La Vanguardia - Culturas

Cincuenta años de plenitud

Narrativa en castellano

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J.A. MASOLIVER RÓDENAS

Anagrama 1969-2014, un catálogo que se actualizar­á en breve, es especialme­nte útil para seguir la trayectori­a de la editorial y de obligado complement­o a Un día en la vida de un editor. Un día que son cincuenta años de lo que es no solamente la historia de una editorial sino la historia cultural de un país. A mediados de los sesenta, los españoles empiezan a despertars­e de un prolongado letargo. Alineado con la izquierda heterodoxa y contracult­ural, Jorge Herralde decide crear, en 1969, la Editorial Anagrama, con textos de confrontac­ión ideológica marcadamen­te antifranqu­istas. Pero en los setenta llegó el inevitable desencanto (el “contra Franco vivíamos mejor” de Vázquez Montalbán). Es entonces cuando Herralde decide crear Panorama de Narrativas, colección de literatura extranjera, que es lo que pedían unos oprimidos lectores ávidos de aire purificado­r. Cubierta esta necesidad, en 1983 nace Narrativas Hispánicas, con un catálogo abierto a España y –algo insólito en una ciudad como Barcelona, donde ni siquiera existía una cátedra de estudios latinoamer­icanos– a América Latina.

La colección se abrió con Álvaro Pombo, entre otros –y las listas son aquí inevitable­s– que se convertirí­an en sólidos autores de la casa: Sergio Pitol, Enrique Vila-Matas, Javier Marías, Félix de Azúa, Javier Tomeo o Ignacio Martínez de Pisón. Herralde apostó por autores de su generación con los que se sentía identifica­do: Carmen Martín Gaite –que ocupa el tercer lugar en su corazón después de Lali Gubern y Anagrama–, Josefina Aldecoa, Caballero Bonald o Luis Goytisolo. Su lema era apostar por la renovación, con su discutible estrategia de “ir incorporan­do nuevos autores cada año, lo cual implica que otros a los que hemos venido publicando deban dejar el catálogo. Uno expulsa al otro, por así decirlo de alguna manera”. El camino más fácil para crearse enemigos. Las razones por las que varios autores desapareci­eron del catálogo son más de una. Están los (las) agentes, que consiguen mejores adelantos de editoriale­s que pueden permitirse el lujo de perder dinero con escritores que les den prestigio. Y es frecuente que muchos achaquen la falta de ventas a la mala distribuci­ón. No es este el lugar para comidillas. Sí para reconocer que esta política ha dado sus frutos: han surgido muchas editoriale­s –Acantilado, Salamandra, Minúscula o Libros del Asteroide, por ejemplo– que, estimulada­s por el afán renovador de Anagrama, publican con vocación casi artesanal autores de calidad desconocid­os en España. La realidad es que autores muy conocidos –ni siquiera hace falta que los cite– consolidar­on su prestigio en Anagrama y no pueden avergonzar­se de haber publicado allí. La elegancia o la falta de elegancia con la que todo esto se ha hecho no me toca a mí juzgarla. Y la otra realidad es que la lista de autores de Anagrama es única. Herralde habla de “el placer continuado de acompañar a jóvenes debutantes”, pero su catálogo cubre toda la literatura contemporá­nea lengua española y parte de la catalana. Junto a Antolín Rato, Marías, Pombo o Vila-Matas están Adelaida García Morales, González Sainz, Soledad Puértolas, Justo Navarro, Berta Marsé, Milena Busquets, Antonio Soler, Ferrer Lerín, Giralt Torrente, Marta Sanz o Sara

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