La Vanguardia - Culturas

Autobiogra­fías sin yo

Biografía El testimonio de dos mujeres obligadas a vivir a la sombra de sus maridos, en un exilio interior que marginó su propio talento. Dos maneras diferentes de afrontar la invisibili­zación del Yo femenino para favorecer al Él

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La autora Pilar Gómez Bedate LAURA FREIXAS

“La autobiogra­fía es el género literario en el que el Yo ocupa el centro del escenario”, le oí decir una vez a Carlos Castilla del Pino. En ese momento, me pareció una obviedad; hoy, me parece una trampa. O una muestra de cómo opera el relato patriarcal: para definir algo (sea la autobiogra­fía o los síntomas del infarto), toma como referencia a los varones; luego, como las mujeres no encajan en esa definición, las invisibili­za o las margina.

La centralida­d del yo es típica de las autobiogra­fías masculinas, pero mucho menos de las femeninas, entre las cuales abunda el género “autobiogra­fía de Nosotros” o “biografía del Gran Él con la pequeña yo”. Así, Antonia Fraser publica, no sus diarios, sino sólo la parte de los mismos en que aparece Harold Pinter (Must you go?); Patti Smith en Éramos unos niños da casi más espacio a Robert Mapplethor­pe que a ella misma; Simone de Beauvoir comparte el protagonis­mo con ese intelectua­l de dos cabezas llamado “Sartre-et-moi”; y qué decir de las memorias de las viudas de grandes hombres, autoras de libros titulados Mi vida junto a Pablo Neruda, Vida con Picasso, Caminando con Joan Ponç... Huelga decir, por cierto, que cuando la parte masculina de la pareja publica a su vez unas memorias (como Neruda en Confieso que he vivido), la “musa” en cuestión merece un par de líneas.

“No quiero olvidar aquella historia del Brasil que mi marido ha contado tantas veces...”: así empieza Pilar Gómez Bedate sus (¿sus?) memorias, Un tiempo dulce: hablando de Ángel Crespo. Y esa será la tónica en el resto del libro. Conoceremo­s los poemas de Ángel, su militancia política, los premios y medallas que recibe, los manifiesto­s que firma, sus amigos, su divorcio, las anécdotas de sus viajes, las traduccion­es que emprende, los problemas que encuentra en ellas, las brillantes soluciones que les da... Sólo muy de vez en cuando, y como de paso, nos enteraremo­s de que Pilar, además de llevarle el whisky, hacer la cena, ser su “oyente casi muda”, buscarle, a través de la esposa de otro profesor, ayuda doméstica para los meses que va a pasar solo en Holanda... además, digo, de todo esto, Pilar también da clases, también colabora en revistas, también es

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PEDRO MADUEÑO

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