La Vanguardia - Culturas

Literatura­s malsanas

Antología El decadentis­mo ha tenido muchos seguidores en Catalunya, desde la época de Rusiñol hasta los años treinta. Ramon Mas ha reunido a sus autores más destacados: de Ruyra a Martínez Ferrando y de D’Ors a Domènec Guansé

- JULIÀ GUILLAMON

El modernismo y el noucentism­o son como dos paraguas que van chocando. Debajo están los escritores. Y como hay muchos y los paraguas chocan, todo el mundo se moja. Savis, bojos i difunts, la antología de la narrativa decadentis­ta catalana (1895-1930) que ha preparado el editor de Males Herbes, Ramon Mas, viene a resolver el problema. Estos escritores que no acaban de encontrar su lugar bajo el paraguas de los grandes movimiento­s de la cultura catalana de principios del siglo XX tienen un gran papel bajo este paraguas una poco informal que es el decadentis­mo.

Surgió en Francia hacia 1884, tuvo como altavoz la revista LeDécadent y como gran patriarca a J.K. Huysmans, el autor de À rebours (que, imaginativ­o, exuberante y lujoso, no conecta mucho con el decadentis­mo catalán, que es más de catacumba) y, sobre todo, Là-bas (1991), que, con su aire satánico, conecta mucho más.

Uno de los aciertos de esta antología de Ramon Mas es el juego de referencia­s cruzadas, de temas que pasan del uno al otro. Lo que escribe Rusiñol de un pintor modernista lo remata Eugeni d’Ors hablando de Nonell. La Fineta de Ruyra, inocente, bañándose en camisa en una playa de Blanes, se parece a la Núria de Fra Perot de Maseras, ansiosa de huir con un guapo mozo. El colgado de L’expiació d’en Serradell de Bertrana combina con el Edipo filosófico de Com em vaig quedar cec de Diego Ruiz, que acaba arrancándo­se los ojos como expiación. Qué más da si Bertrana y Diego Ruiz no se tragaban. Un hilo rojo une a todos estos autores de 1906-1909 y llega hasta 1930 –por la vía de Edgar Allan Poe y de los cuentos filosófico­s que publicaba Josep Janés i Olivé en la Biblioteca de la Rosa dels Vents– con tres autores: Domènec Guansé, Agustí Esclasans y Ernest Martínez Ferrando.

Hubiera podido figurar también Salvador Espriu, que es el único narrador de peso que he echado en falta. Psyche, el cuento de Ariadna al laberint grotesc (1935) en el que el alma

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