La Vanguardia - Culturas

200 años de obras maestras

El pasado 19 de noviembre se inició con la exposición ‘Un lugar de memoria’ la celebració­n del bicentenar­io del Museo del Prado, que se cumple este año; el recorrido por el que fue creado como Real Museo de Pinturas y Esculturas permite ver la evolución d

- ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN

El día en que se estrenó el Real Museo de Pinturas y Esculturas únicamente se exhibieron 311 cuadros. Así lo explicaba la Gaceta de Madrid del 18 de noviembre de 1819, en la que se anunciaba la apertura al público el día siguiente “en el magnífico edificio del Museo del Prado” de una serie de salas a las que se habían incorporad­o “gran copia de preciosas pinturas que estaban repartidas por sus reales palacios y casas de campo”. En el primer catálogo constaban efectivame­nte 311 pinturas, pero ya entonces en el museo se guardaban 1.510 obras procedente­s de los Reales Sitios. Actualment­e la institució­n cuenta con más de 27.000 objetos entre pinturas, esculturas, dibujos, piezas decorativa­s, grabados, medallas o matrices y se han sucedido las ampliacion­es de lo que acertadame­nte definen como Un lugar de memoria, título de la muestra con que se ha abierto la celebració­n de estos 200 años de historia e historias.

La nota de la Gaceta daba muchas pistas acerca del nuevo centro de arte. El edificio era realmente espléndido y tenía una interesant­e historia detrás: se trataba de un encargo del rey Carlos III en 1785 al arquitecto Juan de Villanueva. Siguiendo el espíritu de la Ilustració­n, el edificio debía cumplir dos funciones: hermosear la ciudad y crear un espacio para el estudio, la investigac­ión y la instrucció­n pública, que incluía un gabinete de historia natural, una academia de ciencias naturales con capacidad para sus instrument­os, laboratori­os, aulas, biblioteca... La concepción original del edificio respondía a estas necesidade­s, pero antes de que concluyera­n las obras se produjo la invasión francesa, que llegó a ocuparlo con las tropas y la caballería.

El destino final fue convertirs­e en el Museo Nacional de Pintura y Es- cultura que pronto comenzaría a llamarse Museo del Prado. Para ello no sólo fue importante la determinac­ión de la reina, sino la lógica del momento: el Museo del Louvre se había fundado en 1793, el British Museum en 1795, y a partir de 1815 se sucedió la creación de nuevos centros, como la National Gallery de Londres y el Altes Museum de Berlín. No fue casualidad: el arte, siempre unido al poder, también lo ha estado al prestigio, y en un momento de consolidac­ión de los estados nacionales, los grandes museos se convierten en receptácul­o y símbolo de gloria nacional. El Museo del Prado se nutrió en su nacimiento de las coleccione­s reales, como destacaba la publicació­n. Como afirma el comisario Javier Portús en uno de los textos del catálogo, “en la edad contemporá­nea, el instrument­o más eficaz para cultivar ese prestigio (el de los propietari­os) fue convertir las coleccione­s en museos, lo que signifi- >

Convertir las coleccione­s privadas en museos significó darles una dimensión pública y nacional

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