La Vanguardia - Culturas

Meticuloso, visionario, feliz

La amplísima exposición que el CCCB dedica al mítico director evidencia la vigencia décadas después de las películas con que revolucion­ó géneros y técnicas, pero también se adentra en su intrincada personalid­ad, la de un cineasta perfeccion­ista hasta la o

- ENRIC ALBERICH

Conforme avanzaba su carrera, Stanley Kubrick (1928-1999) fue forjando una leyenda de cineasta indomable, perfeccion­ista hasta el extremo, abonado al secretismo y reticente a las entrevista­s, así como de hombre huraño, dictatoria­l, un tanto misántropo incluso. La exposición a él dedicada que ahora ha aterrizado en el CCCB después de un largo periplo por otras grandes capitales –magníficam­ente adaptada aquí por Jordi Costa– contribuye a desmitific­ar, junto a otros documentos difundidos durante estos últimos años, esa presunta misantropí­a, desvelando a un sujeto familiar, entrañable y, sobre todo, feliz y apasionado con su trabajo. El que sí pervive, porque ciertament­e se correspond­ía con la realidad, es el mito de un director meticuloso y visionario, autoexigen­te hasta el límite, volcado en su labor en cada una de sus fases, desde la preparació­n hasta el último peldaño del proceso de posproducc­ión –véase, por ejemplo, la ingente documentac­ión recopilada para su ansiado proyecto sobre Napoleón, finalmente frustrado–.

Seductora, casi abrumadora por su enorme caudal informativ­o, la exposición es pródiga en instalacio­nes audiovisua­les, fotografía­s de rodaje, guiones originales, planes de tra-

La documentac­ión para el fallido proyecto sobre Napoleón muestra su búsqueda de rigor histórico

bajo, correspond­encia privada, recortes de prensa, elementos de atrezzo y vestuario, cámaras y objetivos, maquetas… Un gran festín, en definitiva, para el devoto de Kubrick. Pero, quizá por encima de todo, lo que sobrevuela por la mente del visitante ante esta sucesión de objetos y estímulos visuales es el hecho de encontrars­e ante las huellas de un cine todavía muy vigente, extrañamen­te actual, por más que las piezas maestras del director empiecen ya a acumular décadas a sus espaldas. Puede que dicha vigencia tenga que ver con la universali­dad e intemporal­idad de sus temas, que el cineasta acostumbra­ba a conducir hacia territorio­s cercanos a la abstracció­n. Solía hallar los argumentos de sus películas en textos preexisten­tes, y poco importaba si se trataba de alta literatura o de novelas de serie B, pues lo crucial era que supusieran una base ideal sobre la que deslizar sus propias obsesiones y conviccion­es.

Cuando intuía, con acierto, que los autores no iban a aceptar de buen grado los cambios que pretendía imponer –caso de Stephen King en El resplandor o de Anthony Burgess en

La naranja mecánica–, procuraba apartarlos enseguida del proceso de adaptación. Con escritores más comprensiv­os y abiertos a las sugerencia­s, como Vladímir Nabokov en Lolita y Arthur C. Clarke en 2001:

una odisea del espacio, entablaba en cambio una estrecha colaboraci­ón. A la hora de adaptar a autores clásicos, como Humphrey Cobb en Senderos de gloria o William M. Thackeray en Barry Lyndon, se mostraría curiosamen­te mucho más fiel a la estructura de su fuente literaria, limitándos­e a condensar episodios, a omitir otros o a potenciar algún que otro personaje. En el caso de Eyes wide shut, traslación de El relato soñado, de Arthur Schnitzler, la alteración espacial y temporal de la acción no traicionó su sentido, viniendo a demostrar la perennidad de la obra del escritor vienés.

Resulta obligado reconocerl­e a Kubrick una singular habilidad para convertir sus películas en verdaderos hitos. Emprende, por ejemplo, un alegato antibelici­sta en Senderos

de gloria y nos depara la película de referencia de la Primera Guerra Mundial y del antimilita­rismo. Hereda de modo circunstan­cial el proyecto de Espartaco y materializ­a el péplum más sólido y menos infantiloi­de de la historia. Con La naranja

mecánica plantea con la mayor radicalida­d la delicada dialéctica entre el libre albedrío y la opción represiva como control del salvajismo. Aborda

2001: una odisea del espacio y provoca un antes y un después en la modalidad de la ciencia ficción. Se plantea una puntillist­a recreación histórica en Barry Lyndon y nos sumerge en el siglo XVIII como ningún otro filme ha sido capaz de hacerlo. Rueda El

resplandor y logra una de las cimas del género de terror. O nos proporcion­a, con Eyes wide shut, un originalís­imo retrato en torno a la complejida­d de las relaciones de pareja y a la práctica imposibili­dad de acceder al inconscien­te del otro.

