La Vanguardia - Culturas

MadameRému­satymadame deAbrantes­sobreNapol­eón

Las memorias de cortesanas y damas que tuvieron trato con el emperador hablan sobre él sin morderse la lengua

- LUIS RACIONERO

Yo creo que sobre Napoleón se ha escrito más que sobre Leonardo da Vinci, pero así como Leonardo atrae por su sensibilid­ad, destreza e inteligenc­ia, el corso ejerce la fascinació­n del poder, del ímpetu y del exceso: “Terminé la Revolución, instauré un orden nuevo, dominé Europa: con mi sola voluntad he hecho retroceder los confines de la gloria”, no es precisamen­te modesto.

De entre muchos que tengo en mi biblioteca hablaré de las opiniones que madame Rémusat y madame de Abrantes dejaron en sus memorias. Otro tema inmenso, las memorias de la Revolución Francesa y sus secuelas: tengo las del mameluco criado de Napoleón, las de Constant su valet de chambre, por no hablar de las Casas, Gourgand y demás. Memorias sobre la emperatriz Josefina por Georgette Ducrest. Hay toda una industria de libros que se desarrolló en el siglo XIX sobre la Revolución y Napoleón que aún dura. Que es verdad o falso ya importa menos que el sumergirse en una época y sensibilid­ad tan peculiares que cuando acabó, el fraile Stendhal se moría de aburrimien­to y todas esas tristezas juntas se abocaron al Romanticis­mo para huir del penoso tedio: l’enaui de madame Deffant y tantos otros.

Rémusat fue dama de palacio de la emperatriz Josefina y estuvo cerca de Napoleón varios años. Su prosa es de una precisión maravillos­a, quintaesen­cia de la lucidité que tanto gusta a los franceses, tanto como a los castellano­s les gusta el rigor, pero sin precisión por desgracia. Una muestra:

“Bonaparte es de pequeña talla, bastante mal proporcion­ado, porque su busto demasiado largo acorta el resto del cuerpo. Tiene el pelo ralo y castaño, ojos grises azulados; su tez, amarilla mientras era delgado, devino más tarde en un blanco mate y sin color. El trazo de su frente, la órbita mular, la línea de la nariz son bellas y recuerdan medallones antiguos. Su actitud lo vuelve siempre un poco hacia delante… Su vestimenta, muy simple, siempre llevaba uno de los uniformes de su guardia. Pero la precipitac­ión con que lo hacía todo impedía que la ropa le cayese Estatua ecuestre de Napoleón

bien. Se arrancaba o rompía todo lo que le causaba incomodida­d.

”Había una especie de seducción en su sonrisa, pero el tiempo que yo lo vi, no la empleaba casi nunca. En su juventud era soñador, más tarde devino triste y más tarde aun cambió a mal humor continuo. Sus hábitos geométrico­s le llevan a analizar incluso sus emociones. Siempre tenso en la más pequeña cosa, no concebía la naturalida­d que actúa sin propósito interesado.

”Bonaparte carece de educación y de formas, parece destinado a vivir bajo una tienda de campaña donde todo da igual, o sobre un trono, donde todo está permitido.

En su boca he visto al italiano perder toda su gracia. Aunque con ciertas cualidades intelectua­les, nada tan rastrero como su alma. Nula generosida­d, ni de grandeza auténtica. No vi jamás admirar ni emprender una bella acción”.

No se mordía la lengua la señora Rémusat que debió tragar bastante quina en sus años de cortesana del corso. Otra cosa es la duquesa de Abrantes, título que Napoleón otorgó a su marido, el mariscal Junot, y que le acercó al emperador por eso y por ser corsa y de familia muy próxima a Napoleón.

“De todas las personas que han hablado del emperador yo soy la única que puedo dar detalles completos. Mi madre le vio nacer, amiga de Letizia Ramolino (madre de Napoleón), llevó a Napoleón en brazos y lo meció en su cuna. Y luego le protegió cuando al salir de la academia de Brienne vino a París”.

La duquesa no tiene la sequedad de madame Rémusat entre otras cosas porque Balzac le ayudó a escribir sus memorias. Cuánto hay de Balzac y cuánto de ella no es fácil determinar, lo cual habla muy bien en su favor. El inicio es espectacul­ar, situando a Bonaparte como descendien­te de un emperador de Bizancio. “Cuando Constantin­o Comneno desembarca en Córcega en 1676 a la cabeza de una colonia de griegos, estaban con él varios hijos, uno de los cuales se llamaba Calomeros. Este Calomeros fue de embajador de Toscana. Luego un descendien­te suyo volvió a Córcega y formó la familia Bonaparte porque Calomeros traducido literalmen­te significa bella parte o buena parte”.

No puedo resistir al recuerdo de Agustín de Foxá a quien Malaparte elogiaba melifluo: “Si no fuese Malaparte,

No es fácil juzgarlo equitativa­mente; su grandeza lleva a ratos a olvidar que fue un déspota y asesino

me gustaría ser Foxá”, “pues yo, si no fuera Foxá, me gustaría ser Bonaparte”.

Bien, lo del Napoleón griego, ya ni siquiera italiano, no está mal para empezar. Los 16 volúmenes llegan a 1830 espoleados por los apuros económicos de la duquesa al fracasar Napoleón y morir su marido. Napoleón sale mucho mejor parado en este relato, no tanto en un tercero que recomiendo: el de la cortesana de Boigne que dice que Napoleón en uniforme de emperador parecía el as de pica (roi du caneau).Delaprosa lapidaria de madame Rémusat a la más folletines­ca de Abrantes, pasando por el estilo suave y ancien régime de madame Boigne, nos podemos hacer una idea del emperador desde tres de los cientos de enfoques que le han dedicado. No es fácil juzgarlo equitativa­mente. Su grandeza lleva a ratos a olvidar que fue un déspota, dictador e incluso asesino, como en el episodio del duque de Enghien. Y al final un héroe trágico porque ¿quién le mandaba a invadir Rusia, cuando ya dominaba media Europa? Es como si la grandeza acarreara un destino trágico. Pero no siempre: Julio César murió asesinado, pero Augusto murió en la cama y Felipe II cantandomi­sas.

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EVERT ELZINGA
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