Amar aun esclavo
Novela Ian McEwan reflexiona sobre la responsabilidad que comporta la creación de vida artificial
ÁLVARO COLOMER
Así resumió Philip K. Dick nuestro futuro inmediato: “Algún día un ser humano podrá despedazar a un robot salido directamente de una fábrica de General Electric y, para su sorpresa, lo verá llorar y sangrar. Y el robot moribundo podrá a su vez despedazar al hombre y, también para su sorpresa, verá un humillo gris que sale de la bomba eléctrica que anida allí donde, por sentido común, debería estar el corazón del hombre. Será sin duda un gran momento de verdad para ambos”. Esta reflexión del escritor que, con permiso de Isaac Asimov y Mary Shelley, humanizó para siempre a los seres artificiales palpita en cada uno de los capítulos de
Máquinas como yo, novela con la que Ian McEwan vuelve a poner el foco sobre un personaje francamente estrafalario. Y es que, si en
Cáscara de nuez convirtió a un feto en narrador, ahora coloca a un robot en el centro de la historia.
El argumento arranca con un treintañero malcriado, inmaduro y simplón que compra un ejemplar del primer humanoide sintético lanzado al mercado. La criatura es un ser intachable: hermoso, inteligente, honesto. De hecho, es tan perfecto que enseguida incomodará tanto al protagonista como a su pareja, una mujer cargada de secretos que buscará el lado más carnal del recién llegado.
McEwan se adhiere con esta novela a la larguísima tradición de escritores que han reflexionado sobre la responsabilidad que comporta la creación de vida artificial, y no es difícil encontrar en Máquinas como yo constantes guiños a todo el arco de ciencia ficción robótica que arranca con R.U.R., de Karel Capek, y se extiende hasta Nunca me abandones, de Kazuo Ishiguro, entre otros. De hecho, la bibliografía sobre esta temática es tan extensa que en ocasiones el lector tiene la sensación de que ya ha leído la novela de McEwan. Los temas sobre los cuales reflexiona abundan en la literatura y la cinematografía contemporáneas, y el inglés no El escritor británico Ian McEwan
aporta gran cosa a ese debate ya manido sobre las nuevas formas de esclavitud, los derechos de los seres artificiales, la diferencia entre conciencia y alma, etcétera.
El único elemento que diferencia Máquinas como yo de otras novelas del mismo género escritas por autores de la misma talla es la incorporación de una idea que resulta interesante: la posibilidad de que los robots sean moralmente mejores que los humanos. Es decir, que sigan ciegamente unos principios que nosotros nos saltamos con frecuencia: justicia, honradez, sinceridad… Los robots programados para comportarse de un modo absolutamente noble se convertirían, en este sentido, en unos jueces implacables de nuestros actos y, aun sabiendo que son artificiales, no soportaríamos el peso de sus miradas.
Por lo demás, McEwan convierte su novela en una ucronía ambientada en 1982, planteando un escenario en el que Gran Bretaña ha perdido la guerra de las Malvinas y en el que Alan Turing no sólo continúa vivo, sino que es el diseñador del modelo de robot que protagoniza la historia. En alguna entrevista el autor ha asegurado que ubicó la historia en un Londres alternativo porque veía muchas similitudes entre la época gobernada por Margaret Thatcher y el Reino Unido actual. Y es esta denuncia política lo que dota de valor al momento histórico inventado por el inglés.
En definitiva, Máquinas como yo es un entretenimiento, y como tal ha de leerse. Argumentalmente queda lejos del McEwan del que muchos se enamoraron décadas atrás, pero estilísticamente sigue estando a la altura de aquel miembro del Dream Team que en su momento nos fascinó.
Los robots son mejores moralmente que los humanos, hipótesis que marca la diferencia con otras obras del género
Ian McEwan
Máquinas como yo/ Màquines com jo ANAGRAMA. TRADUCCIÓN AL CASTELLANO: JESÚS ZULAIKA GOICOECHEA / AL CATALÁN: MARC RUBIÓ. 360/352 PÁGINAS. 20,90 EUROS