La belleza en duda
Cuando el pintor se libera del encargo, del realismo y la figuración y pasa de la condición de artesano a la de artista, se abre todo un panorama complejo y de debate permanente que, entre otras cuestiones, pone y propone una nueva relación entre el concepto de la belleza y la obra de arte. El arte contemporáneo ha pasado por etapas muy excluyentes y severas para todo lo que no siguiera la corriente de estar, para entendernos, en contra de la belleza. Grandes artistas vieron dificultada su proyección porque por esta opción, los que decidían por todos, les pusieron el camino cuesta arriba, en un circuito alternativo. Las vanguardias y también el arte contemporáneo parecía que favorecían la transversalidad y la cohabitación de múltiples prácticas y poéticas individuales. ¿Arte contemporáneo igual a libertad? Lo dejo ahí. Lentamente se van eliminando prejuicios, pero aún las reticencias son evidentes. Además una tendencia artística se hace en contra de otra.
Vayamos atrás: en los 70 el adjetivo bonito aplicado a una pintura o a Una visitante ante la obra ‘Infiltration homogen für Konzertflügel’ de Joseph Beuys
una escultura quedaba como calificación peyorativa, un adjetivo proscrito en el mundo del arte y extensivo a todos los círculos intelectuales y esnobs. Los sobreentendidos, ya saben: algo bonito era un artefacto hueco. Una especulación estética y nihilista. Hasta cierto punto en nuestro país, en plena dictadura, parecería lógica la postura de contra la belleza y lo establecido. Pero la ruptura se producía en todo el mundo, Jean Dubuffet en 1945 ya estaba con el arte contractual (Art Brut). Al parecer resulta imposible definir lo que es belleza y lo que no en la creación contemporánea, porque no existe un canon y porque cada creador y sus teóricos imponen el suyo. Además un objeto bello o bonito quedaría circunscrito al diseño, a la arquitectura y a la publicidad. Y a algunas esculturas o pinturas fuera del perímetro no explícito pero sí implacable del arte contemporáneo. La especulación formal y estética como fin último de una obra de arte es tan válida como otras más comprometidas con la sociedad y el humanismo. Aunque personalmente pensemos lo contrario. Parece que la belleza por la belleza empieza a reivindicarse y a ser tolerada. Y reconocida. Faltaría más. Sobre todo en su uso público.
Es como si algunas corrientes del arte contemporáneo empezaran a aburrirse de sí mismas. Desde una cierta perspectiva la endogamia del arte político, de un discurso comprometido, teórico y social, que ha dado grandes valores y aportaciones al conocimiento artístico, se agota porque no es nuevo; justamente en nuestro país el llamado arte conceptual tuvo un gran predicamento. Pero lo que son las cosas, también las del arte, se ignoró y se
ignora aún al creador que, con él, y el grupo neodadá Fluxus, se empezó a entender el arte de otra manera: Joseph Beuys (1921-1986), el explorador radical del tiempo, más filósofo que artista, persiguió otra belleza. “El elemento más importante, para los que observan mis objetos, es mi tesis fundamental: cada hombre es un artista”. Afirmó.
Si preguntáramos a un grupo de personas, creadoras o no, por su definición de la belleza sería como preguntarles qué entienden por felicidad. Cada una respondería una cosa distinta. La indefinición y la duda aseguran larga vida al debate.Elquesea.