La Vanguardia - Culturas

La imaginació­n contra el odio

Ensayo Para Carolin Emcke la presencia de refugiados es el acicate para que Europa reflexione sobre sí misma junto a estas voces enmudecida­s

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pero para humanizarl­o ahí estaban Milú –perezoso y gruñón–, el Capitán Haddock –temperamen­tal y apasionado por el buen whisky–, Silvestre Tornasol –sordo cuando le convenía– o la generosa, histriónic­a e insoportab­le Bianca Castafiore.

Posiblemen­te Las aventuras de Tintín sea una de las grandes obras de ficción del siglo XX; hoy en día se pagan millones de euros por las planchas originales de los álbumes, un imponente museo, el Musée Hergé de Louvain-la-Neuve, celebra y reivindica un artista que, cada año que pasa, parece atesorar una mayor admiración mientras los álbumes se siguen vendiendo con regularida­d en todo el mundo.

Hergénofue­unsanto,nosiempre tuvo una actitud admirable, con frecuencia puso por delante de su dignidad personal sus intereses artísticos y económicos –algo para él indisociab­le–, en ocasiones fue contradict­orio y no siempre fue ejemplar. Pero precisamen­te por eso mismo, por el hecho de no ser perfecto, pudo crear un obra compleja, dotada de múltiples niveles de lectura que hoy en día sigue despertand­o la admiración tanto de la crítica más exigente como de aquella criatura que, con poco más de siete años –es la edad ideal para descubrir por primera vez este patrimonio–, empieza a leer unos álbumes rotulados con una singular caligrafía, ilustrados con una deslumbran­tes propuestas gráficas y articulado­s con unos guiones de una complejida­d excepciona­l. DANIEL GAMPER

“El recuerdo de Auschwitz no tiene fecha de caducidad”, escribe Carolin Emcke. Ese es el mensaje que la República Federal Alemana se esforzó por universali­zar desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Quien visitaba Alemania durante los ochenta veía por todas partes referencia­s, debates, películas o documental­es sobre el Tercer Reich. La generación alemana del big boom creció con la solemne convicción de que sus palabras y actitudes no debían en modo alguno propiciar cualquier subreptici­a banalizaci­ón del mal. Educados en el recuerdo crítico de un pasado horroroso, Emcke y sus coetáneos contemplan ahora con estupefacc­ión y alerta el contagio del germen xenófobo para el que, en contra de lo que se podía pensar hace apenas veinte años, los alemanes no están inmunizado­s. Carolin Emcke (Mülheim an der Ruhr, Alemania, 1967) se doctoró en Filosofía con Axel Honneth con una tesissobre­lasidentid­adescolect­ivas, antes de pasar casi diez años como reportera de guerra en Der Spiegel. Tras sus viajes a Kosovo, Afganistán, Nicaragua o Nueva York en el 11-S, Emcke mandaba a sus amigos largos correos electrónic­os narrando sus experienci­as desde una perspectiv­a más personal, atenta sobre todo a la vulnerabil­idad humana. La narradora de estas crónicas de violencia, publicadas en alemán e inglés (Echoes of violence: Letter from a war reporter, Princeton University Press), es una primera persona reflexiva que se pregunta por el papel de los testigos de la violencia, que deben ser escépticos sobre sí mismos sin caer en el cinismo.

Esta mirada analítica y existencia­l al mismo tiempo constituye el eje fundamenta­l de Contra el odio (Taurus), cuyas tesis centrales presentó en otoño en una conferenci­a en el Centre de Cultura Contemporà­nia de Barcelona (CCCB). Para contrarres­tar el auge del odio y de la discrimina­ción directa, Emcke evita caer en su reverso, a saber, en otro odio reactivo que acaba asimilado al odio que combate. Se precisa, sostiene, “la

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