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Tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, Alemania se constituyó, hace ahora un siglo, en la conocida como República de Weimar. Un periodo de acentuada crisis política y económica que, por el contrario, alumbró una de las épocas más esplendorosas en l
Eric Weitz La Alemania de Weimar TURNER
Francisco Uzcanga El café sobre el volcán
LIBROS DEL KO
Siegfried Kracauer Calles de Berlin y de otras ciudades ERRATA NATURAE
Tilmann Lahme Los Mann NAVONA Wolfram Eilenberger Tiempo de magos TAURUS
Christopher Isherwood Adiós a Berlín / Adéu a Berlín ACANTILADO / VIENA
El señor Norris cambia de tren ACANTILADO
Jason Lutes Berlín (tres volúmenes) ASTIBERRI de pago de deuda de guerra inasumibles, estranguló económicamente a la recién nacida república y generó unos picos de inflación que aún hoy se estudian en las escuelas de economía (el cenit se alcanzó en 1923, cuando una barra de pan llegó a costar trillones de marcos). Pero hubo más: el asesinato en junio de 1922 por parte de ultraderechistas del ministro de exteriores Walter Rathenau, político clave del periodo que además era judío; la humillante invasión franco-belga de la cuenca del Ruhr en enero de 1923 para asegurar el pago de la deuda; y ese mismo año, en Múnich, la intentona golpista de Hitler y sus correligionarios. La puesta en marcha del Plan Dawes, ideado por el norteamericano Charles Dawes, logrará estabilizar la economía entre 1924 y 1929, pero las turbulencias mundiales provocadas por el crash de Wall Street sacuden también a Alemania y dan el espaldarazo a la progresión imparable de los nazis como fuerza política. Lo que vendrá a continuación es tristemente conocido y proporciona algunas lecciones sobre los peligros de la manipulación populista de las masas descontentas.
Y pese a este panorama, o acaso auspiciado por tantas tensiones sociales, Berlín fue durante esos años una capital cultural de una efervescencia inaudita. Retrató la metrópoli con crudeza y altas dosis de modernidad narrativa Alfred Doblin en Berlin Alexanderplatz (1929) y también la mirada extranjera del británico Christopher Isherwood, que vivió allí entre 1929 y 1933, se empapó del libertinaje y las convulsiones y los plasmó