La Vanguardia - Culturas

Desde sus inicios, el llamado séptimo arte ha cruzado a menudo su camino con el mundo del periodismo, ya sea a partir de ficciones o reproducie­ndo situacione­s reales; tanto en grandes películas como en algunas de las series televisiva­s de reciente éxito

- David Felipe Arranz

DAVID FELIPE ARRANZ

No deja de resultar revelador que desde sus inicios, el invento de los hermanos Lumière abordase de lleno el oficio periodísti­co. ¿Afinidades profesiona­les? ¿Empatía de dos disciplina­s cuyo maridaje constituye un éxito asegurado? No sabríamos asegurarlo con certeza, por cuanto una y otra resultan, en sus distintos ámbitos, el epítome del romanticis­mo, la meta utópica de aquellos que orientaron sus vidas a contar historias. La frontera entre el séptimo arte y el periodismo queda abolida por personajes de la talla de Sam Fuller, Richard Brooks o Billy Wilder, que le dieron a la crónica antes de ponerse al otro lado de la cámara.

Sin duda, el quehacer informativ­o posee unos ingredient­es óptimos para convertirs­e en la materia prima del cinematógr­afo, en un guion que, en las manos adecuadas, puede alcanzar la categoría de obra maestra. Rara es la cinta protagoniz­ada por periodista­s que no tenga secuencias de vértigo, personajes extraordin­ariamente dinámicos, vidas azarosas sujetas al cambio exigido por la actualidad, los obligados dilemas éticos a los que se enfrentan los reporteros en su trabajo, el romance apabullant­e y explosivo o la resistenci­a contra los poderes fácticos. Por eso, el feliz maridaje entre el cine y el reporteris­mo ha marcado no sólo una tendencia, sino que ha alumbrado lo que Alain Silver y Elizabeth Ward, en su excelente Film Noir: An Encycloped­ic Reference to the American Style (1993), han denominado

periodismo noir, uno de cuyos máximos exponentes es Yo creo en ti (Call Northside 777), de Henry Hathaway y con James Stewart, un clásico producido en 1948 que está basado en un crimen real, que se produjo en diciembre de 1932, en el Chicago de la prohibició­n. La película retrata la corrupción del sistema judicial en aquellos años con un afán documental, a partir de una serie de reportajes que los periodista­s James P. McGuire y Jack Paul escribiero­n para el Chicago Daily Times y por los que recibieron varios reconocimi­entos.

Pero ya el cine mudo había entrado de lleno en las cuestiones del tráfago informativ­o, la fiebre del rotativo y los obstáculos que jalonan la vida de ese rastreador de historias que es el periodista: Chaplin interpretó a un estafador que acepta un empleo como reportero de sucesos en el cortometra­je

Charlot periodista (Making a Living, la de un personaje que se encontró en Calabria, donde es habitual el uso de nombres de origen griego: en dialecto calabrés, paparazzo significa gorrión, cuyos movimiento­s incesantes en busca de sustento le recordaban a Fellini al de los fotorrepor­teros alrededor de las celebridad­es. Además, el coguionist­a Ennio Flaiano se inspiró para el nombre en el señor Paparazzo de la novela Por la mar jónica (1901), del escritor británico George Gissing.

Las influencia­s literarias son otra de las constantes del cine sobre periodismo, una fuente habitual que tiene su máximo exponente en la excelente A sangre fría (In Cold Blood, 1967), de Richard Brooks, a partir de la novela de no ficción aparecida por entregas a principios de 1966 en The New Yorker y que lanzó a la historia de

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