Entre la realidad y la literatura
¿Por qué decidió convertir a Bartolomé Esteban Murillo en personaje de su novela?
Me atraen los episodios históricos que se han contado de manera superficial y de los que se habla con cuatro clichés. Era un personaje del que, a pesar de que todo el mundo sabe quién es, nadie lo conocía en realidad. Además, ha sido un personaje asociado exclusivamente a la iconografía religiosa, pero también es un pintor que crea el imaginario popular de su época. Con esa pintura de pícaros se atreve a algo importante porque en los tratados pictóricos españoles ese género no estaba bien visto. Será la pintura que triunfará en el norte de Europa, los lienzos de la pintura del instante, de lo cotidiano, de los anónimos, pero otra cosa era su interpretación en España. Creo que Murillo fue en cierto modo un revolucionario. Y eso no se sabe.
¿Cómo conviven en la novela el discurso estético de Murillo y sus propios objetivos como narradora?
Intento ser muy respetuosa con el personaje. Es decir, hay mucho de mí, pero no olvido que era un hombre del siglo XVII. Y yo soy una mujer del siglo XXI. Por eso para mí es muy importante la asimilación de las claves de la época y la historia de las mentalidades. Intenté pensar como lo haría él, aunque me gustó introducir aspectos sobre los que no hay referencia documental pero que yo imagino.
¿Por ejemplo?
Su constante reflexión sobre la fragilidad de su arte y la conciencia de que su pintura no perduraría. También sobre si verdaderamente era un pintor religioso o un hombre que cumplía bien con sus encargos. En la novela se introduce un asunto como el mercado de pinturas digamos deshonestas para caballeros que miran, hoy diríamos encargos de voyeur. Y él reflexiona sobre eso a raíz de unos cuadros de ángeles mancebos que parecen efebos. Era un peligro sobre el que se advertía en los tratados pictóricos de la época: había páginas y páginas sobre cómo había que pintar de forma decente a los ángeles. Y esto dice mucho de una época de doble moral.
¿Por qué le interesa la historia y la biografía como narradora?
No sé si el hecho de ser también periodista me ha hecho interesarme especialmente por la realidad. Creo que la realidad, los hechos históricos, tienen muchas veces un aliciente para el lector. Igual que ocurre cuando haces una novela sobre un personaje que existió. Cuando te adentras en un trabajo como este te basas en su biografía y naturalmente tienes que ser fiel a la realidad, pero tampoco hay que olvidar que estamos en el terreno de la ficción. Me fascina ese complejo equilibrio, ese terreno fronterizo e híbrido entre la realidad histórica y la literatura. res Xavier Pla y Xavier Bru de Sala compartirán estos razonamientos con los asistentes al encuentro. Estrechamente relacionado, en su A
sangre fría, el polifacético Truman Capote fijó el retrato de los asesinos representativos del horror de un país y una época. En este ciclo que pretende revelarnos las circunstancias concretas en que los creadores dan forma a sus artefactos, el periodista y escritor, director de La Vanguardia, Màrius Carol, repasará la temporada en la que el referente del nuevo periodismo encontró la calma necesaria para iniciar su novela más famosa en la localidad de Palamós.
Sobre el lugar donde reside la obra de arte –es decir, si está en el objeto o, por el contrario, en la interpretación que hacen tanto el artista como el observador– se ha especulado y escrito mucho desde la crítica de arte. Por este motivo, se ha procurado que su voz también esté representada en las discusiones. Al parecer de Fèlix Riera, “en el diálogo propuesto ha de haber personas de tradiciones diferentes. Son miradas diversas que llegan a un mismo escenario. No se trata de hacer nuevas interpretaciones, pero sí introducir nuevos matices”. El hecho de que la Semana de Novela Histórica comience en un centro de arte como la Fundación Tàpies, con un diálogo entre la escritora y pensadora Victoria Cirlot y el diplomático y escritor José María Ridao, ya es una declaración de intenciones. Estarán presentes, entre otros, los críticos Llucià Homs, Victoria Combalía o Gisela Chillida.
Mirada latinoamericana
La presencia internacional en esta sexta edición recae en la italiana Melania Mazzucco, Jordi Soler y, de manera especial, en el autor reconocido con el premio Barcino, Leonardo Padura. El jurado del premio ha destacado la contribución del escritor cubano a la recreación de la revolución cubana a través de las aventuras de su detective Mario Conde. En ediciones anteriores, han recibido el galardón los autores Lindsey Davis, Santiago Posteguillo, Simon Scarrow, Christian Jacq y Arturo Pérez-Reverte. Con el premio a Padura, este año se subraya un aspecto que ya había emergido en ediciones anteriores: la mirada hacia Latinoamérica. Para Riera, se trata de “una presencia que queremos ir reforzando paulatinamente, porque gran parte de la mejor novela histórica se ha hecho en Latinoamérica, y es un referente para nosotros que debemos difundir”. Se abren puertas a otros países y a otras pequeñas historias con las que se forma la Historia en mayúsculas. Así, la Semana de Novela Histórica nos ofrece una inquietante cadena de pasillos y caminos que desembocan en otras puertas y más pasillos, muy similar a lo que ocurre cuando la literatura habla de arte o viceversa.