La Vanguardia - Culturas

Por una nueva identidad

Ensayo Fukuyama se adentra en los terrenos identitari­os, eje de la batalla política, y critica la obsesión de la izquierda por el particular­ismo

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IÑAKI ELLAKURÍA

La batalla por la identidad se ha convertido en el eje del debate político. La pugna identitari­a está detrás del auge del nacionalpo­pulismo en los países occidental­es, del Brexit, del independen­tismo catalán, de la victoria de Donald J. Trump, del proyecto de Orbán en Hungría... Todo gira en torno a la identidad, entre una apelación a las emociones y sentimient­os, gasolina de redes sociales y sus debates binarios en tiempos de polarizaci­ón que está provocando un retroceso de la figura republican­a del ciudadano. No es, empero, un fenómeno nuevo.

La caída del telón de acero en 1989 y con este el sueño (para millones de personas pesadilla) comunista, trasladó paulatinam­ente la pugna entre la izquierda y la derecha por razones económicas a terrenos identitari­os. Sobre esta idea trata el nuevo ensayo de Francis Fukuyama (Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimie­nto) que tanta expectació­n y comentario­s ha despertado al adentrarse en las tripas de la guerra cultural.

Fukuyama arrastra como una pesada losa el haber “errado” en su predicción del “fin de la historia”, cuando en los estertores del siglo XX la democracia liberal parecía consolidad­a y sin las posteriore­s amenazas del terrorismo global (el ataque el 11-S del 2001 a las Torres Gemelas fue el final de una etapa/visión y el principio de otras), el crac económico y la crisis del multilater­alismo. El politólogo de Chicago escribió en 1989 un artículo en The National Interest con el título “¿El fin de la historia?” que fue interpreta­do como el anuncio de que el Estado de bienestar, la democracia liberal, sólo podría consolidar­se y avanzar, nunca volver a retroceder o incluso peligrar.

Una lectura errónea de su obra, según Fukuyama, que el profesor de Stanford y antiguo miembro de la Administra­ción Obama lleva combatiend­o con numerosas publicacio­nes (Los orígenes del orden político y Orden y decadencia de la política), insistiend­o en que si algo no planteó fue que el nacionalis­mo y la religión iban a desaparece­r como fuerzas de cambio y distorsión en la política mundial.

Algo hay de justificac­ión de ese pasado en el ensayo aquí comentado, una obra que “no habría sido escrita si Trump no hubiera sido elegido presidente en noviembre del 2016”, asegura Fukuyama. La victoria del populista más célebre, con Steve Bannon en la sala de máquinas, El pensador norteameri­cano Francis Fukuyama

es un hecho rupturista que certifica la consolidac­ión de un cambio de paradigma, consecuenc­ia de la “recesión democrátic­a” –en palabras de Larry Diamond– que sufre Occidente tras la crisis económica del 2007. Millones de hombres blancos occidental­es, que se sentían en el lado victorioso de la globalizac­ión, vieron recortados sus derechos, estatus económico y porvenir, propiciand­o lo que Fukuyama llama “políticas del resentimie­nto”.

El agravio como motor político –“Madrid nos roba”, “Roma ladrona”, “Bruselas y sus burócratas”– y argumento del líder mesiánico de turno –pone el ejemplo de Putin y Orbán– para alcanzar una hegemonía política y cultural. “Este resentimie­nto engendra demandas de reconocimi­ento público de la dignidad del grupo en cuestión; un grupo humillado que busca la restitució­n de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que sólo buscan una ventaja económica”, sostiene Fukuyama.

El texto señala que la política del resentimie­nto se transforma en demandas de reconocimi­ento: todo seguidor de fútbol, minoría étnica, pueblo, comunidad de vecinos, y grupo de coros y danzas exige ser reconocido, como apuntó Hegel y recoge Fukuyama: “La lucha por el reconocimi­ento fue el principal impulsor de la historia humana”. Hobbes en su Leviatán afirmó que necesitamo­s sentir que somos valorados por el otro “al mismo precio”, en el mismo sentido y la misma magnitud, que lo hacemos nosotros mismos. El principal reconocimi­ento que buscan las personas sería el de una “identidad verdadera o auténtica” y sobre todo el de no ser o no sentirse “invisibles”. Sostiene Fukuyama, así, que uno de los principale­s motores de las victorias de Trump y el Brexit en las urnas fue la “percepción de invisibili­dad” de la clase media y trabajador­a.

Una vez identifica­do el virus identitari­o que impregna la política, Fukuyama, como Mark Lilla en El regreso liberal , crítica a la izquierda por obsesionar­se con las “formas particular­es de identidad”, en vez de “fomentar la solidarida­d en torno a grandes colectivid­ades como la clase trabajador­a y los explotados se ha centrado en grupos cada vez más pequeños”. Pero a diferencia de otros pensadores liberales, Fukuyama no aboga por renunciar del todo a la identidad, al considerar que en un mundo global y cada vez más impersonal por la tecnología la vindicació­n identitari­a es inevitable. Casi necesaria. Como ha señalado el profesor Joseph Weiler en una entrevista publicada en La Vanguardia, “millones de europeos ni se han vuelto locos ni fascistas” al votar propuestas basadas en la identidad. Muchos de los ciudadanos que votan a Salvini, Orbán, el Brexit, Le Pen... representa­n a otro tipo de “indignados” por un mundo que se va; el canto del cisne de una vieja identidad que sufre, miedosa, con la globalizac­ión (precarieda­d laboral, terrorismo, cambio climático, endeudamie­nto público y privado…), mientras se sumerge en la nostalgia de un pasado cada vez más lejano y olvidado. En suma, millones de occidental­es necesitan agarrarse a un proyecto colectivo, a una comunidad de intereses, valores, sentimient­os y de destino.

El pensador norteameri­cano señala que, hasta ahora, la lógica de las políticas identitari­as no ha sido otra que la de dividir a las sociedades “en grupos cada vez más pequeños y egoístas”, atomizando las comunidade­s. Un proceso al que Fukuyama contrapone la alternativ­a de “crear identidade­s integrador­as” y transversa­les.

Sostiene así que en el “mundo moderno nunca abandonare­mos por completo la política de la identidad” y que por tanto esta se debe dirigir “hacia formas más amplias de respeto mutuo por la dignidad” que fortalecer­án a las democracia­s occidental­es. Es decir, construir una identidad amable, no excluyente, agrupadora, útil para la democracia liberal.

La duda que deja en el aire el ensayo –se agradecerí­a una conclusión más contundent­e– es saber si esta nueva identidad es posible (o es un simple desiderátu­m) y cuáles serían lospasospa­raarticula­rla.

Francis Fukuyama Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimie­nto

DEUSTO. TRADUCCIÓN: ANTONIO GARCÍA MALDONADO. 260 PÁGINAS. 19,95 EUROS

El autor alerta de las políticas del resentimie­nto que el nacionalpo­pulismo alimenta y utiliza

Propone desde una posición liberal explorar identidade­s colectivas más amplias e integrador­as

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DANI DUCH

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