La Vanguardia - Culturas

Los gozos y las sombras

Documento Juan Cruz hila un retrato personal y revelador de autores que ha conocido a lo largo de su carrera, como Borges, Vargas Llosa o Saramago

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J.A. MASOLIVER RÓDENAS

Juan Cruz (Tenerife, 1948) no necesita más presentaci­ón que la de su firma o la de su presencia, puesto que la figura pública del escritor –novelista, periodista, autor de reportajes, de biografías y de memorias– es inseparabl­e de la persona. Perseguido perseguido­r de escritores, políticos o cineastas con los que ha entrado en contacto profesiona­l y de amistad desde las páginas de El País, del que fue uno de los fundadores, en 1976, o como director editorial de Alfaguara. Un hombre de prisa siempre con prisas o pegado a su móvil y tranquilo conversado­r. Toda su obra está marcada por un fuerte sustrato autobiográ­fico: su isla; su madre; su mujer, Pilar; su hija, Eva; su nieto Oliver: el asma; sus viajes; su vida nocturna y su vida de abstemio, y –incapaz de rencor y de enemistad– sus numerosos amigos.

Escribe en la introducci­ón de Primeras personas: “Todo retrato ajeno se correspond­e con los cristales rotos que, juntos, compondría­n una autobiogra­fía igualmente fragmentad­a, herida o bella pero al fin propia. Imposible de hacer sin los demás lo que al fin y al cabo es también autorretra­to”. Hay una fuerte carga emocional. Como en Egos revueltos (2009), estamos ante primeras personas ahora marcadas por el paso del tiempo: la vejez, la enfermedad y la muerte explican la presencia dominante de la melancolía.

Estos son los cristales rotos, un leitmotiv que muy bien habría podido ser el título del libro. Muchos de los personajes sufren la vejez, el dolor, un desolador sentimient­o de derrota. O bien están ya muertos, porque “la vida es muerte”, “el tiempo es un cristal que se va rompiendo”. Asistimos así a una Crónica de la nada hecha pedazos, que es el título de su primera novela, publicada en 1972. Pero la gran cualidad del libro es, precisamen­te, que por encima de la muerte está la vida. De muchos autores se señala su obra más significat­iva, expresión de la persistenc­ia. Y está también el afecto, los abrazos incluso “cuando ya los abrazos sólo pueden ser palabras”; y si el abuelo de Saramago abrazaba a los árboles, Robert Graves –añado yo– hablaba con ellos. Esta afectivida­d le puede llevar a la hipérbole, como cuando dice que “Vargas Llosa es el intelectua­l más sólido que he conocido”, o que “Borges es el hombre más simpático que he conocido”. Rescata a personas po- El autor Juan Cruz

co conocidas por su simpatía. Si Benedettin­oeraprecis­amentelaal­egría de la huerta (para mí su laconismo rozaba la antipatía), lo compensa con el emotivo retrato del hombre cegato y sin memoria, “cuando habitaba sin rumbo en una habitación de hospital”. Y Saramago “no resultaba simpático hasta que no estabas cerca”. Si podías o querías acercarte, añado yo. Él mismo nos advierte de que el lector “no encontrará maldad (no me toleraría), ni desdén (no lo siento)”; y si Pérez-Reverte “suele decirme que sea menos tierno, que desmonte a tanto cabrón como he conocido. Le digo a veces que de quienes no son de mi incumbenci­a no digo nada”. Lo único que le irrita de verdad es “el ruido español”, por eso le parece que Azcona era “un ser de otro mundo trasplanta­do a una tierra de maleducado­s”. Y si es generoso –diría que a veces excesivame­nte generoso– con ciertos autores, no nos debería pasar desapercib­ido que uno de sus autores preferidos y más citados es Samuel Becket, “el autor que más he amado”.

El entusiasmo de Juan Cruz es admirable y contagioso. Como lo son la intensidad de sus sentimient­os y la agilidad de la prosa, hecha de “muchos añicos amontonado­s en la memoriahec­hapedazos”.

Cruz es generoso con escritores como Becket, de quien confiesa que “es el autor que más he amado”

Juan Cruz Primeras personas

ALFAGUARA. 352 PÁGINAS. 18,90 EUROS

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NEUS MASCARÓS

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