Autorretrato de cualquiera de nosotros
Tetsuya Ishida El Museo Reina Sofía recorre la trayectoria del artista japonés, vinculado al ‘arte marginal’, que retrató la sociedad ultraliberal mediante una pintura que combina realismo y surrealismo
Tetsuya Ishida: ‘Bajo el paraguas del presidente de la Compañía’, 1996
ROCÍO DE LA VILLA
Cada temporada, el Museo Reina Sofía programa, al menos, una retrospectiva de un artista vinculado al outsider art (arte marginal). Esta vez se trata del japonés Tetsuya Ishida (Yaizu, 1973-Tokio, 2005), de quien se sospecha que se suicidó, arrojándose a las vías de un tren. Cuando en 1996 se graduó en la facultad de Bellas Artes, en plena recesión de la “era glacial del empleo”, pasó a engrosar la “generación perdida” de los jóvenes hikikomori (aislados de la sociedad) que surgieron en aquella época. Ishida, que identificaba el outsider art como el único verdadero, comenzó a profundizar en una vida santa: trabajaba en el turno de noche como guardia de una imprenta para poder costearse la vivienda y los materiales de pintura.
Sin que se le pueda definir como un
otaku (alguien con intereses obsesivos, sobre todo por los juegos, el anime y el manga) Ishida estaba influido por la subcultura japonesa, especialmente por Yoshiharu Tsuge, precursor del cómic autobiográfico (manga
watakushi) y de la transcripción de sueños a la historieta: a semejanza del antihéroe de la historieta Nejishiki,
sus cuadros representan casi siempre a un joven muy parecido al propio
Ishida, que en su melancólica caricatura pasa a ser el autorretrato inexpresivo de cualquier otro anónimo, como reza el título de esta exposición.
También las escenas que nosotros entendemos bajo un prisma kafkiano de influencia surrealista, con acoplamientos de insectos repugnantes y la frecuente incrustación del cuerpo del Tetsuya Ishida: Invernadero, 2003 protagonista en máquinas se deben al manga serio de Daijiro Morohoshi. Así como son deudores del manga otros recursos, como los juegos de escala entre el personaje, objetos y el espacio claustrofóbico; así, podemos entender su popularidad en Japón, tras la emisión de un reportaje sobre su obra emitido en la televisión un año después de su muerte. Sin embargo, Tetsuya Ishida no quería pasar a la historia como un mero ilustrador. En esta primera retrospectiva fuera de Japón, con setenta cuadros, dibujos y cuadernos de apuntes realizados entre 1996 y el 2004, puede comprobarse cómo evolucionó en los valores puramente formales de su pintura que, si en un principio podría encuadrarse en el realismo social pasaría en los últimos años a conquistar un terreno propio, intimista y de calado psicológico, en su desdoblamiento entre el niño y el cuidador, cuando probablemente sufría ya esquizofrenia.
Hoy podemos verle también como un precursor en la representación de la profunda crisis de identidad de los sujetos contemporáneos en el engranaje continuo de la producción y el consumo. De hecho, el packaging se encuentra en la mayoría de sus cuadros: en una cadena de embalaje hallamos al protagonista troceado y envasado en una caja. Y la caja se convierte en el módulo básico de la pintura de Ishida para representar habitaciones, lavanderías, cabinas telefónicas y hasta un completo edificio desde el que asoman fragmentos del cuerpo y urbanizaciones enteras en donde encontramos enclaustrado a ese “retrato del otro” con el que nos identificamos directamente.
También la condena actual a estar aislados pero permanecer conectados continuamente por los aparatos de las nuevas tecnologías se explicita
Sus obras se relacionan con series pictóricas del socialismo realista de Ben Shahn tras el crac financiero de 1929
con crudeza, como en Seitasu (Derrotado), 2004, el retrato ensangrentado del joven, con un teléfono móvil impactado en el rostro. En otras, el ya obsoleto fax emite en su papel continuo carreteras solitarias y nocturnas que invaden la fría habitación diurna. Quizá sea interesante recordar que el comienzo de su trayectoria coincide con el lanzamiento de Windows95 que, junto a internet, transformaría por completo los hábitos de la vida contemporánea.
Pero generalmente Tetsuya Ishida se remonta con nostalgia a máquinas, herramientas, objetos y edificios de la anticuada modernidad que unidos a la factura de la patente impronta artesanal de su pintura, anacrónica, le relacionan con series pictóricas del socialismo realista de su admirado Ben Shahn tras el crac financiero de 1929. Desprendiendo una sensación sucia y pegajosa, pero también tierna y humana, que le hace ganar la simpatía del espectador: ese “otro” sujeto corriente, asalariado, reificado y aislado,alqueIshidapretendíasalvar.
Tetsuya Ishida. Autorretrato de otro COMISARIOS: MANUEL BORJA-VILLEL Y TERESA VELÁZQUEZ. MUSEO REINA SOFÍA. WWW.MUSEOREINASOFIA.ES. HASTA EL 6 DE SEPTIEMBRE