Bill Frisell, cuestión de sonido
Festival de Jazz de Barcelona Del amplio cartel de la cita jazzística barcelonesa, que llega a su 50 edición, destacamos la presencia del guitarrista norteamericano, uno de los músicos más inclasificables e imprevisibles
En una ocasión, Bill Frisell declaró que una de sus principales influencias era el sonido de Bob Dylan tocando un sol mayor en su guitarra acústica. Antes, había sido un poco más obvio y había dicho que Jim Hall era tan importante para él que hasta pensó en afeitarse la cabeza, para parecérsele. En persona, Frisell es un hombre grande y tímido, que aparenta incomodidad en entrevistas e, incluso, al dirigirse al público. Y, a veces, es difícil saber si habla en broma o en serio. En el CD doble en directo East/West, del 2005, se oye que, apenas Frisell lanza las dos primeras notas de la empalagosa People, el público se echa a reír, Frisell deja de tocar y dice, más asombrado que enfadado: “¿Qué? ¿Creéis que bromeo?”. La versión de People que toca a continuación es tan impresionante que consigue salvar esa canción de la ignominia en la que la historia y Barbra Streisand la habían sumergido.
Tal vez no haya dos ejemplos musicales más alejados entre sí que el punk jazz de la banda Naked City y los dulces boleros abrasilerados de Lágrimas mexicanas, pero la característica inconfundible de ambos es el sonido, prístino, distorsionado, salvaje o indescriptible mente delicado de Bill Fr is ell. Y, entonces, aquella afirmación respecto del sol mayor de Bob Dylan suena tan lógica como precisa. Con Frisell, todo es cuestión de sonido.
Promediando una infancia y una juventud transcurrida en los inmensos y bucólicos paisajes de Colorado, estudió clarinete, para luego pasarse a la guitarra, a la que trasladó, quizá, no sólo un gusto por los intervalos sinuosos sino, más probablemente, una manera de orquestar. Un buen día, Pat Metheny no pudo cumplir con una sesión de grabación con el baterista Paul Motian para el sello
ECM y recomendó a Frisell para que lo sustituyera. El resultado fue tan positivo que Frisell se convirtió en el guitarrista residente de ECM y, junto con Pat Metheny y otros nombres similares, terminó representando, quizás a su pesar, ese sonido etéreo, cerebral, paisajístico, cristalino y fluido que, bajo la etiqueta de neocool, caracterizó la mayoría de los lanzamientos de aquella discográfica nórdica y, por extensión, de aquel jazz que se oponía al conservadurismo estético de los ochenta encabezado por Wynton Marsalis. Si sus dos primeros discos, el austero In
Line de 1982 y el suntuoso Rambler de 1984, son buenos ejemplos de este proceso, Frisell dinamitó las expectativas en Smash & Scatteration ,un set de sintetizadores, baterías eléctricas disparadas, guiños al country y al rock duro y salvajes improvisaciones en dúo con Vernon Reid, el fundador de Living Colour.
En los noventa Frisell ya era una especie de secreto a voces. Si a Pat Metheny se le reconocía menos su apertura estilística que la soleada accesibilidad que tanto atraía a adultos biempensantes de camisas de marca abotonadas y cócteles en la mano y si John Scofield era el académico lejano y pulcro, Frisell era el imprevisible, el que saltaba de un lado a otro del espectro siendo, de todas maneras, inmediatamente reconocible y fiel sólo a sí mismo. Ya en 1989 había participado del proyecto Naked City de John Zorn, en cuyo primer disco, una avalancha arrolladora de noise y thrash metal, la guitarra de Frisell parecía experimentar una especie de placer perverso cuando convertía la banda sonora de la serie Batman en todo un manifiesto punk. Y ese mismo estiramiento de los límites de la composición, así como una constante búsqueda de referencias musicales en la historia cultural de su país, se veía reflejado en Have a Little
Faith, uno de sus mejores discos de ese período, y en las magníficas bandas sonoras que compuso para las películas de Buster Keaton (Go West y The High Sign/One Week, ambos de 1995).
Pero, de pronto, hubo un gran cambio, bajo la forma de Nashville, un homenaje profundo y nada paródico a la música folklórica estadounidense y, en muchos de los discos que hizo desde entonces, sus exploraciones parecían más interesadas en el interior de la melodía, el sonido y la textura, que en los forcejeos con los límites de la tonalidad más típicos del free jazz y de su música anterior, como puede comprobarse en sus colaboraciones con Elvis Costello, en especial The Sweetest Punch, espejo cálido y mayormente instrumental de Painted from Memory de Costello y Burt Bacharach o como en el homenaje a John Lennon All we’re saying del 2011. En el medio, incursionó también en el sampling y el funk, así como en la música clásica y electrónica.
Tal vez Frisell no sea el gran guitarrista olvidado del jazz (dejémosle ese honor a Charlie Christian), pero sin duda aún no ha obtenido el reconocimiento que merece. Su presentación en el 50 Festival de Jazz de Barcelona, con su último e íntimo disco en solitario, Music Is, es una oportunidad para descubrirlo .|
Frisell ha transitado desacomplejadamente por el jazz o el punk, el noise, la música clásica o el folk americano