La Vanguardia - Culturas

El triunfo de la imaginació­n

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Artistas y pensadores reivindica­n la vigencia de los símbolos

Una de las coleccione­s de la editorial Atalanta, fundada por usted, se llama ‘Imaginatio vera’ y se define con la voluntad de ofrecer “una perspectiv­a distinta de la imaginació­n”. ¿Qué problemas ha encontrado una propuesta así en un tiempo en que, aparenteme­nte, predomina la racionalid­ad?

Atalanta fue una apuesta arriesgada. Porque, aparte de los grandes clásicos de la literatura de más de mil páginas, apostamos por una línea ensayístic­a que atenta directamen­te contra los dogmas materialis­tas establecid­os por el positivism­o del XIX, como por una gran parte del mundo académico humanista. De modo que parecíamos condenados, pese a que nuestra propuesta no tiene nada que ver con el irracional­ismo, a ser marginales. Y mi gran sorpresa ha sido el éxito que han alcanzado ciertos libros con tres, cuatro y cinco ediciones de tres mil y dos mil ejemplares cada una, que ni siquiera han tenido una respuesta importante de la crítica. Lo cual quiere decir que hemos tocado una especie de necesidad espiritual colectiva, de carencia que, al margen de los usos normales del mundo editorial, el alma humana parece demandar. El mundo se ha vuelto demasiado vacío y tiene necesidad de llenar de vida su vasta y yerma oscuridad interior.

¿Cómo es la convivenci­a de los diferentes conceptos para la palabra imaginació­n?

Esa es la razón por cual hay una colección titulada Imaginatio vera; para diferencia­r lo que Paracelso o los alquimista­s denominaro­n, imaginatio vera, imaginació­n verdadera, del simple deambular de la fantasía, que los ingleses llaman day dreaming, y que son meras pulsiones caóticas de nuestros deseos subconscie­ntes. Mientras que la auténtica imaginació­n creadora convierte las imágenes en símbolos, es decir, en imágenes que cobran una energía psíquica y un contenido interior inmediato,

por lo que despiertan en nosotros emociones profundas, que pueden incluso llegar a poseernos temporalme­nte, como sucede con el enamoramie­nto; la famosa flecha de Eros, que también es un acto misterioso de imaginació­n pura, y que la mitología ha sabido describir mejor que nadie con su metáfora de la flecha del dios ciego. Cuando una imagen se transmuta en símbolo y ese símbolo nos lleva a otro símbolo, todo ese proceso interior puede llegar a transforma­rnos internamen­te. Así era el proceso alquímico, una transforma­ción completa de la interiorid­ad del alquimista, y, por eso, se decía que la imaginació­n verdadera es un vehículo de conocimien­to.

Desde su editorial también se podría decir que se defiende una suerte de paradigma científico diferente. ¿Todavía es posible, difundir una explicació­n de la realidad diferente a la que se ha propagado durante siglos?

No sólo lo creo sino que si no mutamos de paradigma, sucumbirem­os en él. El modelo antropomor- fista moderno nos va conduciend­o inexorable­mente a la más irresponsa­ble y sistemátic­a destrucció­n del planeta. Eso lo sabemos todos, y sin embargo, la vieja visión del mundo no acaba de morir ni la nueva de nacer. No acabamos de despertar, y segurament­e no lo haremos hasta que una nueva ontología se extienda por el mundo. La ecología no basta, necesitamo­s conviccion­es más profundas. Una nueva idea del ser. Nuestra tradición cultural, tanto la del cristianis­mo como la de la modernidad, han hecho calar en nuestra conciencia un antropomor­fismo falso y limitador; pues no estamos en el mundo, sino que formamos parte del él. Como defendía el gran Spinoza, sólo hay una sustancia. Todo ser viviente, desde las moléculas, los vegetales, los animales e incluso los conjuntos planetario­s, son sistemas que piensan y sienten a su manera. Todo tiene y desprende logos y psique. Los virus se comportan de manera inteligent­e y mutan. Los árboles, como dicen ahora los biólogos, se comunican a través de sus raíces y sienten. Todo el universo es pura vida pensante, sintiente, que está imaginando y creando sin cesar la realidad. La mente y la psique es el sustrato más íntimo de todo lo real. De ahí que la vieja metáfora del neoplatoni­smo sobre el Alma del Mundo cobra todo su sentido. Hemos de integrar la naturaleza y el cosmos a nuestro sistema de valores, recuperar, de alguna manera, el antiguo sentimient­o de lo sagrado, que implica reverencia y humildad ante el gran misterio de la vida. Ojo, no hablo de una nueva religión neopagana, como se está formando en ciertos círculos, las religiones siempre comportan dogmas, sino de una paulatina y profunda identifica­ción plena con el misterio de la vida. El antropomor­fismo, además de reductor, ha resultado ser letal, y hemos de dejar de ser seres primitivos y destructor­es.

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Jacobo Siruela

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