La derrota definitiva
Novela Houellebecq anuncia a los lectores la extinción de la forma de vida que les vio nacer y les reprocha su dejadez por no luchar por impedirlo
El poeta, novelista y ensayista francés Michel Houellebecq
ÁLVARO COLOMER
La literatura europea contemporánea tiende a discurrir por un camino ya trillado: la constante revisión de nuestra historia reciente. El pasado del continente abunda tanto en tragedias que los escritores sólo han de echar la vista atrás para encontrar acontecimientos dignos de ser novelados. Lógicamente, no hay nada de reprochable en eso –de hecho, todo lo contrario–, pero la ocasional aparición de autores que miran hacia el futuro buscando una respuesta a la gran pregunta que hoy sobrevuela la cabeza de todos los europeos –¿hacia dónde vamos?– merece una atención especial por parte de la crítica. A fin de cuentas, son estos escritores los que se atreven a especular, con mayor o menor acierto, sobre las consecuencias del embrollo político en el que estamos sumidos en la actualidad.
En este sentido, no cabe duda de que Francia es el país que está aportando más autores preocupados por el devenir del continente. Por poner
sólo un ejemplo, en el 2016 Virginie Despentes publicó la primera entrega de su trilogía Vernon Subutex (Literatura Random House), en la que anunciaba la muerte de lo que podríamos llamar “el estilo de vida europeo” a través de la historia de un cincuentón cuyos sueños de futuro –y de bienestar– habían quedado aplastados por el contexto económico que todos conocemos. Y ahora el enfant terrible del país vecino, Michael Houellebecq (Reunión, 1958), reincide en el entierro de nuestras esperanzas con Serotonina, novela en la que muestra el cadáver ya en descomposición de una Europa imposible de resucitar.
El protagonista es Florent-Claude Labrouste, un funcionario del Ministerio de Agricultura francés que, desde hace algún tiempo, viene experimentando el “flácido y doloroso derrumbe” de todo su ser y que, nostálgico de aquella juventud en la que la vida prometía éxitos y diversiones, emprende una huida hacia su propio pasado que le impulsa a reencontrarse con sus antiguas parejas y amigos. Este viaje tanto físico como espiritual le llevará a ver con sus propios ojos el modo en que se van extinguiendo los valores sobre los que se alzaba la sociedad francesa: donde antes había sexo, ahora hay mujeres practicando gang bangs con perros y hombres rodando vídeos pedófilos; donde había campiña, quedan agricultores suicidándose ante la imposibilidad de sostener a sus familias; donde había arte, restan posos de alcohol; donde amor, violencia de género…
Serotonina confirma que Houellebecq sigue siendo un valor seguro, acaso uno de los poquísimos representantes de aquella cosa que antaño llamábamos literatura. Tal vez ahora detectemos en su trabajo cierta querencia hacia las descripciones demasiado largas, llegando al punto de ralentizar la narración con asuntos tan baladíes como la gastronomía de los lugares que el protagonista visita –algo típico en escritores sin nada que decir–, y puede que encontremos pasajes que dilatan la acción de un modo innecesario, como por ejemplo las reflexiones sobre el turismo de masas y los hoteles con encanto creados en España por el dictador Francisco Franco –sin duda la parte más floja del libro, aun cuando también la más llamativa para cierto tipo de lectores– . Pero todos estos escollos no lastran una ficción que, sin ningún género de dudas, capitaneará la cosecha narrativa del 2019. Y es que resulta difícil imaginar a otro autor que diseccione con tanta eficacia el mundo que emerge ante nosotros. Houellebecq anuncia a los lectores la desaparición de la forma de vida que les vio nacer y, al mismo tiempo, les reprocha su dejadez a la hora de impedir que les robaran no sólo los derechos y las propiedades, sino también los valores en los que fueron educados.
El escritor francés es tan sincero que resulta doloroso. Las leyes del libre mercado han destruido todos y cada uno de los países que conforman nuestro continente, y nada se puede hacer para reparar el daño. Incluso la posibilidad de adaptación queda aniquilada en las páginas de Serotonina, cuyo personaje ni siquiera es capaz de vencer su desesperación tomando antidepresivos.
El hecho de que el protagonista sea un funcionario del gobierno que, como tal, tiene cierta capacidad para comprender el modo en que los gobiernos contribuyen al desmoronamiento de las sociedades que juraron proteger hace que, de algún modo, sea lícito comparar a Houellebecq con Kafka. Pero con un Kafka que no imagina a un hombre que se convierte en insecto, sino a otro que cabalga lomos de una cucaracha. De una cucaracha llamada Europa.
Michael Houellebecq Serotonina
ANAGRAMA. TRADUCCIÓN AL CASTELLANO: JAIME ZULAIKA / AL CATALÁN: ORIOL SÁNCHEZ VAQUÉ. 288 PÁGINAS. 19,90 EUROS