El relato universal de Barack Obama
Memorias políticas Ben Rhodes retrata con una gran calidad narrativa la realidad de la Casa Blanca y los momentos más cruciales durante los ocho años de gobierno del primer presidente negro de Estados Unidos
XAVIER MAS DE XAXÀS
El mundo no es como es sino como lo explicamos. Barack Obama lo entendía muy bien y nada más llegar a la Casa Blanca le comentó a Ben Rhodes, uno de sus más estrechos colaboradores: “Estamos contando una historia acerca de quiénes somos”.
Controlar el relato es prioritario para cualquier líder. De él depende la opinión pública y, en consecuencia, la suerte del siguiente ciclo electoral. La política, al presentarse como un espectáculo, un juego de audiencias, con una dinámica similar a la de un acontecimiento deportivo, exige ganar. En política, sin embargo, no siempre gana el mejor sino el que se vende mejor porque la percepción lo es todo.
Construir un relato de forma justa y honesta, anticipándose al rival y a los acontecimientos, requiere mucho esfuerzo como bien sabe Ben Rhodes (Nueva York, 1977), relator de la presidencia Obama. Asesoró al presidente en política exterior y escribió centenares de discursos. Lo explica en El mundo tal y como es, la historia de ocho años en la Casa Blanca que inspiraron a millones de personas.
Rhodes escribe con franqueza, reconoce errores y concesiones morales difíciles de admitir, y aún menos en la Casa Blanca. Es la institución más poderosa del mundo. Ninguna tiene tanta capacidad para influir en la vida de las personas, ya sea desde la generosidad o la crueldad. Puede preservar la paz o trastocarla. Puede defender los valores democráticos y, al mismo tiempo, traicionarlos en aras de unos intereses colectivos que, muchas veces, no se justifican.
Rhodes estaba en la sala de máquinas de la Casa Blanca cuando Obama decidió retirarse de Irak, asesinar a Bin Laden, intentar la paz entre israelíes y palestinos, apoyar a los jóvenes árabes que se levantaron contra los autócratas, sellar un acuerdo nuclear con Irán y abrirse a Cuba.
Su mayor frustración fue no atacar Siria cuando Asad utilizó armas químicas contra la población civil en el verano del 2013. Obama había advertido que aquella era una línea roja que Damasco no debía cruzar. Sin embargo, cuando lo hizo no hubo respuesta. Obama quedó atrapado en la ciénaga moral siria y no cumplió con la amenaza porque entendió que un ataque estadounidense aún complicaría más la guerra. Diez años después de la catastrófica invasión de Irak, EE.UU. corría el riesgo de verse implicado en otra guerra en Oriente Medio. Rusia estaría enfrente y Asad seguiría masacrando a la población.
Hay veces que el gobernante no tiene ninguna opción buena. Todo lo que haga estará mal y será utilizado en su contra. Este es el mayor peligro para cualquier mandatario, cometer un error que le sitúe en un callejón sin salida. Obama, como explica Rodhes, trató con gobiernos corruptos y represores, y lo hizo con pragmatismo, cerrando los ojos y aparcando la ideología, como fue el caso de Irán y Cuba. Pensaba que el riesgo valdría la pena y lo superó con éxito.
Obama, sin embargo, perdió la iniciativa Barack Obama en el escenario más solemne de la Casa Blanca, lugar de muchos de los discursos que escribió Ben Rhodes (abajo), uno de sus principales asesores en temas de política exterior en Siria y también en Libia, después de que el consulado estadounidense de Bengasi sufriera un ataque yihadista en el que murió el embajador. Los republicanos aprovecharon Bengasi para atacarle a él y a su secretaria de Estado, Hillary Clinton, y Rhodes, que también fue blanco de aquella campaña, la recuerda como uno de los momentos más sucios de la política estadounidense.
Obama había tenido que hacer frente a muchos ataques deshonestos. Donald Trump, por ejemplo, había sostenido que ni siquiera era estadounidense. Beniamin Netanyahu lo había humillado en el propio despacho Oval, delante de la prensa internacional, menospreciando sus esfuerzos para una paz con los palestinos. Los republicanos, los mismos que aplauden a Netanyahu y toleran la xenofobia populista de Trump, bloquearon todas las iniciativas legislativas de Obama.
El presidente y su equipo sentían este desprecio y cómo las noticias falsas, muchas impregnadas de racismo, se asentaban en la sociedad estadounidense. Los nubarrones, como recuerda Rhodes, se acumulan desde la noche del triunfo electoral. Desde ese momento, si el presidente comete una gilipollez –la expresión es del propio Obama– está perdido porque de actuar y llevar la iniciativa pasa a reaccionar y estar a la defensiva.
El partido republicano obligaba a Obama a estar siempre a la defensiva. No reconocía su habilidad para superar la crisis financiera del 2008, despreciaba la reforma sanitaria y hasta criticaba la retirada de Irak, el hecho de que 100.000 soldados regresaran a casa después de otra guerra perdida, un conflicto iniciado por los propios republicanos en el 2003 y que no solucionó nada y lo empeoró todo. El Estado Islámico, por ejemplo, es una consecuencia de la caída de Sadam Husein. El avance regional de Irán y la guerra en Siria, también. Rhodes y Obama lucharon contra este entorno, contra un sistema que se resiste a cualquier cambio y, en gran medida, tuvieron éxito.
El Obama que retrata Rhodes se relaja jugando a las cartas y viendo deportes por televisión, es tozudo y pragmático. Mira a China porque el futuro está en Asia pero cree mucho más en Europa y el mutilateralismo. Merkel y Mandela eran sus modelos. Su legado legislativo está hoy en deconstrucción. A Rhodes, sin embargo, no le preocupa. Entiende que el progreso no es lineal, que después de cada avance hay un retroceso, y pone el ejemplo de Kennedy para explicar este zig-zag. Es un presidente que aún hoy sirve de inspiración a mucha gente, aunque poca sepa explicar qué hizo al margen de querer llegar a la Luna. El relato de Kennedy es universal y Rhodes está convencido de que eldeObamatambiénloserá.
La retirada de Irak, el asesinato de Bin Laden, el conflicto palestino, la apertura a Cuba... Rodhes estaba ahí
Ben Rhodes
El mundo tal y como es
DEBATE. TRADUCCIÓN: JUAN RABASSEDA GASCÓN Y TEÓFILO DE LOZOYA. 576 PÁGINAS. 24,90 EUROS