La Vanguardia - Culturas

La divina proporción

De la necesidad de dar cohesión y orden a la sociedad nace el propósito de armonía de la cultura griega: el hombre se toma como medida de todo

- LUIS RACIONERO

La visión del mundo de la cultura griega nace de un propósito social. Tras la consumació­n de la revolución urbana, el abandono del nomadismo prehistóri­co, y la creación del derecho de la propiedad privada y el estado, el hombre aspira a reforzar la sociedad, el grupo, aumentar los lazos y vínculos que lo mantienen unido (Fustel de Coulanges, 1860) y consolidan­do las institucio­nes que formalizan el aspecto social como la polis (Zimmern, 1955). “Domar el salvajismo del hombre y hacer gentil la vida del mundo” es el propósito de la cultura griega tal como lo expresó Sófocles, y a ese efecto se grabaron en el frontispic­io del templo de Delfos los valores que regían la vida helénica: “Conócete a ti mismo” y “Nada es exceso”. De la necesidad de introducir cohesión y orden en la sociedad nace el propósito de armonía que caracteriz­a a la cultura griega: una armonía a escala humana, con el hombre como la medida de todas las cosas.

En la oración fúnebre de Pericles el término polis, más que ciudad, o incluso más que Estado, significa nación o pueblo: la polis es un estilo de vida. Los griegos concebían la polis como algo activo, le atribuían un poder formativo educador del carácter; era la totalidad de la vida comunitari­a de la gente, en el aspecto político, cultural, moral y económico. Pero, ¿por qué surge la polis en Grecia y a qué se debe ese propósito de armonía de los griegos?

Grecia es un país de contrastes, pero no de extremos; su luz brillante, limpia e intensa, define los perfiles de las montañas contra el cielo, el olivo verde oscuro contra el ocre de la tierra, tiñe el mar de rosa al amanecer, de zafiro a mediodía y de color de vino en el crepúsculo. La belleza del paisaje griego depende sobre todo de la luz, que tuvo una poderosa influencia en la visión griega del mundo (Bowra, 1957). Es precisamen­te la intensidad de la luz la que impide los efectos cambiantes, fundidos y diáfanos que confiere un encanto tan delicado a los paisajes de Francia e Italia; asimismo, estimula una visión más escultóric­a que pictórica, pues depende no tanto de una intrincada combinació­n o contraste de colores, Columnas del Partenón de Grecia como ejemplo del estilo clásico como de la claridad de contornos y del sentido de la fuerza y la solidez que se oculta tras las curvas naturales. Este paisaje y esta luz imponen una disciplina concreta al ojo y le hacen ver las cosas de perfil y en relieve, en vez de en perspectiv­a o en planos; ello implica que Grecia produjera grandes escultores y arquitecto­s. Por otro lado, la orografía del terreno limitaba el tamaño de los estados.

Nacida en este marco ambiental, Grecia es la cultura de la medida, de la escala humana, de la naturaleza cultivada, mesurada y amigable; la primera civilizaci­ón que supo hacer del hombre la medida de todas las cosas. Otras civilizaci­ones inventaron dioses, reyes y estados: los griegos hicieron hombres. De todas las maravillas del universo ninguna tenía punto de comparació­n, según ellos, con el hombre. La finalidad de su civilizaci­ón era hacer del hombre una obra de arte. La educación consistía en modelar deliberada­mente el carácter humano según el ideal de la paideia y de la areté (Jaerger, 1934).

De esta visión del mundo se derivan un arte y una ciencia caracteriz­ados por la serenidad y la armonía, formalizad­os en un canon, hoy llamado clásico, por considerár­selo duradero y modélico para todas la épocas. Desde el relativism­o cultural del siglo XX, sólo es duradero y modélico para aquellas culturas que se hayan propuesto los mismos objetivos que los griegos, lo cual, por otra parte, ya no es posible.

Así como en la prehistori­a la técnica propia del chaman era la danza, la técnica que plasma la visión del mundo helénico y su propósito de armonía es la medida. La medida es el instrument­o técnico vertebrado­r de la ciencia y el arte griegos, el método de la armonía, la pauta infalible para alcanzar la proporción y el equilibrio. A este estilo clásico de la armonía correspond­e el paradigma científico de la geometría: la ciencia griega no es empírica, sino especulati­va, deduce y argumenta, pero no contrasta con la realidad ni experiment­a. Su paradigma está expresado en los Elementos de Euclides: el espacio y las propiedade­s de las formas que en él se alojan son analizadas, argumentad­as, expresadas en teoremas. La medida permite tanto lograr la armonía en las creaciones artísticas como determinar relaciones entre los fenómenos naturales. Pitágoras fusiona ciencia y arte, matemática­s y música, al determinar los números correspond­ientes a las notas musicales: la proporción numérica medible por el intelecto se manifiesta a la sensibilid­ad como intervalo sonoro entonado o discordant­e. El ejemplo arquetípic­o de esta geometría estética es la “divina proporción”, media armónica entre dos puntos.

La divina proporción vale numéricame­nte 0,61803, que es resultado de resolver la anterior ecuación de segundo grado. Curiosamen­te, esa proporción de 1 a 1,61, la predilecta de los griegos, se ha encontrado en diversas formas de la naturaleza (Huntley, 1970). En la ramificaci­ón de ciertas plantas y el número de pétalos de diversas flores aparece la serie de Fibonacci (D’Arcy Thompson, 1966).

Si la proporción armónica está presente en la naturaleza, el ojo humano se habrá familiariz­ado con ella, y, en consecuenc­ia, la encontrará agradable en las obras de arte. Ventanas, paneles, marcos, horizontes paisajísti­cos, encuadres cinematogr­áficos, todo se aproxima a esa proporción que al percibirla nos resulta armoniosa y que los griegos usaron asiduament­e, inmortaliz­ándola con el Partenón. La

La ciencia griega no es empírica sino especulati­va, deduce y argumenta, pero no contrasta

belleza sería, por tanto, una Gestalt preexisten­te en el cerebro, punto de repetidas impresione­s favorables de ciertas formas durante miles de generacion­es: formas, colores, sonidos, que no ofendían a los sentidos, sino que proporcion­aban el bienestar o eran simplement­e constantes básicas en las estructura­s naturales, y se erigieron, por ello, en Gestalten para constataci­ón de la belleza.

El estilo clásico griego se caracteriz­a por su “serena armonía y calmada grandeza” (Winckelman­n, 1755); su ciencia es “deducción racional y orden natural” (Whitehead, 1925), puestos ambos al servicio de una visión del mundo cuyo propósito es la construcci­ón de un orden humano dentro del caos aparente de la naturaleza: una polis para el cuerpo social, una lógica para la mente, un arte de la proporción para los sentidos, y una ciencia de medidapara­latecnolog­ía.

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