Documental Vives Fierro
Recorrido Clàudia Vives-Fierro, hija del artista, muestra en un documental el ‘dietario’ gráfico del creador, memorias hechas a golpe de pincel
El pintor catalán visto por su hija Clàudia
MÀRIUS CAROL
Picasso escribió que pintar es otra manera de llevar un dietario. Las obras de un artista, como Antoni Vives Fierro, nos permiten ver la evolución del creador, como si fueran una especie de memorias hechas a golpe de pincel. No sólo están presentes los temas que le han interesado en el transcurso de su vida, sino también las emociones que han turbado al pintor. El documental de Clàudia, su hija, utiliza su obra como guion de una vida rica y plena. Además, el conocimiento directo del personaje y de su mundo que tiene la autora de la película le permite incorporar vivencias y sensaciones que no siempre explican las telas por más que estas documenten los diferentes pasajes de su existencia. En el caso de Vives Fierro, que ha sido un gran pintor de paisajes urbanos, podemos saber dónde estaba en cada momento de su vida por las ciudades que refleja en sus obras.
Yo creo que el documental que ha hecho Clàudia tiene el acierto de la proximidad: el artista se confiesa tal cual es, tal como piensa. El paseo por los jardines de Cal Papitu, la masía del Penedès, donde empieza y cierra, nos permite entender esta proximidad. La sinceridad de la imagen y las palabras se manifiesta. Antoni no se engalana –y eso que es una persona presumida– para ponerse delante de la cámara. Va con una camiseta, unos pantalones anchos y unas zapatillas por los caminos de la finca. Renuncia a la elegancia por la autenticidad. Después, cuando quiere explicarnos qué piensa el ar- tista sobre el arte, la vida o el mundo utiliza un primer plano, en blanco y negro, como si la realizadora quisiera que nada distrajera las opiniones del protagonista. La narración del filme es diacrónica, pero de vez en cuando hace un flashback para no correr, para permitir la reflexión, para matizar conceptos. El resultado final es magnífico. Si alguien no conoce a Antoni Vives Fierro, es evidente que lo retrata a la perfección, sin imposturas, ni artificios. Me gusta cuando dice que no le da pena vender determinados cuadros, lo que le da pena es no venderlos. Así es el maestro: claro y catalán. O cuando explica que, cuando ha dado la última pincelada a una tela, no ha acabado su trabajo, pues hay que hacer una tarea de relaciones públicas final en cada obra para que encuentre un comprador. Por cierto, cuando lo oía hablar he recordado a Salvador Dalí, a quien he dedicado unos cuantos libros, quien entendió que el arte necesitaba del marketing y que a las telas hay que dedicarles unas cuantas horas fuera del taller para ponerlas en valor, para darlas a conocer.
Por no callar, Vives Fierro no deja de decir que siente que su ciudad no le haya dedicado nunca una antológica, cosa que sí ha hecho la ciudad de Madrid. Tiene la Clau de la Ciutat o la Creu de Sant Jordi, pero no hay honor mayor para un artista que sus conciudadanos puedan disfrutar de una muestra amplia de su obra.
Por cierto, tampoco Clàudia silencia algún episodio terrible, como por ejemplo el día en que siendo ella