La Vanguardia - Culturas

Operación Libros

En los últimos años del franquismo estuvo activa una red de contraband­o clandestin­a. Su base de operacione­s era Olot y su mercancía eran los libros de denuncia y combate que publicaba Edicions Catalanes de París

- JORDI AMAT Red clandestin­a

Hay libros con tanta potencia ideológica que, si se despliegan en el momento justo, pueden fundar un tiempo nuevo. Un ejemplo es el Informe sobre la persecució de la llengua i la cultura de Catalunya pel règim del general Franco, que a principios del verano de 1973 empezó a distribuir­se bajo mano. En el informe se documentab­a cómo el primer franquismo había implementa­do una estrategia sistemátic­a para destruir un entramado cultural –el construido durante medio siglo por los catalanism­os democrátic­os– y cuyo objetivo era acabar con una identidad nacional –la catalana– porque, en la medida en que dicha identidad se había politizado, problemati­zaba la idea unitaria de España que fundamenta el nacionalis­mo español. Esta tesis ha nucleado la cultura del Estado de 1978 en Catalunya, la que fue consensual como mínimo durante un cuarto de siglo: la cultura de la Normalitza­ció.

En teoría la autoría del volumen era colectiva: lo firmaba el Instituto Catalán de Estudios Políticos y Sociales. En teoría era el primero de la colección Catalunya sota el règim franquista. Pero en la práctica el autor sólo era uno –Josep Benet, ayudado por una red de colaborado­res– y en realidad la “Biblia blanca” –como era conocido por los conjurados– fue el único libro que apareció en aquella colección. Todo era atípico, como lo era la editorial que lo publicó: Edicions Catalanes de París.

Esta empresa, pública en Francia y clandestin­a en España, imprimió libros entre 1969 y 1975. La dirección literaria y la gerencia estaban en Barcelona: las llevaban Benet y Albert Manent, respectiva­mente. Ellos encargaron o consiguier­on casi todos los originales: antologías de poesía política al cuidado de Joaquim Molas, ensayos de Gaziel, memorialis­mo republican­o, pensamient­o nacionalis­ta... La editorial no vivía de los pocos libros que vendía sino del mecenazgo de prohombres con ganas de liderar o muscular la vida civil –sobre todo Jordi Pujol y Josep Maria Vilaseca–. La gestión editorial se hacía en un piso Lluís Sacrest fue un importante miembro de la operación clandestin­a y, años más tarde, alcalde de Olot de París donde trabajaban primero exiliados de segunda generación –Romà Planas y Àngel Castanyer– y después los hermanos De Puig –que recibieron una ayuda de la Fundació Jaume Bofill–. En París se maquetaba y en París se imprimía. Con cartas conservada­s en varios archivos, hasta ahora se había podido reconstrui­r la historia interna de la editorial. Quedaba una última incógnita por resolver: la logística.

¿Cómo en dictadura aquellos libros impresos en Francia atravesaro­n la frontera? La respuesta más completa la ha dado quien la conocía con mayor precisión: Lluís Sacrest. Lo ha detallado en el texto inédito Una aportació olotina a la resistènci­a cultural catalana. Él sabe, porque se cansó de ponerlos en mochilas, que un ejemplar del informe pesaba 750 gramos. Él, que sería uno de los impulsores de Convergènc­ia Socialista y desarrolló luego una larga trayectori­a política, planificó la operación. No eran urnas. Quizá era peor. Eran libros.

Finales de 1969 o principios de 1970. Reunión en casa de Tomàs Costa –de la empresa Xocolates

¿Cómo en dictadura aquellos libros impresos en Francia atravesaro­n la frontera? Lluís Sacrest planificó la operación

Gluki de Olot–. Convoca Jordi Porta, que desde París coordina el programa de becas de investigac­ión que financia la Fundació Jaume Bofill. A los reunidos los conoce de la red de los scouts. Les explica que se ha puesto en marcha una nueva operación del catalanism­o cultural –Edicions Catalanes de París–, pero ha surgido un imprevisto: el plan que habían previsto para pasar los libros clandestin­amente ha quedado abortado. En aquel momento la primera remesa –las cajas con los ejemplares de la antología Poesia catalana de la guerra d’Espanya i de la resistènci­a– se empolva en un garaje en Perpiñán. Jordi Porta les pregunta si ellos podrían encargarse de pasar los libros. Dijeron que sí. Lo harían cruzando la montaña.

La célula principal de mochileros la integraban diez personas, hoy afortunada­mente vivas todas: los hermanos Joan i Josep M. Bonet, Tomàs Costa, Concepció Ferrés, Àngels Martín, Montserrat Pau, Josep Pont, Anna Maria Prat, Gaspar Genís y Lluís Sacrest. Para empezar estudian rutas posibles, hacen los

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AGUSTÍ ENSESA
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