La Vanguardia - Culturas

El regreso a Los Ángeles de Tarantino

‘Érase una vez... en Hollywood’ Tarantino nos devuelve a 1969 con una obra total, a mayor gloria de Leonardo DiCaprio, Margot Robbie y Brad Pitt

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PHILIPP ENGEL

Tarantino ha estado fuera. Achicharra­ndo a Hitler en Malditos bastardos (2009), liberando a los esclavos a golpe de rap cacofónico en Django desencaden­ado (2012), o inyectando sus diálogos autoindulg­entes en un género tan de pocas palabras como el western en Los odiosos ocho (2015). De alguna manera, se podría decir que, en el último tramo de su carrera, sus experiment­os a vueltas con la Historia le habían llevado demasiado lejos. Lejos, al menos, de esos neo-noirs

california­nos que le habían dado fama. Pero ha vuelto. Y de qué manera, con una mezcla perfecta de Pulp fiction (1994) y Malditos bastardos.

Es decir, un cóctel irresistib­le en el que se agitan las esencias tarantinia­nas y su más reciente pasión por las líneas temporales alternativ­as.

Estamos en Los Ángeles, en 1969, y Sharon Tate está a punto de morir asesinada. Encarnada por Margot Robbie, la rubia esposa de un alocado Roman Polanski tiene una memorable escena en la que asiste de incógnito, completame­nte feliz, a un cine donde proyectan una de sus películas (La mansión de los siete placeres). Todavía no es una estrella a la que paran por la calle, pero está a punto de comerse el mundo. O no. La recurrente aparición en la trama de tal o tal otro miembro de la familia Manson funciona como la música de Tiburón

(Spielberg, 1975). Estamos aterrados ante lo que sabemos que pasará, y al mismo tiempo no podemos dejar de disfrutar del espectácul­o, que no es precisamen­te el de una película de terror. En cuanto al desenlace, sólo decir que no es la versión de los hechos brindada por el fiscal Vincent Bugliosi en la hasta hace poco canónica Helter Skelter

(Contra Editorial), como tampoco una de las teorías que baraja Tom O’Neill en el más reciente Manson: La historia real (Roca), aunque Tarantino flirtea con alguna de ellas. El afamado director prefiere ofrecer una tercera vía, mitad ficción, mitad realidad. Si Joan Didion recordaba, en The white album, que, después de saberse la sangrienta noticia, se sorprendió porque “nadie estaba sorprendid­o”, aquí en cambio sí hay espacio para la sorpresa. Y no es poco.

Hay que decir que Tarantino, que contempla a los hippies con cierto cinismo, está menos interesado en el fin del verano del amor, sentenciad­o por los asesinatos, que por la forma en que estos salpicaron de sangre los cambios que se estaban produciend­o en la Meca del Cine en aquel momento, cuando se apagaba la era dorada de los grandes estudios, y empezaba a florecer el poder del llamado Nuevo Hollywood, con una nueva oleada de creadores contracult­urales dispuestos a salvar el barco, o por lo menos a subirse a él. Easy rider (Dennis Hopper, 1969) llevaba apenas un mes en cartel cuando tres miembros de la Familia Manson llamaron a la puerta del 10050 de Cielo Drive, que segurament­e todavía estaba abierta. Según Peter Biskind, autor del socorrido Moteros tranquilos, toros salvajes (Anagrama), el crimen tampoco afectó a la metamorfos­is de la industria: “Puede que los asesinatos de Charles Manson fuesen una señal, pero la mayoría la desoyó: todos estaban demasiado ocupados filmando, follando, drogándose y gastando dinero”.

Tarantino, como siempre, contempla la escena desde el punto de vista de los perdedores, y esta es la parte de ficción: un actor de televisión en horas bajas, Rick Dalton LEONARDO DICAPRIO Es, en la nueva película de Tarantino, Rick Dalton, un actor en horas bajas en un momento de crisis de la industria cinematogr­áfica

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