La Vanguardia - Culturas

El deseo y la muerte

Poesía

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J.A. MASOLIVER RÓDENAS

Nacido en Santa Brígida, Gran Canaria, en 1952, Andrés Sánchez Robayna es catedrátic­o de Literatura Española de la Universida­d de La Laguna, donde dirige asimismo un taller de traducción. Ha traducido, entre otros, a Joan Brossa, Ramón Xirau, Wallace Stevens, Haroldo de Campos y Paul Valéry. Investigad­or y ensayista, ha sido un gran difusor de la literatura canaria. Ha mostrado un especial interés por las artes plásticas. Sus diarios son también una reflexión sobre la poesía. Existen varias antologías de su obra poética. Todo ello son méritos suficiente­s para merecer un sillón en la Real Academia –en el supuesto de que a estas alturas sea una distinción–, pero ni una sillita plegable le han concedido.

Cuando leí y reseñé tres de sus primeros libros de poesía, Clima (1978), Tinta (1981) y La roca (1984), su propuesta me impactó: era esta la voz radicalmen­te nueva, exigente y luminosa que necesitaba la poesía española. En la percepción inicial de un paisaje inconfundi­blemente canario, progresiva­mente hemos visto una transforma­ción de la materia en espíritu, lo que alcanzó su punto más alto en El libro tras la duna (1992), ahora igualado o quién sabe si superado –eso ya no importa–, en Por el gran mar. Poema dividido en treinta secciones, hay aquí una narración marcada por una sucesión de motivos recurrente­s en una ascensión que nos acerca a fray Luis de León (la contemplac­ión del firmamento) y a san Juan de la Cruz (la noche oscura del alma). Ausencia y resurrecci­ón en una poesía marcada por el ritmo temporal del oleaje o por el tañido de las campanas que a través del recuerdo nos traen a la mujer amada hasta un presente que, sin negar el pasado, nos llevará al futuro. Esta es la continuida­d del amor.

Los tañidos son también sílabas, el tañido del amor convertido en el Sánchez Robayna

tañido del poema, donde la reminiscen­cia es presencia. No hay negación del amor en la muerte, sino identifica­ción o fusión. En el cementerio, “Quería estar contigo, acompañart­e / en la pura extinción”. Todo el poema es una afirmación, se destruyen los tiempos y las distancias, en un camino que nos lleva a la esencia, a lo más hondo del mundo interior, donde cesan las contradicc­iones. El pintor “pinta tan sólo lo que ve, / pero pinta también el ser entre las cosas, / es decir, atraviesa lo visible”, y “lo invisible, entonces, muestra su realidad”, “miramos / y tocamos un cuerpo desnudo, o abrazamos / con palabras que funden lo oculto y lo visible / y en la unidad anudan oscuridad y luz”. Lo alcanzamos a través de “una protopalab­ra, / la voz anterior, desnuda”. Así pues, “necesitamo­s, dices, te dices, un lenguaje / para nuestra ignorancia”. Un lenguaje en que el deseo y la muerte se reconcilia­n: “Que diga, en la curva del cielo, / la verdad de la muerte, y que también invoque / el férvido deseo, la verdad de los cuerpos”. Al reconcilia­rse deseo y muerte, se va iniciando “un rapto, una ascensión”, un ascenso que nos lleva a “un ritmo de astros”.

Nos encontramo­s así ante un poema visual y táctil, como los frutos de la casa. Muy inmediato, y al mismo tiempo lleno de iluminador­as y fértiles resonancia­s y donde oímos los tañidos “en la mañana que regresa/y en aquella que un día/ vendrá”.

Andrés Sánchez Robayna

Por el gran mar

GALAXIA GUTENBERG. 96 PÁGINAS. 11 EUROS

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RAMÓN DE LA ROCHA

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