Las alegrías de Anagrama
Me acerqué a Anagrama en mis años de estudiante universitario, segunda mitad de los setenta. Deslumbrado, como tantos periodistas de mi generación, por Tom Wolfe y su New Journalism que la editorial publicaba en su colección Contraseñas, y que tanta (y en general tan buena) influencia ejerció sobre nuestra forma de abordar la crónica. También para preparar mis exámenes de Historia con alguno de sus cuadernos de batalla en la línea marxistona que mis profesores veneraban; como el muy exigido Sobre el desarrollo desigual de las formaciones sociales del economista egipcio Samir Amin.
Ya trabajando como periodista cultural pronto constaté que Anagrama era una de las editoriales que más temas y más alegrías daban en aquella Barcelona de los años ochenta. Cubrí para El Correo Catalán la rueda de prensa en la que Jorge Herralde anunciaba el lanzamiento del premio de novela que lleva su apellido; asistí a la primera fiesta de entrega en el hotel Colón, con un exultante Álvaro Pombo y un Enrique Vila-Matas finalista que iniciaba así su despegue (y luego a muchas otras veladas literarias que siguieron a lo largo de los años).
La relación con Anagrama me ha permitido tratar a autores que me impresionaron mucho como Patricia Highsmith, Claudio Magris, Kazuo Ishiguro o José Antonio Marina. He presentado algunos libros de la casa: en la clínica donde mi mujer reposaba durante el embarazo de nuestra hija Sofía preparé, encerrado en el lavabo, mi
En el 50 aniversario se imponía un repaso a su aportación, centrada en lo que la define: el catálogo
charla sobre el imponente y maravilloso novelón de Vikram Seth Un buen partido. Mantuve años más tarde ante un nutrido público, en el Saló de Cent barcelonés, un largo diálogo con un pálido Paul Auster –no se encontraba nada bien– a propósito de Viajes por el scriptorium. Hace poco charlé en el Instituto Francés con una de las nuevas escritoras más interesantes, Pauline Dreyfus.
No puedo hablar de Anagrama, pues, sin poner sobre la mesa mi experiencia personal, que también ha pasado por suaves y siempre remontados altibajos en la relación con su activísimo director, quien muy atento a facilitar la tarea a los suplementos literarios –con una eficacia que se agradece– no duda en expresar regularmente su opinión acerca de cómo tratan la producción anagramera.
Con motivo del cincuenta aniversario de la editorial de Jorge Herralde y Lali Gubern, que desde el 2015 forma parte del Grupo Feltrinelli (una sopesada decisión empresarial de cara a asegurar su continuidad), se imponía un repaso a su aportación centrada en lo que finalmente más importa: el catálogo –que abarca más de 4.000 títulos– en sus diferentes líneas. Y eso es lo que proponemos en este número de Cultura/s. ¡Larga vida a Anagrama, un sello decisivo en la cultura de la democracia española y de la Barcelona del último medio siglo!