Luz y sombras de Tintín
En enero de 1929 el joven dibujante de 22 años Georges Remi daba el pistoletazo de salida a las aventuras del posiblemente más famoso personaje del mundo del cómic. ‘Tintín’, con más de doscientos millones de ejemplares vendidos, llegó a las librerías esp
JOAN MANUEL SOLDEVILLA El día 10 de enero de 1929 nacía Tintín en las páginas de Le Petit Vingtième, el suplemento para niños del periódico belga conservador Le Vingtième Siècle.
Con un dibujo tosco y una narrativa algo elemental, Georges Remi, un joven dibujante de 22 años que ya firmaba como Hergé, daba el pistoletazo de salida a las aventuras de un personaje que, con el tiempo, se convertiría posiblemente en el más importante de la historia de los cómics y en el buque insignia de una estética, la línea clara, de enorme influencia posterior.
Noventa años después de esta fecha, la vitalidad de Tintín es tan intensa como desconcertante; no sólo se han vendido más de doscientos millones de ejemplares de sus álbumes en todo el mundo y se han traducido sus aventuras a más de cien lenguas y variedades dialectales sino que, a pesar de la competencia feroz de las redes sociales, de las plataformas de televisión o de los videojuegos, Tintín sigue presente en la vida cultural de medio mundo; son continuas las exposiciones sobre el autor y su obra –estos días, en CosmoCaixa de Barcelona y en el Arts Center de Seúl; hace poco, en el Grand Palais de París–, proliferan en todo el mundo las asociaciones que agrupan a los aficionados, se publican decenas de libros que analizan mil y un aspectos de su obra y, lo más importante quizás, sus álbumes siguen gozando de una notable vitalidad comercial pues se siguen vendiendo a pesar de que, desde la publicación de Tintín y los Pícaros
(1976), no haya visto la luz ningún nuevo título.
En nuestro país la llegada de Tintín fue algo tardía y no empezó a tener continuidad hasta que la Editorial Juventud emprendió su publicación, primero en español con El
cetro de Ottokar (1958) y un poco más tarde en catalán con Les joies de
la Castafiore (1964), siendo esencial su labor como difusor de la lengua en años de prohibición. Las traducciones respectivas de Concepción Zendrera y Joaquim Ventalló ayudaron sin duda a la enorme difusión de una obra que caló hondo entre el público joven de aquellos años, que descubrió unos álbumes de una calidad y complejidad extraordinarias; no hay duda de que ese primer éxito ayudó a la dignificación y valoración del medio de la historieta en estas latitudes, donde los tebeos eran considerados subproductos para niñosypocomás.De hecho, los tomos de Las aventuras de Tintín tienen el privilegio de haber sido los primeros cómics que entraron con todas las de la ley en las bibliotecas públicas allá por los lejanos años sesenta. El hecho de que hoy en día hallemos tintines en cualquier librería del país, que en la mayoría de las escuelas e institutos tengan su espacio, que la asociación de tintinaires de Catalunya, 1001 –léase en catalán–, mantenga una vitalidad creciente o que todos los niños y niñas conozcan a Milú, al Capitán Haddock o a Hernández y Fernández demuestra la magnitud del fenómeno.
Un éxito tan arrollador nos podría llevar a pensar que estamos ante una obra que ha generado un entusiasmo casi universal, pero nada más lejos de la realidad. Precisamente porque es una creación con un reconocimiento tan abrumador, la polémica siempre la ha acompañado y la crítica a los álbumes, y especialmente a su autor, ha sido casi permanente. En lo que atañe a la obra, las opiniones adversas se han orientado tanto desde la vertiente sociopolítica como desde la artística; en el primer caso, aspectos como