Huir en círculos
Tres fotogramas del cortometraje ‘Anima’ dirigido por Paul Thomas Anderson, con Yorke como protagonista Anima se completa con un corto de Paul Thomas Anderson para Netflix filmado en Praga, ciudad por antonomasia de autómatas y golems. Con el propio Yorke poseído por el espíritu de Buster Keaton y coreografía de Damien Jalet (responsable de Suspiria , de Luca Guadagnino), relata la huida de un mundo monocromo, uniformado y mecanizado. Grosso modo, para la psicología jungiana, anima es la conciliación de la personalidad masculina y femenina en el hombre a través del sueño. La hibridación identitaria a través de arquetipos femeninos, de la femme fatale a la musa inspiradora. Un motor primitivo que en el corto se ejemplifica en la fuga cómplice de sus protagonistas: Yorke y la actriz Dajana Roncione, su pareja en la vida real.
En una prisión urbana que evoca a Escher o Piranesi, suenan tres estados del sueño: la persecutoria Not the news, la agitada Traffic, y la dulce y sonámbula Dawn chorus. Quince minutos que van de las espasmódicas secuencias iniciales del metro preguntándose quién es toda esa gente hasta el final idílico que concluye con los ojos cerrados en una suerte de alucinación circular. Una duermevela de marionetas en la que pugnan el deseo del principio de Eros y la sociedad de control. O como apunta el biólogo y filósofo Edward O. Wilson, cómo los seres humanos son una quimera fruto de emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnologías divinas. D.F.F.
la autonomía artística. “The more you try to erase me […] the more that I appear” proclama la pista de entrada en su discografía con el tema The eraser.
Con el singular encargo de la banda sonora de Suspiria (2018), el trayecto explora nuevas latitudes con una atmósfera de terror estilizado en temas como The hook
y valses pianísticos de cuatro notas obstinadas sobre cuerpos en salvación (Suspirium). La inspiración en la trinidad del krautrock alemán (Faust, Can y Neu!) y la oportunidad de componer para coro y cuerda enriquecen la paleta de sonidos de Yorke que ya desembocará en la melancolía que inunda Anima.
La catástrofe en suspensión se sofistica en tintes ballardianos, en un cóctel de sociopatía, cataclismo ecológico y febril tecnología que va en la dirección equivocada. “Goddamned machinery, why don’t you speak to me? One day I’m gonna take an axe to you”, canta Yorke en The axe. Anima recoge las inquietudes de un músico que maúlla las teorías políticas de la ansiedad postcapitalista (Mark Fisher) y que a la vez reivindica el templo abstracto de la emoción personal. La nuclear canción Dawn chorus recita la pérdida y las segundas oportunidades. En un galimatías de expresiones aparentemente inconexas surge el collage del lenguaje privado que crea el amor. Críptica y espiritual, cuesta no vincularla a la muerte de su exesposa en el 2016. Un “If you could do it all again” se va intercalando en los versos de esta cumbre compositiva, una llamada a esperar nuevos amaneceres cuando el futuro parecía cancelado. Una vez más, la urgencia de salir de la crisálida. De volverlo a hacer.