Annie Ernaux en Arenys de Mar
Al inicio de Los años, su crónica subjetiva de siete décadas de vida personal y francesa, la escritora Annie Ernaux desgrana un rosario de frases breves en la línea del Me acuerdo de Georges Perec. Ráfagas de imágenes o sensaciones con poder de evocación que plasman una época.
Una referencia me ha intrigado: “La playa de Arenys de Mar junto a las vías del ferrocarril, el cliente del hotel que se parecía al animador radiofónico belga Zappy Max”.
Annie Ernaux (Lillebonne, 1940), autora de reconocidas novelas como Pura pasión o La mujer helada , ha obtenido este año el premio Formentor por toda su trayectoria, que se otorga en el legendario hotel homónimo.
En la cena, junto a la piscina, que sigue a la ceremonia de entrega del premio, voy hasta la mesa de la galardonada para preguntarle. Está con la editora Valerie Miles y con una directiva de Gallimard, su sello francés.
–¡Oh, Arenys! –se ríe y se echa las manos a la cabeza–. ¿Por que me comenta usted eso?
Le digo que me ha llamado la atención esa referencia tan sucinta y poco explicada a una localidad del Maresme que luego no vuelve a aparecer en todo el libro. Amablemente me da las claves.
Annie Ernaux vino a España de vacaciones con su novio “porque era barato”. Viajaban en un Citroën Dos Caballos. Llegaron hasta Arenys y allí pararon; sin duda el lugar les gustó. Se instalaron durante diez días en un auberge frente al mar. Por sus indicaciones bien podía ser el hotel Raymond del paseo Xifré, hoy desaparecido.
Recuerda muy bien que delante, a pocos metros, se extendía la vía del tren, y más allá, la playa, en la que se bañaron a menudo. Transcurría julio, pese a lo cual no pescaron ninguna de las tradicionales rierades. Sí dice que mientras estaban allí una mujer se ahogó en el mar.
Comían poco y mal porque andaban sin dinero. Encontraron muchos alemanes, y más cuando fueron a Calella. Comercios y bares con rótulos en alemán.
Cada espacio genera incontables miradas. En Ernaux, la palabra Arenys comporta una alusión personal al turismo francés libre y pobre de los años sesenta. Pero en otro terreno que le es propio, quizás en esos días de julio de 1962, y en esa playa, pudo coincidir con un hombre delgado que se movía por la arena a pasos cortos, vestido con un mono color mostaza, y que era el poeta Salvador Espriu. O se cruzó en la heladería con una adolescente, hija del notario del pueblo, futura autora de intrigantes cuentos que respondía por Cristina Fernández Cubas.
Y, yendo a un plano mucho más personal, si tal vez vio a un niño en una bicicleta con rueditas, pedaleando por el paseo del auberge, bien podía tratarse de la misma persona que le estaba hablando en Formentor.
En 1962 vino a España de vacaciones con su novio, en un Citroën Dos Caballos, “porque era barato”