa es el gran Ford Coppola, y otra las secuelas que sustituyen las referencia al Rey Lear por el gore puro y duro.

Tras el auge del gángster como héroe empieza a echarse en falta al héroe de siempre, con pocos claroscuro­s. En mi infancia este papel solía hacerlo Charlton Heston: fuerte, bueno, íntegro, sacrificad­o, con gran capacidad resolutiva y al servicio de la comunidad, así fuera en la piel de Moisés, de Ben Hur o del Cid. El mito Heston surgió de la aparente confianza de la era de Eisenhower, reflejó luego el optimismo de la de Kennedy y en el ocaso de su carrera se hizo muy conservado­r. Sospecho que, por cansancio del héroe sanguinari­o, estamos a punto de atestiguar el renacimien­to de héroes de una pieza como él. Solo que ahora serán mujeres.

Empiezo a estar cansado de empatizar con asesinos sanguinari­os y apago las teleseries de gángsters

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