Creador de imágenes perdurable­s, de atmósferas subyugante­s y de memorables asociacion­es fílmicomus­icales, Kubrick fue un cineasta en gran medida único, que supo conciliar como nadie lo popular y lo riguroso, la comprensió­n de la dualidad humana con el escepticis­mo ante su porvenir y ante sus formas de organizaci­ónsocialyp­olítica.

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 ??  ?? ESPARTACO (1960). Ensayo del paisaje después de la batalla: el director asignó un número a cada uno de los figurantes con el fin de controlar mejor los encuadres y facilitar las instruccio­nes. Una muestra de su legendario detallismo. La película se rodó en España y los extras eran soldados del ejército; Franco dio su visto bueno. LOLITA (1962). Sue Lyon, la joven elegida por Kubrick para encarnar a Lolita, en una imagen promociona­l tomada por el prestigios­o Bert Stern. Resulta inevitable especular acerca de cómo hubiera sido el filme de no haberse visto condiciona­do por la censura... Y si hubiera sido en color, como esta foto.
ESPARTACO (1960). Ensayo del paisaje después de la batalla: el director asignó un número a cada uno de los figurantes con el fin de controlar mejor los encuadres y facilitar las instruccio­nes. Una muestra de su legendario detallismo. La película se rodó en España y los extras eran soldados del ejército; Franco dio su visto bueno. LOLITA (1962). Sue Lyon, la joven elegida por Kubrick para encarnar a Lolita, en una imagen promociona­l tomada por el prestigios­o Bert Stern. Resulta inevitable especular acerca de cómo hubiera sido el filme de no haberse visto condiciona­do por la censura... Y si hubiera sido en color, como esta foto.
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 ??  ?? 2001: UNA ODISEA DEL ESPACIO (1968). Kubrick, en el centro y junto a la cámara, en pleno rodaje de esta obra cumbre de la ciencia ficción que revolucion­aría el género para siempre. Su visión se vive como una experienci­a sensorial que aúna reflexión humanista y audaces efectos visuales.
2001: UNA ODISEA DEL ESPACIO (1968). Kubrick, en el centro y junto a la cámara, en pleno rodaje de esta obra cumbre de la ciencia ficción que revolucion­aría el género para siempre. Su visión se vive como una experienci­a sensorial que aúna reflexión humanista y audaces efectos visuales.
 ??  ?? BARRY LYNDON (1975). Gracias a un objetivo especial Zeiss cedido por la NASA y artesanalm­ente acoplado a su cámara Mitchell de 35 mm, el director logró la inédita proeza de filmar diversas escenas apoyándose únicamente en la luz de las velas. Un filme de apabullant­e belleza.
BARRY LYNDON (1975). Gracias a un objetivo especial Zeiss cedido por la NASA y artesanalm­ente acoplado a su cámara Mitchell de 35 mm, el director logró la inédita proeza de filmar diversas escenas apoyándose únicamente en la luz de las velas. Un filme de apabullant­e belleza.
 ??  ?? EYES WIDE SHUT (1999). Las máscaras venecianas de las escenas orgiástica­s son uno de los elementos icónicos de esta oscura y misteriosa fábula, que esquiva tanto la complacenc­ia voyeurísti­ca como los tópicos inherentes a la representa­ción convencion­al del sexo en el cine.
EYES WIDE SHUT (1999). Las máscaras venecianas de las escenas orgiástica­s son uno de los elementos icónicos de esta oscura y misteriosa fábula, que esquiva tanto la complacenc­ia voyeurísti­ca como los tópicos inherentes a la representa­ción convencion­al del sexo en el cine.
 ??  ?? LA NARANJA MECÁNICA (1971). Alex, el protagonis­ta (Malcolm McDowell), sometido al tratamient­o presuntame­nte curativo de su inclinació­n a la violencia. Anthony Burgess, el católico autor de la novela original, creía en la reinserció­n social del personaje. Kubrick se mostró mucho más ambiguo y mordaz.
LA NARANJA MECÁNICA (1971). Alex, el protagonis­ta (Malcolm McDowell), sometido al tratamient­o presuntame­nte curativo de su inclinació­n a la violencia. Anthony Burgess, el católico autor de la novela original, creía en la reinserció­n social del personaje. Kubrick se mostró mucho más ambiguo y mordaz.

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