Los chicos blancos del hip-hop
Música Un libro autobiográfico recupera la historia de uno de los grupos más originales de toda la música popular de las últimas décadas: la de los Beastie Boys, el trío neoyorquino que revolucionó con sus rimas y ritmos el hip-hop
IGNASI MOYA
En tiempos de trap, reggaeton y auge de músicas urbanas en general, no está de más acudir a los orígenes, al de dónde venimos, que siempre ayuda a interpretar el presente. En este sentido, esta historia de los chicos blancos del hip-hop –los primeros chicos blancos del hip-hop– resulta por lo menos ilustrativa. De cómo hace más de tres décadas el mestizaje musical se puso en marcha de forma ya imparable y de cómo la creatividad ha surgido siempre de las calles y no de los laboratorios.
La peculiaridad de los Beastie Boys –Michael Diamond (Mike D), Adam Horovitz (Ad-Rock) y Adam Yauch (MCA)– frente a otros grupos musicales que se inician –y triunfan– en la juventud reside sobre todo en la cualidad de pioneros que se les puede atribuir. Fueron los primeros chicos blancos –como mínimo los primeros en tener repercusión– en apuntarse al mundo del hip-hop cuando este era todavía un territorio básicamente underground, una música lejos aún de colonizar los sonidos del mainstream musical, cuando los raperos todavía no habían captado la atención de las grandes discográficas, las radiofórmulas y televisiones.
Pero, además de tratarse de tres chicos blancos neoyorquinos de clase media interesándose por una música que hasta entonces era terreno exclusivo de grupos de afroamericanos –hecha por y para afroamericanos–, los Beastie Boys añadían otra peculiaridad al mundo del hip-hop, y es que, musicalmente, procedían de un mundo a priori bastante alejado del rap. Lo suyo era el hardcore punk, esto es, el rock más trepidante, salvaje, enérgico y agresivo. A priori, en las antípodas del hip-hop. Una anécdota: en 1981, Grandmaster Flash And The Furious Five –hoy leyendas del hip-hop– abrieron un concierto de The Clash en Nueva York; el público, que había ido a ver a los británicos, no se mostró nada conforme con aquellos teloneros y se dedicó a abuchearlos y lanzarles cervezas. De todos modos, en cuanto a actitud, tal vez ambos mundos, punks y raperos, no fueran tan distantes.
Ahora, Michael Diamond y Adam Horovitz, los dos miembros supervivientes de Beastie Boys –Adam Yauch falleció de cáncer en el 2012– cuentan su parte de la historia en un voluminoso libro de más de quinientas páginas que tiene tanto de crónica personal –del grupo– como de un movimiento musical y de la época en la que todo aquello sucedió. Quinientas páginas que dan para el relato, mano a mano, de los autores pero también para numerosas fotografías, dibujos, cómic, playlist de canciones y hasta ¡recetas de cocina! En ese sentido, el libro es de algún modo una recreación biográfico-editorial del espíritu hip-hop de la época y, como el hip-hop tiene algo de recorta y pega, de cut & paste literario y visual (tipográfico, también). Es un rapeado y una muestra de breakdance, una sesión de dj, un grafitero en acción… O un guión para una película un tanto gamberra que muy bien podría haber filmado el desaparecido Yauch, algo a lo que era bastante aficionado.
A la sombra de la peripecia del trío, de su camino a la fama, de sus éxitos –los más– y fracasos –menos–, se va trazando también el retrato del escenario en el que todo fue posible. Un lugar y una época, que no es otro que el Nueva York de los primeros años ochenta. Con la llegada a la presidencia de Ronald Reagan. Los primeros videojuegos. Los walkman. El sida. La MTV. Los barrios ardiendo. El postpunk y la música disco. Y el hiphop... Como relata el escritor Luc Sante (autor de uno de los mejores retratos de NY, Bajos fondos) en una colaboración incluida en el libro, la ciudad entera, no sólo la música, era presa del “vértigo y la transformación”.
Y es en ese contexto en el que tres adolescentes, hijos de buenas familias indulgentes de clase media, se encuentran unidos, sobre todo, por sus intereses musicales y por la revelación que supuso la aparición del hiphop, algo que fue emergiendo poco a poco, desde algunos clubs nocturnos, emisoras locales de radio y las mismas calles. Y así es como aquel trío de jóvenes neoyorquinos descubrieron a Afrika Bambaataa como el primero al que vieron hacer “una canción nueva” con fragmentos breves de distintos discos mezclados. Y poco a poco acabaron transformando su grupo de punk en una banda de rap, de rimas gamberras y ritmos desacomplejados. Con influencias más amplias que cualquier otra banda de hip-hop. Si el hip-hop se alimentaba sobre todo de los sonidos de raíz afroamericana (funk, soul, jazz…), los Beastie Boys
La Nueva York de los 80 fue su incubadora: años de Reagan y MTV, el sida, los videojuegos, el punk, los walkmans...
Supieron incorporar a su música estilos a priori muy alejados del hip-hop: punk, rock, heavy, pop, psicodelia...