Carl Gustav Jung y la sincronicidad
La teoría sobre coincidencia, simultaneidad y significado del psiquiatra suizo contiene la respuesta a las debatidas cuestiones de astrología, tarot e ‘I Ching’
El tiempo es una artificiosa ilusión del espíritu. En el universo hay ritmos: la lenta revolución de las estrellas fijas, el oreo del mar, el declinar y nacer de lo vivo, la efímera órbita del electrón en su onda estacionaria junto al núcleo; hay ritmos pero no hay tiempo. El tiempo es una invención del espíritu para ser soportable el universo; el hombre, que necesita medir todas las cosas a su imagen, inventa el espacio y el tiempo, el reloj y el metro. Pero con esas limitaciones amuralla su propio infierno sin atreverse a pasar, más allá de los llameantes bastiones del mundo.
El universo, ajeno al hombre y sus ilusiones, pulsa rítmicamente, en una espiral de eterno retorno y propósito ignoto. El libro de Jung y Pauli La interpretación de la naturaleza y de la psique, que descubrí en la librería Shambala de Berkeley años ha y que he releído con provecho varias veces, se ocupa de un principio de relación no causal, fuera de tiempo. “El principio de sincronicidad postula que los elementos de una coincidencia improbable están conectados por simultaneidad y significado. Si aceptamos que los experimentos de percepción extrasensoriales –dice Jung– son hechos establecidos, debemos concluir que, además de la conexión entre causa y efecto, hay otro factor en la naturaleza que se expresa en la estructuración de los sucesos y que aparece como significado”.
Este libro de Jung me ha devuelto ciento por uno, es la definitiva explicación razonada y sistemática de las tan debatidas, y tan banalmente debatidas, cuestiones de astrología, predicción, tarot, e Ching, métodos que asumen la posibilidad de relaciones fuera del tiempo. El experimento científico –dice Jung– consiste en poner una pregunta a la naturaleza, excluyendo todos los demás aspectos. El experimento pone condiciones, las impone a la naturaleza y la obliga a responder a la pregunta ideada por el hombre. Se le impide que responda con la globali
ICarl Gustav Jung ante las puertas de la clínica Burghölzli en Zurich (1909)
dad de sus posibilidades, que son restringidas al mínimo. Para ello se crea en el laboratorio una situación artificial que compele a la naturaleza a devolver una respuesta inequívoca. Es tan complicado detectar un muon, por ejemplo, que a veces pienso que la pobre partícula, al final, no tiene más remedio que aparecer. ¿La han detectado, o la han creado los propios científicos en su elaborado experimento? Ilusoria objetividad cuando el experimento es tan intrusivo.
Cuando Miguel Serrano visitó a Jung y Hesse en Suiza, visitas que el autor chileno describió en El círculo hermético, al entrar por fin en la intimidad del novelista, exclamó: “¡Qué suerte tengo, quién iba a decirme que un día estaría aquí con usted!”. Hesse, que parecía a sus ochenta años un sabio chino, le contestó enigmático: “Nunca nada sucede por casualidad; usted está aquí porque tenía que estar: esto es el círculo hermético”. El libro de Serrano me puso sobre la pista de Jung, al que he seguido en sus libros más extraños, como el Misterium coniunctionis, donde se ocupa de alquimia, pero sin comprender su parte operativa, o su autobiografía Recuerdos, sueños, pensamientos, en que incluye Septem sermones ad mortuos. Escritas por Basíliades en Alejandría, la ciudad donde el este toca al oeste, obra del propio Jung en 1916 y que debió de contribuir a su ruptura con Freud, obsesionado por prevenir “la negra marea de fango del ocultismo” que podría mancillar el psicoanálisis.
La casualidad no existe: hay asuntos que se relacionan por una conexión no causal, una inercia
Hay asuntos que se relacionan por un principio de conexión no causal que Jung llama sincronicidad: es como una inercia que los hace aproximarse y configurar un conjunto significativo que nada tiene que ver con causa y efecto. Hay sucesos que se buscan, y se atraen en el nagual de lo increado, para emerger unidos. Cada cosa pliega el espacio a su imagen y semejanza: “Cada cosa –afirmaba Leonardo– en el espacio que le rodea de infinitas semejanzas suyas”. Todo está en todo, pero en la inacabable profusión de interrelaciones, algunas constelaciones más fuertes emergen ajenas al tiempo. Son las casualidades, forajidas de la causalidad.