La cadena trófica

Por encargo del comitente Hieronymus Cock, regente en Amberes de un negocio de arte, Pieter Bruegel el Viejo realizó en 1557 un dibujo a pluma y tinta china titulado Los peces grandes devoran a los pequeños. La pieza se expuso como obra de Hieronymus Bosch, el Bosco, que por entonces llevaba muerto más de cuarenta años.

Alguien familiarizado con el autor de El carro de heno descubrirá en los aspectos zoomórficos de ciertas figuras y en la laboriosidad del operario que abre el vientre del gran pez con un cuchillo en cuya hoja está grabado el emblema imperial, guiños nada inocentes a la labor del maestro de Bolduque, algo que a los compradores, deseosos entonces de poseer un Bosco antes que un Bruegel, les pudo bastar para beneficio del bolsillo de Cock.

Esta añagaza de marchante acaso sirva para leer en clave metafórica los motivos que permiten que dicha obra pueda ser trasvasada del mundo de una práctica alimenticia al panorama del ethos sin incurrir en exageración. La razón es evidente: los poderosos son la hoja que corta el vientre del pez más o menos engordado. En la lógica de las relaciones humanas (darwinismo Pieter Bruegel el Viejo: ‘Los peces grandes devoran a los pequeños’ social, se llamará con el tiempo), los lacayos del emperador o del banquero sajan a conciencia las entrañas de la burguesía o del pueblo ignorante para satisfacer empresas guerreras o un mercado del lujo