Los cuerpos lesionados
Narrativa La colección de relatos de Ruiz Sosa reflexionan sobre la enfermedad y la muerte con un distanciamiento que desdramatiza la realidad
J.A. MASOLIVER RÓDENAS
Eduardo Ruiz Sosa nació en Culiacán, México, en 1983. Estudió Ingeniería sin ninguna vocación, para doctorarse en Historia de la Ciencia. Vivió ocho años en Cerdanyola y en la actualidad reside en Barcelona. La beca de creación literaria Hans Nefkens le permitió cursar el máster de Creación Literaria de la Universitat Pompeu Fabra, donde trabajó en su novela Anatomía de la memoria (2014), unánimemente elogiada por la crítica y en la que recogía la herencia de Juan Rulfo, Fernando del Paso, Salvador Elizondo, David Toscana o Daniel Sada; es decir, los grandes renovadores de la narrativa mexicana.
En la colección de relatos Cuántos de los tuyos han muerto aparecen parecidas obsesiones, entre ellas la enfermedad, expresión de un país enfermo, y la muerte, que ya en Anatomía de la memoria tenía raíces rulfianas: “Soy el dueño de la muerte”, “usted y yo estamos muertos”. Unas obsesiones comunes para una enorme variedad de registros. Pese a que niega que sean textos herméticos, algunos de ellos lo son y obligan al lector a un ejercicio de comprensión del que no siempre sale vencedor. Sin embargo, estos relatos son necesarios para completar la visión de una prosa intensa, de naturaleza poética, con una singular oralidad y un ritmo marcados por la peculiar tipografía.
Pero no hay aquí nada de gratuito. Es una prosa que nace de la necesidad de expresar lo más hondo de la naturaleza humana para “especular sobre lo posible en lo ignorado” y por “tener más por decir de lo que la lengua permite”. Una escritura de indagación dominada por los secretos, lo indescifrable, la ceguera (en el magnífico relato Una voz sin cuerpo, el esfuerzo por “conocer la verdad, las palabras que nombran”). Los objetos, mitificados desaparecen como desaparecen las personas (“la herida nacional: el mundo de los desaparecidos”). Y la El autor mexicano Eduardo Ruiz Sosa
máxima desaparición es la muerte. Como en Rulfo, hay una desdramatización, no hay llanto sino una realidad somática abandonada al olvido o recuperada por la memoria. Este “distanciamiento” es uno de los aspectos más fascinantes de la novela: “Todos empezamos a morirnos”; “la muerte se hizo más común entre nosotros”; “una muerte siempre sucediéndose”.
Incluso en sus relatos más cerrados, el distanciamiento rechaza cualquier abstracción, cualquier conceptualismo, porque, como nos dice en la Nota que cierra el libro, “no hay realidad ni ficción, sino experiencia”, y las experiencias pueden ser reveladoras