La versión de los evangelistas
Poco antes del domingo de Ramos me llegó a la redacción La última semana de Jesús, del historiador y filólogo semítico Javier Alonso. Es la puesta al día de un volumen del 2014, y lo publica Alianza en su colección El Libro de Bolsillo (¡cuánto debe nuestra cultura a esta colección!). Fue una de mis lecturas de Semana Santa: por su carácter panorámico, buenas fuentes y brevedad, muy recomendable para personas interesadas en el Jesús histórico.
Es este un terreno de investigación que en los últimos decenios ha dado de sí. Cuando residía en EE.UU., curso 1991-1992, aparecieron con poca diferencia dos obras muy innovadoras, a decir de los expertos: El Jesús histórico. La vida de un campesino judío revolucionario ,de John Dominic Crossan, que veía a Cristo “como un maestro de sabiduría que utiliza aforismos al estilo zen”, más que como un profeta de la llegada del reino de Dios, y Un judío marginal. Repensando el Jesús histórico, de Richard P. Meier, que quería proponer un perfil sobre el que pudieran ponerse expertos de todas las religiones. La “marginalidad” del título se debería a su itinerancia, su carencia de trabajo, su celibato y su forma de enseñar.
Javier Alonso aspira a explicar, primero el contexto histórico, y después el día a día, de la última semana de Jesús, del domingo de Ramos a su sepultura, advirtiendo que los evangelistas condensaron en siete jornadas, por necesidades de su relato, acontecimientos que se sucedieron a lo largo de meses. El autor argumenta que aquel domingo Jesús entraba en Jerusalén con un claro plan: proclamar el reino mesiánico en Israel, y a sí mismo como
Habrían suavizado el papel romano en la muerte de Jesús porque querían llegar al público de Roma
Mesías. La instauración de un gobierno de Dios iba a tener consecuencias prácticas e idealmente “supondría una abundancia tanto material como espiritual”.
Sus objetivos chocan contra los intereses del establishment judío –que organiza una conspiración para acabar con él– y contra el dominio romano, poco partidario de ver proclamados nuevos reyes que no lleven su plácet. Pero serán finalmente los romanos, y no los judíos, quienes le detienen, juzgan y condenan, de acuerdo con su ley y con un castigo característico del imperio, la crucifixión.
Esa primera responsabilidad romana en el prendimiento y muerte de Jesús –sostiene Alonso– los evangelistas la suavizaron para que su mensaje se difundiera sin excesivos problemas entre el público romano al que se dirigían (y prefirieron convertir a Jesús “en la víctima de un conflicto interno de la sociedad judía”). Especialmente Marcos, que escribía en Roma en el año 70 y del que copiaron Mateo y Lucas. A sus potenciales lectores quizás no les hubiera gustado verse señalados de forma indirecta en el papel de verdugos del protagonista.
Tras dejar a Jesús en la tumba, no se aborda aquí el tema de la resurreción. El autor lo dejó para otro libro.