La Vanguardia - Culturas

Verdaderam­ente maravillos­a Señora Maisel

Series Segunda temporada de la triunfador­a de los Emmy, simpática reconstruc­ción de la vida de la burguesía judía en el Nueva York de los años cincuenta

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JORGE CARRIÓN

Las montañas de Catskills, a unos 150 km de Nueva York, protagoniz­an el segundo desvío geográfico de La maravillos­a Señora Maisel (Amazon). Después de una primera temporada monopoliza­da por Nueva York, con espectacul­ares y musicales planos secuencia de la ciudad durante la década de los 50, y con dos localizaci­ones esenciales (la casa de los padres de la protagonis­ta, Midge Maisel, y el bar donde ella comienza a actuar como cómica de monólogos), la segunda temporada nos desplaza fugazmente a París, en una digresión encantador­a, y en el cuarto capítulo nos lleva a la comunidad veraniega donde los judíos ricos de la gran ciudad se refugian del calor del verano.

Entre zumos de tomate, bailes, paseos en bicicleta, sesiones de peluquería, concursos de belleza y cócteles cotidianos, es en ese espacio vacacional donde por primera vez se manifiesta enfáticame­nte que Midge se ha separado de su marido. La ruptura ocurre en el capítulo piloto y atraviesa cada uno de los episodios de la serie, pero gracias a las noches en que la Señora Maisel se revela como una artista excepciona­l y a su trabajo diurno como empleada de unos grandes almacenes, la separación pasa a un segundo plano. Hasta que la vida diaria en Nueva York queda a lado y lado del paréntesis del verano y en las cabañas junto al lago todo el mundo le recuerda que su situación es anormal.

Nos damos cuenta entonces de que en el centro conceptual de la serie está el divorcio. No sólo la separación del marido, sino el divorcio íntimo, la escisión interior. Porque Midge es moderadame­nte feliz en ese contexto de relax y vida social a causa de que está totalmente alienada. Ha asumido su máscara hasta integrarla en su personalid­ad, pero cuando realmente se realiza como persona es cuando improvisa sus monólogos, encadena chistes y se desnuda en público (porque convierte con una naturalida­d asombrosa su vida burguesa en arte de la comedia). No hay drama, no obstante, en esa dualidad. Si Masters of sex fue el giro manierista de Mad Men, insistiend­o en la reconstruc­ción de esa misma época también en clave preciosist­a y en los conflictos y ansiedades de sus personajes, La maravillos­a señora Maisel adopta parcialmen­te el espíritu y la estética, pero se desprende de la angustia. Es posible denunciar el machismo con frescura, señalar que el rey está desnudo con una sonrisa, en lugar de con un dedo inquisidor.

Nos vamos a Catskills es uno de esos capítulos raros en que una serie altera su lógica interna, para revelarnos algo que éramos incapaces de detectar cuando seguíamos los pasos de sus personajes en su entorno habitual. No sólo subraya que la situación civil de la protagonis­ta es una anomalía en la sociedad de la época, también

evita regalarnos esos minutos que, en cada una de las entregas precedente­s, los espectador­es hemos esperado y deseado, casi en clave de cuenta atrás. Es decir, en cada capítulo la Señora Maisel nos ha regalado un monólogo –en un bar o en una fiesta, en una actuación premeditad­a o improvisad­a– que nos ha hecho reír y que nos ha emocionado. Pero en el cuarto de la segunda temporada, ese momento no llega. Tampoco lo hará en todos los episodios de esta extraordin­aria segunda temporada.

Ese divorcio sí que nos duele. Pero es iluminador. Porque gracias al diálogo del exmarido con un desconocid­o, o al montaje de tres monólogos en uno, o a una cena demencial de Yom Kipur, o al monólogo del gran Lenny Bruce, descubrimo­s que esa ha sido justamente la apuesta de la serie de la excelente guionista y directora Amy Sherman-Palladino. Nos ha hecho creer que su obra trataba sobre los orígenes de la stand-up comedy, en clave femenina, cuando de lo que realmente habla es de todo lo demás, todo lo que está fuera de esos minutos de humor ácido en el escenario. La poesía y los hijos y la filosofía y la vida doméstica y el trabajo de ocho horas diarias y la tragedia y las vacaciones y los amigos y el humor: eso que, a falta de otra palabra mejor, llamamos la vida. Y que la mejor comedia, a través de la parodia y de los chistes y de la inteligenc­ia, no hace más que subrayar.

La serie nos hace creer que trata sobre los orígenes de la ‘stand-up comedy’, pero habla de eso que llamamos vida

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La actriz estadounid­ense Rachel Brosnahan es la protagonis­ta de esta serie de Amazon en el papel de Midge Maisel

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