Esto es todo, amigos (y enemigos)
Con el proyecto autobiográfico ‘Mi lucha’ ha ganado fama mundial. Llega el último volumen; valoramos el ciclo al completo
ANTONIO LOZANO
“No me gusta la autoficción”, le suelta, como si estuviera chupando un limón, el personaje interpretado por Julieta Serrano a su hijo Salvador (Antonio Banderas) en Dolor y gloria –en gran medida una autoficción de Pedro Almodóvar–, en un intento por cortar de raíz cualquier tentación de que el cineasta aborde su figura una vez muerta.
Tras múltiples temblores de cierta intensidad (de Intimidad de Hanif Kureishi a La vida sexual de Catherine M. de Catherine Millet, por citar sólo dos casos), la autoficción literaria, un género antiquísimo y nunca desaparecido (o directamente insoslayable, pues ¿acaso la ficción “pura” puede escapar de la filtración de lo experimentado por su responsable?, ¿acaso inventamos desde fuera de la vivencia y la emoción personales?), sufrió una erupción volcánica en el 2009 con la publicación de La muerte del padre, primer volumen de un ciclo novelístico tan provocador desde su título (Mi lucha) como ambicioso en su extensión (seis entregas).
Su autor, el noruego Karl Ove Knausgård (1968), con dos novelas a sus espaldas de excelente recepción crítica en el ámbito escandinavo, se convirtió, simultáneamente, en un fenómeno de ventas internacional y en el centro de una turbulenta polémica. ¿Su pecado? Haber abierto en canal la intimidad de los suyos, lo que derivó en agrias rencillas (sobre todo con la familia de su padre, cuyo alcoholismo y patético final había descrito con todo lujo de crudos detalles), debates en los medios públicos y acoso de la prensa que forzó a un traslado de domicilio. La pesadilla del personaje de Julieta Serrano (la madre del autor no se salvaba de la quema) alcanzando su pleno potencial.
La recepción lectora sufrió una profunda división entre quienes saludaban alborozados la llegada de una voz repleta de coraje, lucidez y sensibilidad y quienes no detectaban más que a un cansino destilador de experiencias sin más interés que para él mismo, con una insoportable querencia por minuciosas descripciones de lo baladí y desvíos sin mucha justificación hacia reflexiones sobre su oficio y análisis de obras ajenas. Este crítico, vaya por delante, lo defendía con el fervor de los que, según contaban las crónicas y al modo de fans de una estrella del rock’n’roll, habían hecho horas de cola para asistir a una charla suya en Nueva York; mientras personas cercanas, cuyo criterio literario me merecía respeto, lo fustigaban sin contemplaciones.
Gustos y polémicas a un lado, la irrupción de Mi lucha puso en circulación una serie de cuestiones muy interesantes, desde si su fulgurante despegue obedecía al mero morbo o a la añoranza por un sentido de la autenticidad o de la honestidad en el pa
Una autobiografía despiadada: la forja de un escritor, su lucha, dudas, reveses y cuitas morales
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