Pasión española de un ‘cinéfago’
En contraste con el cinéfilo, que sólo degusta cine exquisito enmarcado dentro del canon, el cinéfago extrae placer del cine de género, y en general de todo aquello cuyo hedor populachero arruga la nariz de la crítica más estirada. Y Tarantino, qué duda cabe, es el rey de los cinéfagos. Todas sus películas son homenajes a tal o cual género infravalorado, sobre las cuales espolvorea referencias a su educación videoclubera. Y nuestro cine no escapa a su radar. Tarantino se ha sentido atraído por España al menos desde que vino, por primera vez, al Festival de Sitges, para presentar Reservoir dogs (1992). Quizás por eso Pam Grier, al final de Jackie Brown (1997), soñaba con empezar una nueva vida en España...
En Madrid, durante los fastos de la presentación de Kill Bill 2
(2004) –donde sonaba el Tu mirá, de Lole y Manuel–, Tarantino lió a los gemelos Rubín de Celis, por entonces al mando de la librería Ocho y Medio, para rastrear pisos de coleccionistas en busca de pósters de cine ilustrados por Josep Soligó en los años cincuenta o Jano en los sesenta. Posiblemente de aquella batida, en la que se gastó un buen dinero, salió el póster de El límite del amor
(1976), de Rafael Romero Marchent, que luce en el bar mexicano de Death proof (2007).
Érase una vez… en Hollywood,
su película más bulímica en cuanto a referencias (unas treinta películas, y otras tantas canciones), no es la excepción. Después de un tráiler al ritmo de Bring a little lovin, de Los Bravos, se cita a Joaquín Rome